Madrid. El historiador español Antonio Espino López es quizás una de las máximas autoridades en el estudio de la etapa de la invasión de América por el imperio español, periodo al que se ha acercado con la mirada de investigador que pretende aportar luz a un asunto tan complejo.
Desde su atalaya de catedrático de historia en la Universidad Autónoma de Barcelona, Espino, nacido en Córdoba en 1966, se ha adentrado en esos episodios, muchos repletos de “crueldad, terror y violencia extrema”.
Entre sus libros destacan Guerra y cultura en la época moderna (Madrid, 2001); La invasión de América: una revisión crítica (Barcelona, 2013), del cual este año acaba de publicar Arpa Editores una versión ampliada, y Plata y sangre: la conquista del imperio inca y las guerras civiles del Perú (2019).
En entrevista con La Jornada, Espino situó en el franquismo y su dominación ideológica que la sociedad española y sus autoridades vean con más claridad ese periodo histórico.
–¿Por qué se inclinó por estudiar lo ocurrido durante la invasión de América?
–En primer lugar, durante muchos años me he dedicado a estudiar la cuestión de la violencia, de la guerra y de las relaciones internacionales en Europa, en concreto en los siglos XVI y XVII. Como parte de mi docencia trataba la América colonial, pues al final me he decantado también por el análisis cuidadoso de lo acontecido en la llamada Conquista de las Indias, que prefiero denominar como invasión. Todo el proceso de sometimiento de las islas Canarias (1402-1496), la fase final de la guerra de Granada (1482-1492) y la invasión de América en sus fases más iniciales y cruentas (1492-1555) puede decirse que conforman parte de la misma realidad: el expansionismo imperialista de la Corona de Castilla. Me he centrado en el análisis del mismo desde los presupuestos de la Nueva historia militar (New Military History).
–Ha señalado con claridad la brutalidad de aquellos episodios históricos; cuéntenos un poco sobre ello…
–Hubo numerosos ejemplos de uso de la crueldad, del terror calculado, de violencia extrema, que en la época se intentaban disculpar al señalar que se utilizaron por imperativo militar. Como los grupos de invasores hispanos eran muy reducidos en número en el comienzo de las operaciones o campañas, debían utilizarse dichos métodos para poder imponerse frente a grupos humanos mucho más numerosos. Por otro lado, históricamente hablando, el uso del terror, de la violencia extrema, para frenar el ímpetu del que ya ha sido conquistado, para evitar que se rebele, es harto conocido. En la guerra de México abundaron las masacres, a veces de poblaciones enteras; hubo matanzas, ejecuciones y represalias mediante el uso de tortura, quema de ciudades, destrucción de templos; se esclavizaba a buena parte de los derrotados como botín de guerra, se reclamaban mujeres con fines sexuales... Lo mismo ocurrió en las Antillas, en Nueva Granada (Colombia), en Perú, en Chile...
–¿Puede ubicar en el tiempo y el espacio los hechos más violentos de aquella etapa?
–Desde luego. En el caso de las Antillas, el sometimiento del interior de Santo Domingo (República Dominicana/Haití) entre 1502-1504. Las campañas/correrías de Vasco Núñez de Balboa en la actual Panamá entre 1510 y 1511. En el caso de la caída del imperio mexica, la matanza de Cholula, en octubre de 1519; la matanza del palacio/templo de Axayácatl, en mayo de 1520; las campañas desplegadas por Cortés entre julio de 1520 y abril de 1521, preparatorias del asedio de la capital mexica. En el caso del Perú, la entrada hispana en Cajamarca en noviembre de 1532; el levantamiento del sitio de Cuzco por Manco Inca, en 1536-1537, y las subsiguientes luchas contra éste hasta 1544. La campaña de Sebastián de Benalcázar en el actual Ecuador en 1534. La conquista de Guatemala por Pedro de Alvarado en la década de 1530. La conquista de Yucatán en las décadas de 1520 a 1540. Todo el proceso de conquista de Chile, entre 1535 y 1598 es una guerra “a sangre y fuego”; etcétera, etcétera, etcétera...
–¿Cree que la imposición del culto es una de ellas, incluida la destrucción de sus lugares de adoración a los dioses para construir encima de ellos iglesias católicas?
–En el caso de Hernán Cortés está muy claro que entendió desde el primer momento que una de las formas de romper o destruir la moral de sus enemigos consistiría en perseguir a los sacerdotes, quemar templos, terminar con las prácticas religiosas y los sacrificios humanos-canibalismo ritual de los mexicas (no así con las prácticas religiosas de sus aliados aborígenes, no al menos mientras durara la guerra), al tiempo que se procuraba instaurar una nueva religión erigiendo sus principales lugares de culto justo donde se habían encontrado los de sus enemigos aborígenes. Una práctica, de hecho, muy antigua.
–¿Ya se conocen la mayoría de los hechos ocurridos o todavía hay mucho trabajo por delante para los historiadores y académicos?
–Hay mucho por hacer, si bien las grandes líneas de conocimiento están trazadas. La asignatura pendiente, al menos así lo entiendo para el caso de la sociedad española, es la divulgación histórica de calidad desde un presupuesto historiográfico solvente. Es decir, no dejar la escritura histórica en manos de aquellos que, desde una ideología presentista neoliberal, neofranquista, racista y clasista pretenden, nada menos que en el siglo XXI, hacernos creer en las bondades de la llamada conquista española de América.
