El compositor estadunidense George Crumb falleció el domingo pasado a los 92 años en su casa, tranquilo y rodeado por su familia. Encabezó una revolución musical y abrió camino a las siguientes generaciones. Después de él, Terry Riley, Steve Reich, Philip Glass, entre otros, gozaron de la fama que no tuvo Crumb, hombre modesto, sencillo, sabedor de que su obra ya había trascendido.
Georges Crumb es el constructor de los cimientos y de los andamios con los que se erigió el colosal edificio de la música contemporánea.
Una vez que ha abandonado el cuerpo físico, el mundo comenzará a percatarse de que teníamos a Prometeo entre nosotros y no hacía ruido, escándalo, aspaviento.
Entre los títulos que inmortalizaron hace décadas a George Crumb figura en primer lugar su obra maestra: Vox Balaenae, junto con otro clásico de la música contemporánea: Black Angels, que produjo un efecto expansivo entre una legión de músicos, encabezados por David Bowie, quien participaba su devoción por la obra de Crumb.
Las aportaciones técnicas de este autor oscilan en el territorio de las indagaciones tímbricas. Escribió una música ardua en apariencia pero dotada de intensa espiritualidad.
Además de la naturaleza, George Crumb defendió a las personas. Su obra es profundamente humanística y prolífica.
Visitó muchas veces México, donde el Cuarteto Da Capo ya había grabado en disco Vox Balaenae y donde distintas agrupaciones estrenaron muchas de las partituras de George Crumb, entre ellas la alucinante Dream Sequence.
La materia de los sueños era fundamento de muchas de las partituras de Crumb, además de la poesía, en especial la de García Lorca, los sonidos de la naturaleza y sus temas eran de lucha social, de defensa de los derechos humanos pero sobre todo de lo que él llamaba “el primigenio impulso espiritual”.