Cinco vidas femeninas que atravesaron por el territorio de la violencia, el delito y la ley fueron llevadas a las páginas del libro Mujeres criminales, escrito por la historiadora Martha Santillán Esqueda. Los casos, que ocurren entre 1920 y 1950, “los utilizo como un hoyito en una pared y del otro lado veo un México desconocido, que es en el que crecieron nuestras abuelas y que nosotras heredamos. Observo cómo atravesaron el cambio jurídico del patriarcado, con novedades en las industrias culturales, cómo construían su feminidad y contra qué luchaban”.
En entrevista con motivo del libro publicado por el sello Crítica, la autora explica que los relatos permiten entender problemáticas y, por otro lado, se tomó la libertad de la escritura no acartonada, sólo recuperando cifras y datos. “Lo cual no quiere decir que no sea historia, que no sean vidas las que se están narrando. Me permite no sólo darles voz, sino dimensión a estas mujeres, a la vez que voy desentrañando una serie de problemas históricos”.
A partir de cinco mujeres observa la historia de ese México, de qué manera se engarzan los procesos sociales y culturales para configurar problemáticas amplias. “Hay que verlo en personas de carne y hueso”.
Clementina asesinó a su marido mientras le daba una de tantas golpizas, María Antonieta disparó contra quien mancilló su virginidad, Amelia y Teresa fueron detenidas en una redada en una clínica de abortos clandestinos y Carmen mató al dueño de una cantina para robarle. Mientras se relata el drama, Santillán describe el entorno social, la narrativa de la prensa de nota roja, el proceso judicial y la sentencia determinada por los comportamientos que dictaba la sociedad posrevolucionaria.
Transgresiones y convenciones
La doctora en historia por la Universidad Nacional Autónoma de México hizo uso de herramientas literarias para relatar cada episodio criminal, “ésa es mi apuesta, apasionar la escritura de la historia. Sin perder de vista todos esos temas sociales difíciles que son fuertes y que están ahí. Busco dar sustento, pero eso no quiere decir que los historiadores no podamos escribir de manera más apasionada. Ayuda a dar otra dimensión”.
En ese periodo del siglo pasado, México había dejado atrás las luchas armadas y arrancaba un periodo de modernidad; las ciudades comenzaron a crecer y la sociedad a cambiar. Aunque se propusieron reformas legales en favor del progreso, también el mandato para el género femenino consistía en ser buena hija, esposa y madre; sumisa, recatada, devota al hogar. El cine de oro mostraba que ésas eran las buenas; las otras que querían ser independientes eran las malas, ficheras, mujeres de la vida galante, crueles y frías.
Anhelar una vida profesional o solicitar el divorcio ya era un acto transgresor, la virginidad era el atributo más preciado, símbolo de valía. Al acudir al cine, veían a María Félix ser abofeteada por El Indio Fernández, rendirse enamorada e irse con él. Mientras un juez dictaba una sentencia basada en el recato de la acusada. El hombre era el sostén de la familia, así que los golpes o la infidelidad no eran cuestionables; las mujeres estaban regidas por el miedo y la culpa.
Los medios de comunicación “son fundamentales. Van a un público de masas; era más probable que mis delincuentes conocieran las películas del cine de oro a que supieran cómo funciona la ley respecto de ellas.
“La pregunta es cómo se configura la feminidad: con la ley y con lo que hay en los imaginarios sociales. Si me quedo en lo judicial, es como quitarle una llanta a un triciclo, avanza mal y de ladito. Necesitamos saber la historia social.”
El resultado de los capítulos divididos por historias de vida surgieron de tres años de escarbar minuciosamente entre archivos judiciales enmohecidos y desordenados, desentrañar décadas de cambios en los códigos penales, hojear la prensa escrita de un periodo de 15 años y ver muchas películas. Además de tres lustros de hacer investigación sobre la historia criminal con perspectiva de género en la primera mitad del siglo XX.
“Me interesan los casos de los años 40 porque son los que nos heredaron las demandas, las luchas, las primeras que en su práctica cotidiana inmediata (sin salir a marchar o pintar monumentos) lucharon por ser un tipo de mujer que el contexto les posibilitaba, pero que, por otro lado no se les permitía. Y en esa lucha apareció un delito.
“Entonces debemos entender que el delito también es resultado de esa tensión, de hacer un nuevo tipo de mujer en un México que está tratando de existir.”