Por motivos internos y externos, la administración Biden y el Estado profundo que controla Estados Unidos necesitan fabricar otra guerra “caliente”. De allí que desde hace un año la maquinaria mediática del establishment y sus socios subordinados de la OTAN han venido manipulando e intoxicando a sus audiencias con el señuelo de una “invasión rusa” a Ucrania.
Alternada con la sinofobia bipartidista (Trump/Biden), la rabiosa narrativa de saturación occidental con eje en la coyuntura en la demonización de Rusia, forma parte de la propaganda geopolítica de Washington y sus “vasallos” (Zbigniew Brzezinski dixit) de la vieja Europa, en el marco de una guerra sicológica que ha sido definida por Moscú como la “diplomacia del megáfono”.
No obstante, tras la puesta en escena de Ucrania –devenido en Estado forajido controlado por autoridades neonazis al servicio de oligarcas mafiosos tras el golpe de Estado made in USA de 2014, e inundado de armamentos por 650 millones de dólares por el complejo militar-industrial−, existen indicios de que desde hace meses los servicios de inteligencia (CIA, FBI et al.) y elementos de las fuerzas de operaciones especiales (Special Operation Force, adscritos al Departamento de Defensa), junto con su brazo armado, la OTAN, desarrollaron “operaciones encubiertas” múltiples y simultáneas en Asia Central, con apoyo clandestino de terroristas extranjeros “amigos” (mercenarios y paramilitares neonazis). Tales parecen ser los casos de sendos golpes de Estado fallidos bajo el formato de “revoluciones de colores” estilo Maidan en Bielorrusia, limítrofe con Rusia; Kazajistán, extenso territorio situado entre Rusia y China, con apoyo de Gran Bretaña e Israel, y en Kirguistán, ubicado entre China y Kazajistán.
Cabe recordar el discurso de Vladimir Putin ante la Asamblea Federal rusa en abril de 2021, donde sin mencionar específicamente a Occidente –y dirigido elípticamente a los halcones expansionistas de la esfera atlantista−, dijo que la política del Kremlin “es garantizar la paz y la seguridad para el bienestar de nuestros ciudadanos y el desarrollo estable de nuestro país”; (sin embargo), si “alguien no quiere... dialogar, sino que elige un tono egoísta y arrogante, Rusia siempre encontrará la manera de defender su posición”. Subrayó: “No queremos quemar ningún puente. Pero si alguien percibe nuestras buenas intenciones como indiferencia o debilidad y pretende quemar esos puentes por completo o incluso volarlos, debe saber que la respuesta de Rusia será asimétrica, rápida y dura”. Sutil, ante el eventual uso de Ucrania por EU como “instrumento de contención” de Rusia (la vieja doctrina Kennan modernizada en los 80 con los muyahidines de Osama bin Laden para empantanar a la Unión Soviética en Afganistán, remozada ahora con los neonazis de la plaza Maidan), Putin advertía sobre el poder disuasorio de sus Kalibrs, Kinzhals y otras armas hipersónicas si las cosas se ponen difíciles.
Desde entonces, y ante la narrativa de la “invasión” repetida ad nauseam, Putin ha propuesto a Biden firmar un tratado vinculante para garantizar la paz mediante el estricto respeto de la Carta de la ONU, y repitiendo las “líneas rojas” que Moscú no está dispuesta a que se franqueen. En particular, el ingreso de Ucrania a la OTAN y el emplazamiento de infraestructura militar en los 2 mil kilómetros de frontera común. La razón: en los 80 San Petersburgo estaba a casi 2 mil kilómetros de la OTAN; si Ucrania entra a la OTAN, Moscú quedaría a 450 kilómetros de los misiles estadunidenses, a sólo 5 minutos. El acortamiento de la distancia entre misiles y objetivos implica que no haya posibilidad de una respuesta similar del otro lado. De allí que el vicecanciller Sergei Ryabkov, cebeza de la delegación rusa en las conversaciones en torno a Ucrania en Ginebra, dijera que no confirmaba ni descartaba la posibilidad de poner infraestructura militar en Cuba y Venezuela si EU y la OTAN se expanden hacia el este de Europa. Por razones de sobrevivencia, Moscú, que tiene una alianza económico-militar con China, trata de mantener el “equilibrio estratégico” en la eurozona.
La competencia intercapitalista entre el team “Estado profundo de EU/OTAN” y China como potencia global y la Federación Rusa como potencia regional (unipolarismo vs. multipolarismo), incluye la amenaza occidental de más “sanciones” a Rusia y desconectarla del sistema Swift (red de mensajería que usan las instituciones bancarias y financieras). Según los conocedores de la Ruta de la Seda, el Departamento de Justicia de EU ya aprobó dos paquetes de sanciones para frenar que funcione el gasoducto Nord Stream-2, pues sería el camino a una mayor integración económica de la Unión Europea con Rusia y esencial en el engranaje de una eventual alianza ruso-germana que vuelve locos a los halcones de Washington.
Aparte de su sofisticado armamento y su capacidad tecnológica cibernética, lo que genera ingresos en efectivo a la economía de Rusia es la demanda mundial de petróleo y gas. Rusia es un actor estratégico en los mercados mundiales de energía: representa casi 40 por ciento de las importaciones de gas de Europa (más de 50 por ciento en el caso de Alemania). De allí que el eje París/Berlín quiera desescalar la crisis artificial ucrania. En 2015, industriales alemanes impulsaron el acuerdo entre la empresa estatal rusa Gazprom y cinco compañías europeas (Royal Dutch Shell, E.ON, OMV y Engie) para construir NS-2. Cancelar el gasoducto sería un incumplimiento del contrato que implicaría cientos de miles de millones de euros.
EU vive una crisis de identidad con amagos de guerra civil y Biden necesita recuperar su alicaída popularidad. Por lo que podríamos estar ante una clásica operación de “menear la cola del perro” ( wag the dog), es decir, una acción militar superflua para distraer a la opinión pública estadunidense ante una impresión masiva de dinero que enmascare el colapso económico que se avecina.