El tsunami político causado por el acuerdo entre el gobierno de Alberto Fernández y el FMI (a debatir en el Parlamento y pendiente de aprobación por el directorio del célebre organismo hambreador) fue muy bien explicado por los moneros Rudy y Paz del periódico Página/12, de Buenos Aires.
Veamos. Un personaje dice a otro: “Tengo una buena y una mala noticia”. El otro, ataja “Dame la mala”. El personaje anuncia: “Acordamos con el FMI”. El otro, indaga: “¿Y la buena?” El personaje informa: “Acordamos con el FMI”.
Políticamente conscientes, los moneros develan con humor las desconcertantes tinieblas de la realidad. Luego, los analistas de excelencia proceden a gatillar minuciosas observaciones técnicas. Pero como no figuramos entre ellos, le cuento que hoy, en el país de los alimentos, la lechuga (orejona, romana, escalona) se vende a nueve dólares el kilo (180 pesos mexicanos).
Mire usted: el 27 de enero, en Tegucigalpa, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner comparó al FMI con el narco. Sin embargo, al día siguiente, el presidente que ella escogió en 2019 para derrotar al gángster neoliberal Mauricio Macri, celebró con alegría el entendimiento con el FMI.
Tres días después, en vísperas del viaje de Alberto a Rusia y China, Máximo Kirchner (presidente del Partido Justicialista) cuestionó el acuerdo, renunciando a seguir liderando el bloque oficialista en la Cámara de Diputados. Pero ya en Moscú, junto con Vladimir Putin, Alberto se manifestó contra la dependencia de Estados Unidos y el FMI…
No todo quedó ahí. En Pekín, Fernández comunicó que su país estaba listo para incorporarse a la Ruta de la Seda, y dirigiéndose al presidente Xi Jinping le dijo en el Gran Palacio del Pueblo: “Si usted fuera argentino, sería peronista” (sic, agencias). Entonces, dicen que dicen que un periodista de la comitiva, se preguntó: “¿y por qué no se decide a ser peronista en su país?”
Un poco de historia. En 1824, el gobierno probritánico de Buenos Aires acabó con la unidad proclamada en 1810 a la hora de la emancipación de las “Provincias Unidas del Río de la Plata” (hoy Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay), esperando que Inglaterra reconociera la independencia argentina.
Reino Unido consintió. Aunque a cambio del reconocimiento, le impuso al nuevo país un préstamo multimillonario con la banca Baring Brothers. Los “patriotas”, felices: “¡construiremos un gran puerto y obras de infraestructura para agua corriente, caminos, pueblos!” Nada se hizo. La plata desaparecíó en manos de especuladores, comerciantes y “próceres” que se enriquecieron, despojando de sus tierras a los pueblos indígenas. Finalmente, la deuda con Baring se pagó… 80 años después.
No obstante, la política de endeudamiento para “crecer” (¡ejém!) prosiguió, convirtiéndose en marca registrada del “ser nacional”. Y así, con ladrillos, mármoles, vitrales, maderas, bronces y mobiliarios importados uno a uno, se erigieron fastuosas mansiones, palacios y castillos en Buenos Aires y pampas aledañas.
A finales del siglo XIX, el presidente Carlos Pellegrini (1890-92) dijo lo que implícitamente advierte el equipo económico de Alberto: “No tenemos nada; si no pagamos seremos inscritos en el libro negro de las naciones insolventes”. Palabras que en 1933, el vicepresidente Julio Argentino Roca (hijo) manifestó con más claridad en un agasajo al Principe de Gales en el Club Argentino de Londres: “Argentina […] por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico”.
Pero a mediados del decenio de 1940, “llegó el comandante y mandó a parar”. Palabras más, palabras menos, Juan Domingo Perón decía: “Aquella nación que pierde el control de su economía, pierde soberanía. Astutamente lo saben nuestros enemigos […]. Yo afirmé que me cortaría una mano antes de firmar un empréstito y lo cumplí”.
Una política que sólo cumplieron dos presidentes: Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Y que Macri (junto con Donald Trump) revirtió en 2018, contrayendo con el FMI una deuda astronómica que dejó al país maniatado para los próximos 100 años.
Hoy, Alberto se apresta a legitimar la gran estafa contraída por la pandilla de Macri, creyendo que la salvación nacional estaría en la legendaria Ruta de la Seda de los chinos (versión 5G). Acaso por ello, Cristina y su hijo Máximo preguntan: ¿Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?) A lo que Alberto parece responder: ¡Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo! ¡Soy un extremista de centro!
En 1936, Leopoldo Marechal (1900-70) escribió en el poemario Laberinto del amor (1936):
Señor –le dije– clavo la rodilla y la frente, pero, ¿cómo salir de la noche doliente? Y respondió: En su noche toda mañana estriba De todo laberinto se sale por arriba si el alto Amor lo quiere. Pero la Ciencia dijo: En horas de tiniebla no te apresures, hijo.