Estamos frente a una joya bibliográfica: Relatos de música y músicos: de Voltaire a Ishiguro (1766-2013), publicado en Barcelona por Alba Editorial, con selección de textos y presentación a cargo de Marta Salís. Es un hermoso libro cuya portada nos seduce de inmediato. Acomoda perfecto el mote de libro de cabecera por su tamaño, grosor, comodidad e íntimo decoro.
En 723 páginas, tenemos 44 relatos de los grandes maestros de la literatura anglosajona, germánica, nórdica, mediterránea, eslava y latinoamericana. Todos los textos de este grueso, imponente volumen, son música, es decir: su materia prima es la música, como dramatis personae, referente, anécdota, sonido de fondo y forma.
El índice es impresionante: Voltaire, hermanos Grimm, Gérard de Nerval, Balzac, Herman Melville, Tolstói, Bécquer, Turguénev, Maupassant, Thomas Hardy, Chéjov, Thomas Mann, Luigi Pirandello, James Joyce, Katherine Mansfield, H.P. Lovecraft, Nabókov, Dorothy Parker, Langston Hughes, Carson McCullers, Kazuo Ishiguro y una grata sorpresa: esta monumental antología de grandes consagrados termina con el texto alucinante de un mexicano, joven: Horacio Warpola. Albricias.
Este libro lo consiguió el Disquero hace tres años, cuando fue lanzado mundialmente, en ebook, y entre sus características y virtudes, además de suculencia, es que se trata de esos libros que se pueden leer en el orden que uno disponga, o bien de principio a fin, como lo hicimos en las semanas recientes que ya se pueden conseguir en librerías de la Ciudad de México ejemplares impresos en papel y pasta dura.
La comodidad de la lectura en el formato ebook queda trocada entonces por la dicha inicua de ganar el tiempo hojeando el libro y cayendo en trance frente a la belleza, misterio, poderío sin fin de todas y cada una de sus páginas.
Si bien el formato ebook nos permite leerlo en el teléfono celular y en cualquier lugar, situación o circunstancia, o bien en un iPad o en la pantalla de la computadora de mesa o en la laptop, tener el libro físico en las manos permite un placer insuperable no solamente al tacto sino a todos los sentidos, al alma y al espíritu. Pasar una a una cada página es como saltar de una nube a otra, flotando en el cielo en la fascinación de la lectura que nos hace viajar, soñar, divagar, entrar en trance y en toda suerte de ensoñaciones.
Vamos pasando las páginas y el enorme libro lo tenemos ya sobre los muslos, ahora sobre el pecho, luego arriba de nuestra cabeza y cuando llegamos a las páginas casi finales, poseídos de placer y magia con todos y cada uno de los anteriores 42 relatos, cuando llegamos al capítulo 43, correspondiente al texto de Kazuo Ishiguro, ya el grado de fascinación es inmenso y nos lleva a decir: Kazuo, nuestro amado Ishi, es el más grande escritor que está frente a nuestras narices, oídos, ojos y pocos nos percatamos de su genio.
Muchos lo conocen por la película Lo que queda del día, de James Ivory, con Anthony Hopkins, Emma Thompson, Christopher Reeve y Hugh Grant, basada en The Remains of the Day, la novela publicada en 1989, y porque le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura hace cuatro años y porque hubo quienes hicieron berrinche porque el año anterior la Academia Sueca premió a “un cantautor”: Bob Dylan, y al año siguiente se lo dieron a otro “cantautor”: Kazuo Ishiguro.
Nuestro Ishi es uno de los escritores más amados por legiones de lectores, en realidad. Es tan poderosa su escritura que cuando llegamos a la página 687 del libro que hoy reseñamos: Relatos de música y músicos, ya de plano tenemos una posición corporal muy extraña: con la palma derecha sostenemos las 36 páginas restantes mientras con la mano izquierda, tendente a cerrarse en puño, sostenemos el grosor de las ya leídas y nos mantenemos absortos, desorbitados, y en órbita.
Como la casi totalidad del libro, el texto de Ishiguro sostiene personajes de nombres ficticios, pero su poder es tan grande, que no resistimos la tentación de buscar en Spotify música de su personaje, el crooner Tony Gardner y por supuesto que no encontramos nada, bueno, es un decir, porque lo que aparece como música de un cantante con ese nombre es bien equis, es decir: una nadería.
La verosimilitud es una de las virtudes de la sinfonía fantástica que es toda novela de Ishiguro.
Y ya que dijimos buscar en plataformas musicales la música que nace de este libro generoso, los editores tuvieron el tino de añadir al final del libro la lista de las piezas musicales mencionadas en todos los relatos, así como un enlace donde se pueden escuchar: http://bit.do/relatosdemusicaymusicos
Además de un código QR.
