En medio de un repliegue de los principios, la nueva izquierda profundiza en sus males. Mientras, la derecha se rearma y presenta un proyecto para hacer frente a una ola de descontento social. Las grandes manifestaciones de protestas han sido criminalizadas y reprimidas. Con pandemia o sin ella, los asesinatos de dirigentes medioambientalistas, sindicales, campesinos, periodistas, defensores de los derechos humanos han continuado. También la militarización de la sociedad, junto a la lenta, pero profunda disolución de la ciudadanía política. La economía de mercado abre las puertas a la sociedad de mercado. Así, se crean las condiciones dentro del capitalismo digital para reconvertir el rol de los partidos políticos, asignándoles la función de gestores del capital. El proceso de toma de decisiones se traspasa a las grandes corporaciones, FMI, Banco Mundial, agencias calificadoras, trasnacionales del BigData y la inteligencia artificial.
Si para la derecha no representa un problema, para la izquierda política occidental ha supuesto un terremoto, hasta el extremo de caer en una profunda crisis de identidad. No por otro motivo, la contradicción derecha-izquierda pierde relevancia. El estrés postraumático, derivado de la caída del Muro de Berlín, concluye en desconocer sus orígenes, sus luchas y objetivo: el rechazo al capitalismo y la construcción del socialismo. La nueva izquierda, nacida de sus cenizas, como el Ave Fénix, se reconvierte en paloma mensajera de los parabienes del capitalismo digital. Eso sí, profundiza en las debilidades que la acompañan desde sus orígenes: dogmatismo, sectarismo y personalismo. El mensaje es claro, conmigo o sin ti. Todo aquello que concite duda o provoque la crítica, será rechazado. Lo caricaturesco de tal circunstancia estriba en la condición veleta de los dogmas. Si primero A, luego, B, luego ni A ni B, mejor C. En cualquier caso, son defendidos con vehemencia y la misma intransigencia. Es cuestión de fe. No es difícil comprobar como el dogmatismo transita por círculos mágicos, donde la verdad revelada sustituye la reflexión pausada. De esta guisa los militantes de la nueva izquierda son unos elegidos, poseen el aura de la gracia divina, hasta trasformar sus organizaciones en sectas. Quienes no comulguen con su fe son enemigos. Hay que acabar con el hereje. Si dentro, expulsándolo, si fuera desacreditándolo. No es casual que los conceptos de sectarismo y dogmatismo tengan vasos comunicantes y se asienten tanto en el orden político como religioso. Siempre son los otros los que yerran.
Hoy, en medio de un individualismo extremo, los dirigentes de la nueva izquierda se parapetan en la meritocracia. Son doctores, saben idiomas, tienen éxito en sus profesiones, en definitiva, hacen de la política una profesión de expertos. Eso forma parte de un ego y un protagonismo desenfrenado. Gracias a las redes sociales desnudan sus vergüenzas, deben complacer a sus seguidores, opinan de todo, suben fotos de sus cenas, bodas, vacaciones, restaurantes favoritos, últimas lecturas, series televisivas, hasta sus desengaños amorosos, etc. Cientos de miles de acólitos en Twitter, Instagram o Facebook le dan el plácet para su ego superlativo. Sin brújula, ni alternativa, pierden el norte político, salvo para justificar su éxito personal. Es la política de lo banal y el espectáculo.
En este cambio de época, la derecha política ha sido más rápida en comprender su rol. La reactivación del pensamiento reaccionario, asentado en el miedo, la mentira, la continua provocación, el odio y la violencia verbal continuada, les proporciona un plus a su proyecto de totalitarismo invertido. Apelando a emociones básicas, han sido capaces de generar un estado de ánimo proclive a la manipulación más febril, en la cual sobresale el llamado a defender la unidad de la patria y la civilización occidental.
Los fantasmas de un caos generalizado se agitan causando el deseo de orden y seguridad. Las consecuencias son inmediatas, la democracia pierde enteros. El temor a ser invadidos, la defensa de las tradiciones, los valores patrios, la familia, el matrimonio heterosexual, la educación católica, se convierten en el programa que cohesiona a todas las derechas. Así, no pierde el norte. Puede presentarse dividida a las elecciones, para luego reagruparse estratégicamente en un sólo frente. Lo observamos en todos los países donde el pensamiento reaccionario va copando espacios, en alianza con liberales, conservadores y posfascistas. De allí el papel asignado a la ultra o extrema derecha. Escorar a sus aliados para combatir sin cuartel las opciones de una alternativa anticapitalista y acelerar la transición del capitalismo analógico al capitalismo digital. Deshacerse del patriarcado, poner límites al calentamiento global, asumir ciertos cambios en materia laboral, pensiones, impuestos, derechos para los pueblos originarios, no afectan el modo de producción capitalista, cuya esencia es ser un sistema de explotación. Sin embargo, dichas reivindicaciones, en una división social del poder, si cabe, puede ser traspasado a la llamada nueva izquierda. En sí, no representa un problema, incluso no agitan fraude, ganan elecciones y acceden al gobierno formal. La derecha lo tiene claro y en eso consiste su fortaleza. Su problema no es el neoliberalismo, es apuntalar el capitalismo. El progresismo no es su enemigo, es su aliado en condiciones de crisis. En caso de incendio, apagarán el fuego y salvarán los muebles. El resto es irrelevante.