Reino Unido., Imaginen a cientos de trabajadores llegados para construir un templo solar hace 4 mil 500 años en una Europa “interconectada”, propone la arqueóloga Susan Greaney entre las piedras de Stonehenge, conjunto neolítico inglés dispuesto a desvelar misterios en una exposición “única” del Museo Británico.
“Es un templo alineado con los movimientos del Sol”, explica esta responsable de English Heritage, organismo británico que gestiona el monumento, 140 kilómetros (km) al oeste de Londres, formado por los restos de dos círculos concéntricos de enormes piedras talladas para formar columnas y dinteles en una época en que no existían utensilios de metal.
Con lo que pudo ser un altar en el centro, las dos puertas principales están alineadas para que por una salga el sol en el día más largo del año, 21 de junio, y por la opuesta se ponga en el más corto, 21 de diciembre.
“Estas personas eran agricultores, tenían cultivos, animales” y “el ciclo del año sería una parte esencial de su modo de vida”, agrega Greaney mientras el Sol se eleva sobre el horizonte de la inmensa pradera en un amanecer glacial.
Para agregar más misterio a un lugar que ha generado incontables leyendas, los expertos determinaron recientemente que muchas de estas piedras proceden de un emplazamiento situado a más de 250 km de distancia.
Las podrían haber traído con ellos los constructores, que migraron buscando tierras más fértiles, por su valor simbólico, tal vez relacionado con sus ancestros ya que se hallaron también restos de cremaciones, explica Neil Wilkin, comisario de la exposición El mundo de Stonehenge, organizada del 17 de febrero al 17 de julio por el Museo Británico de Londres.
Con ella, afirma, espera “aportar nueva luz” -gracias a descubrimientos recientes mediante el ADN y análisis de materiales- y desmontar el mito de los primitivos hombres de las cavernas, presentando a estos hábiles constructores que, en torno al año 2500 aC, mostraban conocimientos y prácticas sofisticadas.
“Voluntarios” llegados de lejos
Declarado Patrimonio Mundial por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) en 1986, Stonehenge no fue, defiende Greaney, construido por esclavos sino por “voluntarios” movidos en una especie de peregrinación espiritual.
“Tal vez una vez en tu vida, ibas a pasar un año ayudando con el gran proyecto religioso comunal, que debía resolver (...) la relación con los dioses”, explica.
A 3 km de aquí, en Durrington Walls, se hallaron en 2004 restos de pequeñas casas, hechas con ramas entrelazadas y recubiertas de yeso, donde podían alojarse cientos de trabajadores venidos de lugares lejanos, que vestían tejidos de fibras naturales y calzaban zapatillas de piel rellenas de hierba contra el frío.
En la exposición, Wilkin busca también establecer los vínculos de estos pueblos con el continente europeo en un “mundo interconectado” por grandes migraciones.
Para empezar, “la idea de convertirse en agricultores llegó del continente”, asegura. “Así que seguimos ese movimiento a través de los objetos que se movieron con ellos”.
Como un cabezal de hacha fabricado con jadeita verde extraída a mil 300 km de aquí, en los Alpes italianos, y llevada a la región hace 6 mil años. Se conserva en el Museo de Wiltshire junto otras piezas de la prehistoria local, incluida una cuenta de cristal rojo procedente del Mediterráneo, que demuestran estas amplias conexiones europeas.
Para poner Stonehenge en perspectiva, el Museo Británico reunirá 430 objetos prestados por 35 colecciones.
“Es una oportunidad única de ver todo este material junto”, afirma Adrian Green, director del Museo de Salisbury, que contribuye a la muestra.
Toda esta zona del suroeste de Inglaterra está salpicada de monumentos neolíticos, como Wood-henge –restos de una estructura circular formada por troncos–, West Kennet Long Barrow –cinco cámaras funerarias de piedra– o Avebury Stone Circle –tres veces más grande que Stonehenge– con piedras de hasta 100 toneladas y un foso de nueve metros de profundidad.
La región espera aprovechar el impulso mediático de la exposición para atraer de nuevo a los visitantes –un millón venían anualmente Stonehenge antes de la pandemia– con una ruta turística bautizada Great West Way.
Porque si sólo 100 años después de su construcción Stonehenge perdió su uso original, con la llegada de pueblos que trajeron del continente el dominio de los metales y con él un revolucionario cambio cultural, el lugar nunca dejó de fascinar y cada generación le ha dado su uso místico.
Así, “no hay un Stonehenge, sino muchos”, afirma Wilkin.
Llegados muchos siglos después, los druidas celtas siguen ahora reuniendo aquí a miles de personas en cada solsticio de invierno y verano.