Como en toda antología, hay textos que ya conocíamos y la selección no siempre es de nuestra entera satisfacción, cosa que sucede también en los discos que recopilan canciones de nuestros grupos favoritos y no siempre estamos de acuerdo con los criterios de selección.
Pongo un ejemplo: el texto que eligió Marta Salís para representar a Pascal Quignard, el autor favorito del Disquero, es Todas las mañanas del mundo y uno puede entender las razones: es el texto más asequible, en todos sentidos y quizá más representativo de Quignard, además de que, nuevamente, existe un referente cinematográfico: muchos conocen la película Todas las mañanas del mundo, mientras pocos conocen el universo literario del autor del guion de esa película, cuyo origen es la novela Tous les matins du monde, del mismo Quignard.
El Disquero hubiera seleccionado el que, humilde pero fervorosamente, considera como el texto más hermoso que ha escrito Pascal Quignard y se llama La lección de música y viene en el libro del mismo título.
Ese detalle de lector y melómano, el saludable desacuerdo con los textos seleccionados, no es una crítica negativa, es un diálogo con la antologadora, y por supuesto que no demerita en absoluto la compilación. Toda buena antología, este es el caso, genera un diálogo con sus lectores, necesaria y venturosamente.
Y ahora que dije libro del mismo título, hay relatos incluidos en este volumen que pertenecen a libros del mismo o de otro título pero que ya conocíamos, como el que seleccionó Marta Salís para representar a James Joyce: Una madre, que es uno de los 15 relatos que componen Dublineses.
Y ahora que mencioné a James Joyce, su ejemplo nos sirve para reafirmar nuestro aserto de que estos textos son música: el escritor irlandés era tenor, se exilió luego de que le esquilmaron crasamente un premio en un concurso y se dedicó a escribir y afirmaba que no era escritor sino músico, aunque sus partituras tuvieran letras en lugar de notas musicales, y a propósito de su enigmática, inescrutable obra Finnegans Wake, él simplemente decía: “es pura música”.
Y ya que mencioné a James Joyce, debo decir que entre las particularidades de esta majestuosa antología es que, curiosamente, abundan los autores irlandeses, además de Joyce, y venturosamente abundan las mujeres, algunas de ellas originalmente profesionales de la música también, como Carson McCullers, quien fue niña prodigio (tema recurrente en esta antología: los niños prodigio) destinada a ser concertista de piano, o Katherine Mansfield, una virtuosa del violonchelo cuyo estilo literario fue delineado por Wagner y por Debussy, y por supuesto, otra escritora amada: Virginia Woolf, quien recurrió a la música como metáfora de la literatura y la música le sirvió como modelo para desarrollar la técnica narrativa del flujo de conciencia.
También, abundan en esta antología los escritores que fueron primero reporteros, periodistas especializados en música o colaboradores en periódicos y en hebdomadarios.
Muchos de los autores aquí antologados fueron o son músicos, como Pascal Quignard, las mencionadas Carson McCullers y Katherine Mansfield, E.T.A Hoffman, quien fue también compositor, director de orquesta y crítico musical, o Willa Cather, periodista especializada en música, o el también periodista musical Alejo Carpentier, o Langston Hughes, quien leía sus poemas acompañado de una banda de jazz, o James Baldwin haciendo gospel, blues y jazz, y regresamos a nuestro amado Ishi, de quien documenta Marta Salís, autora de las espléndidas fichas que anteceden a los textos de cada autor antologado: Kazuo Ishiguro “quería ser músico y llamó a muchas puertas en busca de un contrato discográfico y aprendió como letrista algo, según él, clave en su literatura”.
Ahora habla Ishiguro: “que, en una canción íntima, sincera y en primera persona, el significado no puede ser diáfano en el papel. Tiene que ser ambiguo, a veces hay que leer entre líneas”.
Entre líneas, sobre líneas, en subtexto, nuestra fascinación crece y crece a medida que decrecen las páginas que tenemos por delante en el libro y se abultan las que dejamos atrás, pero quedan para siempre en nuestra memoria y en nuestro corazón.
Gracias, Marta Salís, por esta hermosa antología. Gracias, Alba Editorial, por esta joya bibliográfica. Gracias, hermosa lectora, amable lector, por su paciencia y su bondad.
Recomiendo la lectura de este hermoso libro de cabecera, el disfrute de estos bellísimos 44 textos de escritores que son compositores. Joseph Conrad lo dice desde el principio de este libro, en la página 9, y todos los autores antologados lo confirmarán con sus textos en las siguientes páginas hasta sumar 723: “La música es el arte supremo”.