Tal vez fue el impacto de la noticia, el encuentro con lo inesperado, pero algo había en aquella mañana, la primera en la que los 100 de todos los partidos nos mirábamos con ese gesto que esconde y denuncia, defiende y ataca, y todos, o casi todos, estábamos ahí para cumplir un sueño: construir la Constitución Política de la Ciudad de México.
El despertar ya se había anticipado y fue duro, desesperante. El 15 de septiembre de hace poco más de cinco años todo el grupo del PRD fue citado en un salón del Palacio de Minería. Por fin, después de una serie de reuniones en las que no se llegaba a nada, esta vez, con los trabajos legislativos ya encima, todo el mundo esperaba la postura del partido.
Un tanto tarde, Jesús Ortega llegó a la reunión, y aún sin tomar asiento, lanzó la amenaza demoledora: “si no hay alianza con el PAN no habrá Constitución”.
No era una ocurrencia del líder amarillo, ni mucho menos la urgencia de terminar los trabajos para cumplir con el compromiso que demandaba la sociedad capitalina, más bien fue la estrategia para fincar un proyecto: inclinar la primera Carta Magna de la Ciudad de México hacia la derecha.
El no a la transgresión del ideal de justicia que tendría que establecerse con las leyes que ocuparan la Constitución fue levantado de inmediato por quien esto suscribe, pero después también lo hicieron Tobiann Ledezma y Manuel Oropeza, miembros del equipo de Dolores Padierna, que en el discurso nunca estuvo de acuerdo con los chuchos.
Ortega y la mayoría de perredistas se dieron cuenta de que no sería fácil transitar hacia la derecha con el acuerdo unánime que pretendían. Ese fue el primer intento, más adelante se propuso, incluso, algún método para hacer ley los gobiernos compuestos por militantes de varios partidos.
Del otro lado se propuso entonces obligar por ley a los candidatos a los puestos de elección a cumplir con sus promesas de campaña y en caso de que no lo hicieran acusarlos de traición al mandato y echarlos del poder.
En la comisión correspondiente, donde la mayoría era perredista, la iniciativa fue rechazada aunque contaba con los votos de la maestra Ifigenia Martínez, Jaime Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros. Me tocó presentar en tribuna la propuesta, que boicoteó Dolores Padierna.
A la distancia queda claro que desde el punto de vista del PRD, aliado al PAN, no podría incluirse en el texto constitucional algo que pudiera evitar el engaño y la traición al voto, es decir, al ciudadano.
Sabedor de los caminos utilizados una y otra vez por el PRD para anular lo que no les conviene, la misma iniciativa se presentó en otra mesa. La doctora y diputada Margarita Valdés Villarreal la propuso en otra comisión, donde fue aprobada, y luego por el pleno, por lo que la intención de Padierna quedó sin efecto.
El ideal de derecha del chuchismo tampoco apareció durante los meses que tardaron los trabajos de la Comisión Redactora de la Constitución, lo asegura Rogelio Muñiz, el miembro más importante del equipo de consultores, pero Manuel Oropeza asegura que en tanto se redactaba el texto, los encuentros entre el jefe perredista y el PAN avanzaban.
Pese a todo, hace cinco años la Cuidad de México, que dejaba de ser Distrito Federal, tenía sus propias leyes, y la Carta Magna fue considerada como un conjunto de leyes de avanzada. El asunto es que las autoridades y los miembros del Congreso de la ciudad evitaron recordar el asunto y mejor celebraron la promulgación de la de 1917. No todo lo pasado fue un fraude, hubo gente que lo impidió.
De pasadita
Con su cinismo ya clásico, el jefe de lo que queda del PRI, Alito Moreno, declaró que en su partido “no impulsaremos ni apoyaremos ninguna reforma que beneficie a México”. ¿Más claro..?