Ciudad de México. Desde hace 37 años, tras el temblor de 1985 existe la probabilidad de que la Brecha de Guerrero rompa y provoque uno de los eventos sísmicos más grandes de México; es decir, un movimiento de magnitud superior a 8, lo que ocasionaría, a su vez, un maremoto en el área y afectaciones en zonas del centro del país.
Lo anterior no ha sucedido por distintos factores geológicos, principalmente por los llamados sismos lentos, de acuerdo con los resultados del proyecto entre México y Japón titulado Evaluación del peligro asociado a grandes terremotos y tsunamis en la costa del Pacífico mexicano para la mitigación de desastres, que indican que el segmento de la brecha entre Papanoa y Acapulco es una zona con menor acoplamiento, lo que desencadena los sismos lentos, explicó en entrevista con La Jornada Yoshihiro Ito, responsable del trabajo por parte del país asiático.
“La energía que se juntaría normalmente por la subducción se va liberando por esos temblores lentos”, aclaró Ito, del Instituto de Investigación de la Prevención de Desastres de la Universidad de Kioto.
Luego de seis años de investigación, junto con Víctor Manuel Cruz Atienza, del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ito apuntó que la probabilidad de que ocurra un terremoto de magnitud 8 en esa zona “seguramente sería menor” debido a esos movimientos, aunque no se puede determinar ciento por ciento lo que podría suceder en esta Brecha de Guerrero ante la falta de conocimiento.
Puso de ejemplo los fenómenos de sismos lentos producidos en la zona de Tohoku, en el este de Japón, los cuales se movieron tras el terremoto tsunamigénico de 2011, que ocasionó la muerte de casi 20 mil personas y múltiples daños aún visibles. Por ello, destacó, “es importante seguir con las investigaciones en esta área del Pacífico”.
En la brecha, donde convergen la placa de Cocos y la Norteamericana, han pasado más de 104 años sin un sismo de magnitud igual o mayor a 7.6. Los detectados anteriormente cerca de esa zona son los de San Marcos, en 1957; Petatlán, en 1943, 1979 y 1985, que han producido daños y el incremento de temblores en la región epicentral y la Ciudad de México.
“El estrés se podría soltar en cualquier momento”
En el país la mayoría de los terremotos datan de la primera mitad del siglo XX, detectados por estar en áreas de rotura de la falla, “pero al ver que la recurrencia de los terremotos es de cada 100 años, esas zonas ya tienen acumulado demasiado estrés que podrían soltar en cualquier momento”, precisó Ito.
“Esto quiere decir que aparte de lo que tengamos marcado aquí puede haber otras áreas vacías de sismicidad que no estén señaladas o demostradas en los mapas de riegos, y si tenemos esta línea de subducción situada a lo largo de la costa del Pacífico mexicano, e independientemente de si está cerca o no de una brecha sísmica, toda la población de esta zona debe estar muy atenta a la posible ocurrencia de terremotos”.
En los pasados 250 años se han registrado más de 55 maremotos en el Pacífico, el más devastador fue el de 1787 ocurrido en la costa de Oaxaca.
Como parte del proyecto binacional, en el que participan más de cien personas entre investigadores y estudiantes, se han instalado sismómetros, sensores de presión hidrostática y GPS acústicos constituyentes a la red sismogeodésica, al análisis de datos y a la generación de mapas de riesgos con incertidumbre debido a grandes sismos en la brecha de Guerrero a escala regional y en la Ciudad de México, que incluyen métricas de ingeniería sísmica como aceleraciones seudoespectrales (SA, espectros de respuesta) y aceleraciones máximas del suelo (PGA), así como duración de la fase de fuerte sacudida.
Ito indicó que el programa piloto se desplegó en la ciudad de Zihuatanejo con el diseño de planes de reducción de riesgo de desastres basados en simulacros, rutas de evacuación y atención médica ante la alta probabilidad de un terremoto tsunamigénico.
Como parte de los análisis del proyecto, el sismólogo instó a investigar la Brecha de Chiapas porque el terremoto de magnitud 8.2 del 7 de septiembre de 2017, con epicentro en Tehuantepec, “ocurrió intraplaca”, de modo que la tensión que había entre dos placas no se liberó, y podría provocar daños.
El proyecto, financiado por el programa japonés Satreps y autoridades mexicanas, despliega su última fase, que en Japón concluirá en marzo y en México en mayo, con reuniones y cierre de conclusiones, pero buscará más recursos para continuar con estudios destinados a la compresión de la actividad sísmica en el Pacífico y otras partes del mundo, como Centro o Sudamérica.