Cananea, Son. / III y última. Han protagonizado una de las huelgas más largas en la historia laboral del país, pero ya no están dispuestos a esperar más, confían en que prospere la negociación que el sindicato minero comenzó en la Secretaría de Gobernación (SG) y no se vean obligados a tomar otras acciones, como el bloqueo de la carretera Cananea-Imuris, que por 72 horas llevaron a cabo el mes pasado.
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“El tiempo opera en contra de los mineros, de las víctimas, somos la parte más débil del conflicto obrero-patronal”, advierte el secretario general de la sección 65, Nabor Duarte Herrera, en un escrito dirigido al presidente Andrés Manuel López Obrador, en el que expresa la preocupación de sus representados por el hecho de que no se les incluyó en el Plan de Justicia para Cananea, que se puso en marcha el 11 de noviembre del año pasado.
“La lucha más importante por los derechos humanos en Cananea es la huelga de los mineros, que estalló en 2007, pero fue excluida”, hace notar al Ejecutivo federal.
En entrevistas con una treintena de huelguistas y sus familias, todos expresan indignación por ese hecho y responsabilizan de ello a la Secretaría del Trabajo, la que organizó el acto público realizado aquí, con el que se puso en marcha ese plan de justicia al que ni siquiera fueron invitados.
Carmen Díaz, esposa de uno de los huelguistas, expresa su frustración por la actitud de la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, de sentar junto al presidente López Obrador al representante de Grupo México, la empresa “que nos despojó de todo”. No estuvieron los mineros, ni nadie en nombre de los afectados por el derrame de ácidos y metales pesados a los ríos Sonora y Bacanuchi, resalta.
“El Presidente debe poner alto a todo eso y remediar lo que Grupo México nos ha hecho, en complicidad con los gobiernos del PRI y el PAN”, comenta Filiberto Salazar, un minero de 78 años de edad, quien fue herido en 2008 con un petardo que le dejó una cicatriz en la frente y otras secuelas, durante la confrontación violenta de los huelguistas con las fuerzas de seguridad federales y estatales que intentaron desalojarlos de los puntos de guardia alrededor de la mina.
Todas las expectativas de los mineros están puestas en la mesa de diálogo que se instaló en la SG, en la que participan la dirigencia local y nacional de los huelguistas. “Ojalá que obliguen a Grupo México a remediar las canalladas que nos ha hecho”, advierte Clarisa Clark, esposa de uno de los mineros. Destaca “la resistencia” de su marido y sus compañeros de la sección 65, que han soportado una campaña permanente de desprestigio en los medios de comunicación, pagada con la cuantiosa fortuna que Germán Larrea ha acumulado.
Presiones a líderes
Como no le funcionó, la empresa trató de cooptar a los dirigentes con fuertes ofrecimientos económicos. El presidente del Comité de Huelga de la sección 65, Jesús Manuel Verdugo, recordó que poco después de que colocaron las banderas rojinegras en el mineral, una noche de fines de noviembre de 2007 se presentó en su domicilio un alto ejecutivo de Mexicana de Cananea con una maleta llena de dinero.
“Te va servir para la cena y los regalos de tus hijos en Navidad, tienes muchos, me dijo, y yo le respondí: ‘no, son sólo cuatro criaturas’”. Agrega: “Me acercó un documento que quería que le firmara, donde aceptaba dejar el sindicato minero”. Al mismo tiempo, otro directivo llegó al domicilio del entonces secretario general, Sergio Tolano, con la misma propuesta.
“Sin ponernos de acuerdo, ambos les respondimos que no y les dejamos claro que no íbamos a traicionar al compañero Napoleón (Gómez Urrutia)”, resalta Verdugo.
En otra ocasión, rememora, antes de que Larrea lograra romper su huelga, llegaron hasta Cananea por Tolano y lo llevaron a la oficina del entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, en la Ciudad de México, y le ofrecieron mantener el contrato colectivo, con sólo firmar el documento para separarse del sindicato minero. Rechazó el ofrecimiento, a pesar de las presiones del funcionario del gobierno de Felipe Calderón.
Pasa el tiempo
El presidente del Comité de Huelga insiste en que no puede haber más demoras en la solución del conflicto que en julio cumple 15 años. Sobre todo, recalca, porque una buena parte de los huelguistas superan los 60 años y viven con enfermedades que les dejaron los muchos años de arrancar el cobre de las montañas y procesarlo hasta convertirlo en relucientes láminas.
Jesús Chávez, quien entró jovencito a laborar en la mina y se quedó por 32 años, hoy “está muy cascado”, comenta, con graves afecciones en los bronquios “por tanto tiempo de soportar los químicos y el polvo sin el equipo de protección adecuado”. Y sin recursos para comprar los medicamentos.
El minero Gustavo Córdova murió el año pasado víctima de covid-19 antes de cumplir 50 años. El virus “lo atacó muy fuerte porque sus pulmones estaban mal. No me duró más de un día, ni siquiera lo intubaron”, comenta, entre sollozos, su esposa Martha, a la que ahora sólo le queda su salario de enfermera para mantener a sus hijos.
“En Cananea es difícil encontrar una persona sana, que no tenga algún porcentaje de silicosis porque la concentradora y la planta de molibdeno están pegadas al pueblo y esta última emplea un reactivo que se conoce como Nash, que logra un nivel muy alto en producción, pero es de los más dañinos para la salud, por eso lo dosifican entre las dos y tres de la madrugada”, señala Hermenegildo Encinas, con su potente voz de norteño.
Sabe de lo que habla porque trabajó durante 17 años en las zonas de mayor riesgo. Le quedaron, platica, problemas de audición porque en el área de molienda, donde estuvo, el ruido en ocasiones es superior a 120 decibeles y “el supuesto equipo de protección era obsoleto, al igual que en el área de molienda donde los cinco colectores de polvo no funcionaban por falta de mantenimiento”.
Jesús Urrea López vive muy cerca de la mina y como no puede dormir ya bien, a veces sale al patio de su casa en la madrugada y en el ambiente “hay un olor a huevo podrido y un polvillo amarillento que cae en las casas y los carros. Con esto tenemos que vivir todos los días, no sé cuánto más pueda aguantar”.