La escritora chilena Patricia Paola Fernández Silanes, mejor conocida como Nona Fernández, expresa: “Tiendo a pensar de forma optimista, quizás ingenuamente, pero los tiempos de esperanza son siempre de ingenuidad”.
En entrevista, a propósito de los visos de transformación que se abrieron en su país con el triunfo en las pasadas elecciones presidenciales del izquierdista Gabriel Boric, destaca: “Podríamos contaminar al resto del continente con lo que está pasando aquí, con esta posibilidad de cambio, de hacer las cosas de manera distinta, de romper ese hechizo de mierda que no es meramente chileno; lo sabemos, por desgracia, es mucho más global.
“Si me pongo más ingenua y más esperanzadora, diría que sería hermoso que en este país, que fue la cuna del neoliberalismo, donde se experimentó y en el que hemos sido las ratas de ese laboratorio durante tanto tiempo –somos los más neoliberales del mundo–, se comenzarán a hacer las transformaciones para dar fin a esa formalidad a la cual ha sucumbido toda América Latina.”
Las anteriores reflexiones de la también guionista, actriz y feminista, nacida en 1971 en Santiago de Chile, tienen como origen la redición del Fondo de Cultura Económica (FCE) de Mapocho, su primera novela, con la que se dio a conocer en 2002.
Es una obra de profunda crudeza, escrita por la autora a partir de sentirse “en medio de una suciedad en la que es imposible moverse”, la de Chile de la posdictadura pinochetista y el arribo a la democracia.
“Era ése un espacio donde las cosas no avanzaban o lo hacían hacia el lugar que no era el prometido; un espacio que se volvía doloroso, porque mucho sobre la justicia, la verdad y la reparación no terminaron de ocurrir, y se percibían la tristeza, la desazón, la rabia”, señala.
“De ese sentimiento apareció este libro, como una protesta, un reclamo, una manera de intentar entender, pensar y romper con ese hechizo del que no se podía ni se puede salir.”
La autora, en videollamada desde la capital chilena, aclara que determinó titular esta novela con el nombre del río Mapocho –que fluye por la región metropolitana de Santiago– como la alegoría de un país, pero, sobre todo, de una generación que no fue protagonista de los hechos dictatoriales, sino que los heredó y lo hizo desde el silencio; desde el no entender, la poca transparencia y las cartas incompletas.
“Es un poco lo que siento que me pasó: salir del mundo sin comprender del todo lo que había pasado; entiendo, sí, la dimensión de horror, pero no haciéndolo con todas las piezas. La del libro es la historia de dos hermanos –una mujer y un hombre– que regresan a Chile del exilio en un intento de saber quiénes son, reconstituir su propia historia y la del país de donde provienen, que no sólo es la historia de la dictadura, sino una más amplia, la de un país que al parecer tiene una vocación por el horror, por lanzar sus muertos al río; hay una herida que siempre ha estado abierta ahí.”
Mediante esta novela, Nona Fernández buscó poner en entredicho la historia oficial, así como las ideas de mentira y verdad, de vida y muerte, de ayer y hoy. La asume como un cuestionamiento a la forma en que le habían enseñado la historia y le habían decretado en ese entonces que serían su presente y su futuro.
Considera que el desconocimiento sobre quién pone los límites de la vida y la muerte no es privativo de Chile: “También le ocurre a México, donde los muertos viven en pena, donde hay tanto desaparecido, donde no tenemos idea si murieron y cómo ocurrió. Quise rescatar esa idea popular de que las ánimas siguen aquí, que no van a descansar nunca en paz hasta que no les demos entierro y no sepamos bien qué pasó con ellas”.
Para concluir, la escritora reitera que la sociedad chilena está en “un momento mucho más esperanzador”, con la elaboración de una nueva Constitución a cargo de una Asamblea Constituyente paritaria, con presencia de los pueblos originarios, así como la llegada a la presidencia de un gobierno de izquierda.
“Es un gobierno que viene de las manifestaciones sociales, de la calle, de una generación joven que viene de las movilizaciones estudiantiles. Lo que se vislumbra es muy esperanzador. Espero que funcione, podemos conversar en cinco años y decir cómo nos ha ido, pero en este momento es un lugar de esperanza, sobre todo porque ha venido de las colectividades, de la gente organizada, de la molestia popular.”