Mi generación fue formada bajo los parámetros de un proceso histórico que denominamos transición a la democracia. El discurso central hablaba de que la transición mexicana a la democracia había sustituido a un sistema de partido hegemónico por un sistema plural, con tres partidos principales; que el presidencialismo había sucumbido a la división de poderes con el establecimiento de un tribunal constitucional y los gobiernos divididos (1997-2018) y que dicha transformación había sido pactada con sucesivas reformas constitucionales y votada por la ciudadanía.
Hubo promesas que la transición logró. Otras no. Entre las primeras, la gestación de autonomías institucionales; de un sistema de partidos plural y alternancias a escala nacional sin derramamiento de sangre y, a nivel local, cambios de partido en casi la totalidad de las entidades. Sólo tres entidades no han experimentado una alternancia, y antes de que acabe el año serán únicamente dos.
Pero hubo promesas que la transición democrática no pudo cumplir. No significó mejores controles en lo local. Tampoco desarrollo económico, como los más optimistas señalaban. Pero sobre todo, el principal defecto fue no haber podido disminuir la corrupción y, por el contrario, ésta se multiplicó en los espacios locales sin contrapesos. La transparencia fue un paso importante, pero no logró los alcances esperados. El Sistema Nacional Anticorrupción, sin la información del Servicio de Administración Tributaria (SAT) y la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), resultaba incompleto. Por ello, el resultado electoral de 2018, entre otros elementos, como el carisma del presidente Andrés Manuel López Obrador, es reflejo directo del hartazgo de la sociedad mexicana por los niveles de corrupcion.
2018 cambió el discurso y la dinámica. El tripartidismo (evidentemente había más partidos políticos, pero tres fundamentales) fue sustituido por la presencia de un partido predominante que no ha hecho más que crecer. Y es predominante porque las elecciones son competitivas, pero los otrora partidos grandes sólo unidos pueden intentar competir con seriedad a Morena y con esa coalición rompen los propios matices que les daban presencia.
Otro cambio sustancial está en la visión de una democracia ya no solo representativa. A partir de 2019 se le ha dado un lugar especial a la democracia directa a partir de las distintas herramientas que el diseño constitucional permite: la consulta popular o la revocación de mandato, entre ellas. Hoy mismo uno de los principales debates en la nación es precisamente la revocación de mandato que, sin duda alguna, tendrá evidentemente como resultado la “ratificación“ del Presidente por un porcentaje muy elevado de votos.
Las cosas han cambiado, los conceptos con los que estudiamos los fenómenos políticos, jurídicos y sociales no nos permiten explicar de manera satisfactoria los nuevos tiempos. Debemos entender la nueva realidad y la transformación que se está gestando en nuestro país.