Elena, usted me hace recordar la época más feliz de mi vida, cuando hice mis mejores obras con Benito Coquet, director del Seguro Social, durante el sexenio de López Mateos.
Ignacio López Tarso, de pie detrás de su escritorio, a los 97 años, es un hombre entero. Sin anteojos, erguido; alerta me tiende una mano fuerte y sonríe con todos sus dientes, y pregunto sin pensar dos veces:
–¿Es usted un hombre feliz, don Ignacio?
–Sí, muy feliz.
–¿Cuál es la época más feliz de su vida?
–Esta, pero también fui feliz en el teatro Hidalgo, en el Xola, en el Tepeyac. Inauguré 15 teatros en toda la República Mexicana: el de Guadalajara, el de Monterrey, el de León, el de San Luis Potosí, en una gira de las que ya no se hacen. Salía yo de mi casa, adiós a mi mujer, adiós a mis hijos, pórtense bien, adiós, yo me voy de gira, ahí nos vemos. Regresaba seis meses después muy feliz de haber conocido toda la República Mexicana y de haber actuado en todos los grandes teatros del país. Esas giras ya no pueden hacerse, imposible.
–¿Su mujer y sus hijitos también, muy felices?
–Bueno, ellos menos, pero esas giras fueron de 1960 a 1966, más o menos, con López Mateos y Benito Coquet. Yo nací en el 25, tenía casi 40 años. También hice teatro con Díaz Ordaz. Recuerdo a un Bellas Artes vivo y luminoso. Ahora ya no se hace teatro ahí, aunque le han dado gran publicidad al Macbeth de Shakespeare que hoy por hoy va a interpretar este gran actor negro estadunidense, Denzel Washington, quien la estrenó en Broadway, pero yo la hice antes en el escenario de Bellas Artes; Lady Macbeth era Isabela Corona, en esa época la más grande actriz de teatro y la más guapa. Isabela fue mi mujer en Macbeth, y utilizamos algo que no va a tener nunca Denzel Washington: un texto maravilloso de León Felipe. ¿Se acuerda de él?
–Lo quise mucho, vivió en Tonantzintla y después en el café París con Juan Rejano y otros refugiados españoles...
–Yo le rogué que tradujera El rey Lear y nunca lo terminó. Tradujo Otelo, maravillosamente. Interpreté a Macbeth pero nunca hice Hamlet, se me fue. En El rey Lear hice al rey, y en La tempestad, al mago; precioso personaje. El rey Lear es divino, tal vez el mejor de Shakespeare. Lo hice en el teatro Juan Ruiz de Alarcón de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), uno de los mejores teatros que hay en el país; el escenario es bellísimo. Ahí estuve ocho meses con El rey Lear. La UNAM se portó tan generosamente que me dio la obra, el vestuario, los viáticos, para una gira por la República Mexicana; imagínese qué belleza.
–¿Le gustaban las giras?
–Mucho. Mi mujer reclamaba mi ausencia: nunca estuve en el nacimiento de ninguno de mis tres hijos. Nos cambiamos a esta casa de Tlalpan en 1985. Aquí junto funciona muy bien la Escuela Picasso, que es de mi hija Gabriela. Yo me fui de gira con El vestidor, una obra de gran éxito que permaneció dos años en el teatro Insurgentes. Héctor Bonilla hacía al vestidor, yo a un personaje, Su Excelencia, el primer actor de la compañía. Esta obra sucede en la Segunda Guerra Mundial, durante los bombardeos sobre Londres. Mi personaje recorre Inglaterra interpretando al rey Lear y mentándole la madre a los alemanes. Es tan bella que Albert Finney la hizo en cine.
“Después de El vestidor, llegó Jacqueline Bisset a México con John Houston a filmar Bajo el volcán, de Malcom Lowry. No sabe qué mujer, se me caía la baba de verla, hermosísima. Me dio un abrazo y la tuve así, cerquita, y la apreté, ¡qué sensación!”
–De las actrices, ¿quién fue la que más le gustó que lo abrazara?
–¡María Félix! Hice siete películas con ella. Todas las de la Revolución. Estuve a su lado cuando hizo La generala, yo era su achichincle en la película y en la vida real. La primera que hicimos fue La cucaracha; la segunda, La estrella vacía. Ella me mandó llamar aunque María nunca me vio diciendo corridos vestido de charro. Yo había recorrido todo el mundo de habla española diciendo corridos: Cuba, Santo Domingo, todo Centroamérica, toda Sudamérica y toda España, ahí sí, acompañado por la gran Mati Mistral, quien cantaba y decía a García Lorca en forma maravillosa, pero María me escogió a mí; imagínese, me escogió a mí para trabajar con ella...
“Otra época que estuve muy feliz fue en España. Un telefonazo me despertó: ‘Soy José Tamayo. Soy el director de la compañía Lope de Vega; residimos en Madrid. Quiero montar por primera vez en España a Valle Inclán, y quiero que usted haga el papel de Tirano Banderas. Esa obra reúne la manera de hablar de toda Latinoamérica. Fui a hacer Tirano Banderas a España. Me hice muy amigo de Paco Rabanne y comíamos con Nati Mistral y dos o tres actores y actrices en un restaurante fuera de Madrid. Ahí tocaba la guitarra Paco de Lucía. Regresábamos a las seis de la mañana a Madrid y hacíamos 20 minutos.
“De mis tres hijos, Ignacio es el más chico y ya tiene 50 años. Me ha ayudado, no sabe; me enseñó el camino virtual del teatro. Cuando cerraron todos los escenarios de los teatros del Seguro Social me desesperé. Hasta este momento, el nuevo jefe del Seguro Social, Zoé Robledo, no quiere saber nada de teatro, va a convertir en bodegas los teatros de toda la República Mexicana.”
–Don Ignacio, ¿qué cosa es el teatro virtual?
–El teatro lo hacemos en mi casa, mi hijo Ignacio Aranda y yo. Buscamos obras de dos personajes. Hicimos una obra de Chéjov, El canto del cisne, la historia de dos actores que tras una fiesta en el teatro se emborrachan en su camerino y empiezan a hablar del teatro que hicieron hace años, y pasan una noche maravillosa hasta que llega uno de sus compañeros actores y les pregunta: “¿Están ahí?” “Sí, aquí estamos. Ábrenos”. Es una obra de dos personajes muy conmovedora.
“Con el teléfono celular de Juan Ignacio y nuestro ayudante Áxel, pensamos en emplazamientos y en derredor de la mesa del comedor de mi casa; ahí grabamos obras que hasta ahora han tenido una magnífica respuesta.”