ADN nacionalista
–¿Por qué en España sigue habiendo tanta resistencia a mirar con menos carga ideológica, o patriótica, esa etapa de la historia? ¿Cree que la exaltación que se hizo de ello durante el franquismo tiene vuelta atrás?
–Por varias circunstancias. En primer lugar, somos, nos guste o no, herederos de la terrible época de la dictadura franquista. Fueron 40 años de obligatorio pensamiento único, valga la redundancia, que consiguieron inculcar, por no decir inocular, en el imaginario histórico de la sociedad española las (supuestas) bondades de la llamada Conquista y colonización del continente americano. Aún hoy, los líderes de partidos conservadores españoles, por no hablar ya de la extrema derecha, hablan de la hispanidad como el mayor hecho de la historia tras la romanización. De alguna manera, al mayor imperio de la antigüedad, el imperio de Roma, le siguió el imperio hispánico, del que ellos parecen ser los únicos herederos legítimos. Por tanto, es imposible que tales gestas, que están en la médula espinal del nacionalismo español, que forman parte del ADN de la nación española, puedan ser mancilladas con cualquier crítica, por muy bien fundamentada que esté. El problema es que, incluso personas que no militan o se posicionan a la derecha del arco político español, también se pueden llegar a sentir agredidas cuando se cuestiona la faceta americana de la historia de España.
“De modo que, contestando a la pregunta de si la exaltación españolista de la Conquista tiene visos de encarar una nueva visión, más crítica, superadora del franquismo, yo diría que no demasiado a corto plazo. Por tanto, debemos seguir por la vía de la divulgación histórica de calidad, desde presupuestos propios del ensayo histórico de rigurosidad académica, para conseguir que la sociedad española conozca, entienda y acepte las muchas sombras generadas hace 50 años al apropiarse la monarquía hispánica de casi todo un continente.”
–¿Entiende la petición de que haya un perdón público a los pueblos originarios?
–Me gusta referirme más que a perdón, término de raigambre cristiana, a la necesidad de que se pronuncien unas sinceras disculpas a escala del jefe del Estado español a todos los descendientes de los pueblos originarios que, por suerte, siguen formando parte de nuestras sociedades. De esa forma conseguiremos reparar de alguna forma, aunque sea simbólica, los males causados hace 500 años. Pero exclusivamente a los descendientes de los pueblos originarios, no a las sociedades latinoamericanas en su conjunto.
–¿Por qué cree que una parte de la opinión pública y las instituciones españolas entienden esa petición como un gesto de humillación?
–Creo que porque, precisamente, sus conocimientos históricos, si es que los tienen –cosa que dudo a la vista de muchas manifestaciones–, los conducen a pensar que atacar el (glorioso) pasado español, la historia de España, es un gesto fuera de lugar, un insulto, una aberración, justo por lo que he comentado antes: como el imperialismo hispano fue positivo, sólo aportó elementos positivos y, al parecer, ninguno negativo, pues está fuera de lugar que desde Latinoamérica se nos planteen requerimientos al respecto. Sí, se podría decir que se entienden estas peticiones como humillantes, en unos momentos en los que la sensibilidad nacionalista española está a flor de piel. Es muy propio de un nacionalismo, el español, un tanto acomplejado, humillarse ante cualquier crítica. Más, si cabe, si viene de países “más pobres” que nosotros.
Los grandes perdedores
–¿Sigue existiendo desprecio hacia esos países, esas culturas, con sus rasgos diferentes? ¿Hay un tufo a racismo en todo ello?
–En todo caso, el desprecio se centraría en las clases menos privilegiadas de los países latinoamericanos, más específicamente, en los indígenas. Es un desprecio que proviene, por lo general, de los sectores sociales hispanos que podríamos considerar nacionalistas de derecha o de extrema derecha. Pero no se puede generalizar, porque el desconocimiento histórico es tan enorme, el franquismo a esta escala hizo tan bien su trabajo, que incluso en sectores más moderados, o de “izquierdas” (tipo Partido Socialista), puede haber personas que tampoco acepten críticas a lo ocurrido hace cinco siglos. Lamentablemente, los indígenas siguen siendo los grandes perdedores de esta historia.
–Hablando de racismo, probablemente entre los países más racistas del mundo estén muchos de América Latina, entre ellos México. ¿Ha encontrado alguna clave en la historia que permita entender ese racismo, sobre todo contra los pueblos originarios?
–Quizás una clave esté en que su explotación durante tres siglos de dominio colonial fue tan terrible que no había mejor forma de soportar tal abuso que negarles, incluso, su dignidad humana. Por supuesto, durante los dos siglos siguientes, una vez independizadas, las sociedades latinoamericanas seguirían manteniendo ese racismo y clasismo aprendido de su pasado colonial, negando al indígena su condición de ciudadano. De alguna manera, hay sectores que lo consideran una molestia, un estorbo, una anomalía histórica, que no tienen sentido sus reivindicaciones, pues están fuera de lugar. Pero espero que libros como el mío sirvan para que se reflexione al respecto y se pueda reparar de alguna forma la tremenda injusticia que se cometió contra ellos hace ahora cinco siglos y que se ha venido manteniendo hasta el siglo XXI.