Un fenómeno característico de nuestra época es la apertura de mente de los habitantes de cada país para llevar su mirada más allá de sus propias fronteras, auxiliados por los sistemas de comunicación derivados de Internet. Hay quienes se inquietan, tal vez con razón, de los efectos de la mundialización y los intercambios internacionales, pero, sin duda, es interesante constatar la riqueza que puede aportar un diálogo, si no exhaustivo, más profundo entre personas de buena fe.
Pude vivir un ejemplo de diálogo enriquecedor durante la entrevista que amablemente me solicitó Luis Armando Suárez Argüello para el programa cultural Entre Tejas Editorial, de la televisión de Chiapas. La sorpresa fue grata, pues si ya antes había tenido intercambios, gracias a las nuevas formas de comunicación digital para otras emisoras de televisión, las entrevistas eran encuadradas por un tema preciso y, en general, de orden político tales como las elecciones francesas, movimientos sociales de importancia como los “chalecos amarillos”, cuando no se trataba de hablar de los intercambios culturales entre México y Francia en torno a las grandes exposiciones de pintores consagrados. Suárez Argüello, a la vez con ligereza y seriedad, me llevó a reflexionar sobre la perspectiva que da la distancia al preguntarme qué me hacía elegir un tema y no otro cuando escribo. En tanto extranjera en Francia, donde resido y, por los años pasados fuera de México, he ido accediendo a una doble forma de observar, que me da la lejanía, donde el tiempo se desenrolla en espirales cada vez más amplias, en cuyo remolino de horas y olas aparecen, en su cúspide, cercanas y lejanas, fugaces y fijas, las figuras y escenas terminadas, con el espesor de la realidad y la transparencia de fantasmas venidos del pasado. Esa mirada que, al sacudir el tumulto de detalles cotidianos, da la clarividencia de una observación exterior.
Luis Armando Suárez hizo una presentación a los telespectadores de mí tan completa, como escritora y periodista, que me recordó muchas cosas olvidadas, enumerando novelas, ensayos, mencionando los distintos periódicos y revistas donde he colaborado, fue una charla amigable, sin cortapisas, abierta, como si nos conociéramos desde años atrás, cuando era la primera vez que platicábamos. Así, de una pregunta a otra, surgieron anécdotas y retratos de Juan Rulfo, de Salvador Elizondo, de Juan Soriano, de José Luis Cuevas, de Elena Garro. Anécdotas personales, vívidas, pueden dar una nueva luz para acercarse a estos personajes. Retratos a grandes trazos de seres a quienes quise, con quienes compartí días y años la vida diaria.
Suárez Argüello se refirió con entusiasmo a su lectura diaria de La Jornada. Pero no faltó la mención del “Diorama de la Cultura” del Excélsior de la época de Julio Scherer, donde publiqué mi primer cuento en 1966. Hablamos también, con pasión, de Fernando Benítez a la cabeza de Sábado, suplemento de Unomásuno, y de su sucesor Huberto Batis. A grandes trazos, le narré la aventura que fue Summa, un semanario en español que tuvo su origen en el barrio chino de París, donde vi los periódicos de los chinos en su lengua, y me dije “por qué no un diario en español para los latinoamericanos residentes en Francia”.
Dijimos unas palabras, imposible evitar el tema, sobre la situación geopolítica actual tan afectada por la pandemia.
La entrevista terminó con la pregunta directa de Luis Armando sobre la creación. ¿Qué me dijeron Rulfo o Elizondo? ¿Qué puede ser más expresivo que el silencio? Todo se hace en silencio / como la luz dentro del ojo, rezan los versos de Jaime Sabines. Elena Garro, menos silenciosa, sostenía que no puede haber grandes obras si no hay grandes gobernantes, así sean dictadores: “sin Stalin no hay Soljenitsin ni Bulgákov”, afirmaba Elena seria y provocadora.
La creación, le dije, debe ser un milagro. Pedro Páramo, ¿no es un milagro?