El sábado pasado el presidente López Obrador dijo: “¿Por qué ganamos nosotros? Porque presentamos un programa de cambio, de transformación. No engañamos a nadie, nosotros no enarbolamos la bandera de la política neoliberal, dijimos: vamos a cambiar la política económica, y es lo que estamos haciendo”. Pero no hay tregua: todos los días en los medios, desde los más variados flancos, se reprueba su política económica; en síntesis: “AMLO no sabe lo que hace. Llámeme, señor, pregúnteme, yo le digo”.
El propósito social del Presidente persiste: en 2022 serán destinados 445.5 miles de millones de pesos para beneficiar a 65 por ciento de los hogares; además, la política de recuperación de los salarios continuará.
Las críticas suelen partir del crecimiento del PIB: el crecimiento es necesario para impulsar el empleo, se dice, entre otras cosas. Bueno, no es el crecimiento del PIB lo que impulsa el crecimiento del empleo, es el crecimiento de la inversión lo que impulsa el crecimiento del empleo y del producto. La inversión es lo que importa.
Los economistas saben (las personas enteradas también) que el neoliberalismo contrajo severamente la inversión pública como proporción del PIB, a partir de los años 1980. Las privatizaciones feroces jugaron su parte en la “jibarización” del Estado. Las reformas mal llamadas por el neoliberalismo “estructurales”, hicieron el resto. El crecimiento del producto y del empleo quedó, con mucho, en manos de la inversión privada. Un Estado raquítico quedaría a cargo de obras de infraestructura.
Es, por tanto, equivocado decir, como los medios lo dicen a todas horas: “durante la administración de fulano, el PIB creció o cayó así o asá”. Lo dicen en voz muy alta también los propios empresarios, responsables de la inversión que produce el crecimiento del PIB.
En 2019 Carlos A. Ibarra y Jaime Ros publicaron “La disminución de la participación del trabajo en el ingreso en México, 1990-2015”. Durante ese lapso hubo una lenta tasa de crecimiento de los sectores modernos de la economía, que llevó a una fuerte expansión de las actividades informales, caracterizadas por rendimientos decrecientes. En ese lapso –y hasta nuestros días– no hubo una tasa de inversión de los privados que llevara a un aumento significativo en la tasa de crecimiento del producto. Los autores se preguntan: “¿por qué la reducción de la participación laboral y su efecto positivo sobre la rentabilidad no han aumentado la tasa de acumulación?”; y responden: no hay crecimiento (simplifico): 1) porque la caída de los salarios reales contraen la demanda interna, lo que impide una mayor tasa de inversión; 2) “en un ambiente de movilidad del capital e integración industrial entre los dos países… la acumulación de capital en México pudo haber sido inhibida por la creciente participación de las ganancias, en Estados Unidos [EU] [donde también hubo una aguda caída de la participación de los salarios en el ingreso], que [neutralizó] el efecto potencialmente positivo del aumento en la participación de las ganancias en México”; 3) en un ejercicio análogo al concepto de Marx sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia a la par de un aumento en la masa de ganancias, los autores apuntan: “la caída de la tasa de ganancia a mediano plazo –y su tendencia a mantenerse plana en el periodo más reciente– debe explicarse por una caída en la razón producto-capital lo suficientemente fuerte para compensar el efecto del aumento en la participación de las ganancias y, en el periodo más reciente, la caída en el precio relativo de los bienes de capital”. La era de la innovación permanente conduce a índices de productividad insuficientes para los gigantescos montos de capital acumulado; el aumento en la masa de ganancias, a costa principalmente del aplastamiento del ingreso de los trabajadores, no consigue una tasa de ganancia que sea suficiente al capital, para invertir.
Las tendencias descritas, además, contribuyeron al aplastamiento de los sindicatos y al abatimiento extremo de los índices de sindicalización tanto en México como en EU. Los hechos reseñados no son temas de la coyuntura, ni problemas superables por alguna política económica genial; son los problemas contemporáneos del capitalismo en los centros, empeorado en los países dependientes. Como en otros momentos de la historia, los privados se encuentran frente a un límite que en el pasado se ha “solucionado” mediante diversas formas salvajes de destrucción de capital, para recuperar la tasa de ganancia. Cada momento límite (1929, 1945, 1965, 2000 y 2007), ha sido más difícil de superar que el anterior. Nadie sabe en qué parará el momento actual.
En tales condiciones ¿debería un gobierno popular esperar a que el capitalismo “corrija” sus problemas estructurales, para tomar decisiones en favor de los asalariados y los excluidos de siempre? El balón está del lado de los privados. Por lo pronto no será reventando más a los de abajo.