América tiene varios corazones. Esas latencias palpitan bajo, como los corazones indómitos, y son tectónicas cuando despiertan. Dos latidos se sienten más fuertes en este momento, pueden sentirlos ustedes si hacen silencio y se escucha un poquito profundo en su pecho: un corazón es el Cauca, en Colombia, y otro es Chiapas, en México.
Albeiro Camayo fue coordinador de la guardia indígena, protector de uno de esos corazones. Nació, creció y fue asesinado defendiendo su territorio en el norte del Cauca. Su tarea inició en Las Delicias, municipio de Buenos Aires, y se desbordó por todos los rincones de las montañas, que lo recuerdan por su fuerza, su dignidad y templanza. Era gran padre, había trabajado duro en los puntos de control durante la pandemia, había enseñado a los jóvenes el amor por sus montañas; su andar le daba la autoridad para ser un referente operativo en el control territorial en contra de los traficantes de cocaína, de los proyectos despojadores de las élites y de los reclutadores de jóvenes. Él era uno de esos hijos del proceso de resistencia milenaria en defensa pacífica de la vida y el territorio.
Una de sus tareas más recientes y más importantes había sido la coordinación de la Minga en Cali en medio de las protestas de los últimos años. Desde las ventanas de edificios y carros, un sector de la ciudad los recibió a bala. En su despedida de la ciudad afirmó: “Seguimos firmes en esta lucha, las balas en nuestros territorios son el pan de cada día de nuestras comunidades, no nos asustan las armas, no nos asustan las balas; hemos dicho que si hay que dar la vida por defender nuestros derechos, lo vamos a hacer y lo hemos cumplido, compañeros”.
Días antes de su asesinato, en un ejercicio de control territorial en el páramo, los mismos que mataron a Albeiro habían disparado contra unos guardias indígenas protegidos con su bastón de mando y su chaleco. Al abrir fuego indiscriminadamente, asesinaron al menor Kiwe Thegnas Breiner Cucuñame, de 14 años, e hirieron a otros guardias.
Albeiro se sentía orgulloso de que la semilla de la protección de su territorio estaba más fuerte que nunca. También más fuerte que nunca es el asedio narcoparamilitar sobre sus tierras. El comunicado del CRIC –el Consejo Regional Indígena del Cauca, que aglutina a 139 autoridades tradicionales– afirma que en los últimos tres años han sido asesinados 314 compañeros; de éstos, 98 por ciento son pertenecientes a los Nasa. Estos grupos narcoparamilitares, autodenominados FARC, han operado en función de los intereses económicos de ciertos sectores como las redes de tráfico mexicanas y colombianas de cocaína, así como las conexiones de políticos y militares, como los que han dirigido la acción contrainsurgente toda la vida en contra de la vida, la resistencia y la defensa del territorio. Además, los aviones de inteligencia de Estados Unidos recorren juiciosamente la región también. Como dije en forma de dolorosa proyección en mi artículo anterior, son el ejemplo del tercer espectro de la paz en Colombia.
Una situación crítica se vive también en Chiapas, alertada de forma comprometida por Raúl Romero y otros autores más en las páginas de La Jornada, mostrando también en su análisis la responsabilidad del crimen trasnacional, de los cárteles y de los intereses partidistas en el despojo.
El comunicado del CRIC nos demanda la solidaridad internacional, un observatorio humanitario permanente frente al inminente riesgo de asesinatos y despojo. Albeiro ya nos lo había dictado cuando en medio de la lluvia declaró la “unidad de todos los pueblos” en su intervención de la Minga despidiéndose de Cali.
Tal vez ya es hora de atender su llamado. Tenemos que empezar a darnos la vuelta hacia Chiapas y el Cauca, hacia donde tenemos que armonizar nuestro corazón y, por encima de todo, nuestra acción.
*Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana, AlaOrillaDelRío. Su último libro es Levantados de la selva