De acuerdo con la ecología política, la crisis de la civilización moderna está modulada por dos fenómenos, la depredación y el parasitismo que una minoría ejerce sobre la naturaleza y sobre el resto de la población humana. Se trata de la crisis ecológica y de la crisis social, indisolublemente ligadas. En nuestra entrega anterior ( La Jornada, 18/1/22) exploramos la primera crisis (cuya mayor expresión es el desequilibrio climático). Ahora ofrecemos una apretada síntesis de la segunda. Aquí de nuevo echamos mano de la investigación científica más actual y rigurosa, que otra vez se torna subversiva porque revela una situación de injusticia brutal. De la misma manera que fueron colectivos de académicos los que develaron la crisis del clima y otros desastres ambientales, en el caso de la justicia social también las evidencias provienen de equipos internacionales de investigación. Aunque el número de estudios sobre la desigualdad social y la concentración de la riqueza se multiplican cada día, las dos fuentes más reconocidas sobre el tema son el Laboratorio sobre la Desigualdad Mundial (World Inequality Lab), con sede en Francia, y los reportes de Oxfam Internacional.
El Laboratorio sobre la Desigualdad es una iniciativa del economista francés Thomas Piketty, autor del libro El capital en el siglo XXI, traducido a numerosos idiomas, y de otras obras, iniciada hace 25 años. Los datos y análisis del laboratorio, que hoy es dirigido por un colectivo, se basan en el trabajo de más de 100 investigadores a partir de una base de datos. Esta vasta red colabora con instituciones estadísticas, autoridades fiscales, universidades y organizaciones internacionales para armonizar, analizar y difundir datos internacionales comparables en una perspectiva histórica.
El último reporte de este colectivo ( World Inequality Report 2022) consigna lo siguiente: el 10 por ciento más rico disponía de 52 por ciento de los ingresos y de 76 por ciento de la riqueza; la clase media de 39.5 por ciento y de 22 por ciento, y el sector empobrecido de sólo 8.5 por ciento y de 2 por ciento. Nótese que este último segmento representa nada menos que la mitad de la población humana, unos ¡3 mil 900 millones! Cuando estas cifras se comparan con las del pasado se observa no sólo que son peores que a principios del siglo XX, cuando los imperios europeos alcanzaban un dominio máximo, sino con los de 1820. Si los pobres de hoy disponen de 8.5 por ciento del ingreso global, en 1820 poseían 14 por ciento, con la salvedad de que aquellos eran algo más de mil millones y hoy los desposeídos casi cuatriplican esa cifra. Este panorama se ve confirmado por una fuente contraria: la Pirámide Global de la Riqueza 2020 que anualmente publica el Credit Suisse con el objetivo de festejar, soberbia y cínicamente, el aumento de multimillonarios en el mundo. Según el banco suizo el panorama actual es peor: el 12 por ciento más rico dispone de 84.8 por ciento de la riqueza mundial; la clase media de 13.7 por ciento y los pobres de sólo 1.3 por ciento. La idea de que vivimos un mundo cada vez más justo es una fantasía alimentada por miles de voceros. La evidencia científica desenmascara la verdadera situación.
Por su parte los informes de Oxfam Internacional ponen al descubierto la cruda realidad con datos duros. Por ejemplo, que cada 26 horas surge un nuevo multimillonario en el mundo, mientras las desigualdades aumentan. En su último informe, Las desigualdades matan, la organización afirma que las desigualdades contribuyen a la muerte de al menos 21 personas al día, es decir, una persona cada cuatro segundos. Se trata de estimaciones basadas en el número de muertes causadas a escala global por la falta de acceso a servicios de salud, la violencia, el hambre y la crisis climática. Ello se ha visto acelerado en estos dos años de la pandemia de covid-19. Los 10 hombres más ricos del mundo duplicaron con creces su fortuna, que ha pasado de 700 mil millones de dólares a 1.5 billones de dólares (a un ritmo de 15 mil dólares por segundo, o lo que es lo mismo, mil 300 millones de dólares al día) durante los primeros dos años de una pandemia que habría deteriorado los ingresos de 99 por ciento de la humanidad y que ha empujado a la pobreza a más de 160 millones de personas.
Como se observa, la situación actual es dramática y no hay manera de justificarla. Las acciones de justicia social deberían ser hoy en día de carácter urgente y obligatorio por todos los gobiernos del mundo y las organizaciones internacionales (ONU). Sin embargo, las minorías que acaparan la riqueza del mundo (unos 600 millones) disponen de tanto poder (político, militar e informativo), que lo anterior resulta inviable. Sólo la suma de ciudadanos con conciencia permitirá dar un vuelco a lo que es la peor desigualdad social de la historia.
A la memoria de Pablo Alarcón Chaires (1961-2022), ser luminoso, congruente y luchador eterno por la justicia social y ambiental.