¿Alguna otra compañía ha cuidado tanto de su imagen como la empresa de Walt Disney? Durante décadas, ver el nombre de Disney significaba lo mismo para todos: elefantes voladores, leones cantarines y niños heroicos como protagonistas. Nada de sexo, y sólo la violencia que un menor pudiera soportar. En años recientes, a los personajes incluso se les ha prohibido encender un cigarro frente a la cámara, por miedo a que algún menor encuentre inspiración en el humo. Pero esta semana apareció en el catálogo de su servicio de streaming, Pam & Tommy, serie biográfica que habla de la famosa cinta sexual de la protagonista de Guardianes de la bahía Pamela Anderson, y el baterista de Mötley Crüe, Tommy Lee.
Tiene un enfoque juguetón sobre el tema, sin escatimar en lo explícito. El segundo episodio muestra una discusión entre Tommy y su pene. En otras escenas se ve a la pareja teniendo relaciones sexuales, bailando o consumiendo drogas. Aunque la serie está en Star, desde la fusión de 2019, la plataforma forma parte de Disney. Incluso cuando con la serie documental The Beatles: Get Back se tuvo que incluir una advertencia sobre el lenguaje y el consumo de tabaco. ¿Estamos experimentando una nueva forma de trabajar de la compañía, entonces?
Violencia, sexo y drogas aseguran ganancias
No exactamente. Por un lado, la decisión de incluir contenido para adultos en Disney+ es asegurar ganancias. Sin duda existe un mercado para la violencia, el sexo y las drogas en la pantalla.
Plataformas como Netflix llevan ya varios años aprovechando géneros como el crimen y el terror para satisfacer a su audiencia, y una compañía de las dimensiones de Disney no llega a ese crecimiento sin ser despiadada en su búsqueda de ganancias.
Sin embargo, muchas de estas producciones fueron hechas por otras empresas, centrando Disney su atención en producir originales para una audiencia familiar más tradicional, y aunque la empresa tiene su rincón dedicado al contenido para adultos, por su lista de proyectos se puede ver dónde está gastando dinero: películas animadas familiares (Red, La era el hielo 7, Río 3), remakes de sus clásicos (Pinocchio; Lilo & Stitch; Peter Pan y Wendy), secuelas de películas y proyectos como la costosa, brutal y desafiante The last duel de Ridley Scott, a la que Fox le había dado luz verde antes de la fusión.
Tener dos secciones por separado podría parecer una buena idea, pero sólo cuando existe equidad. Al parecer, la parte familiar en el caso de Disney es absolutamente dominante cuando se trata de presupuesto y respaldo frente al público, y a pesar de lo buenas que puedan ser estas producciones, debería haber también una alternativa.
Al cuidar el contenido para audiencias más jóvenes, incluso los proyectos más maduros como The Mandalorian siguen teniendo prohibido explorar otros aspectos de la experiencia humana. La inclusión del sexo, la violencia y las drogas en la pantalla es importante no por la excitación que causa, sino porque es honesta.
Todavía hay una sombría ambigüedad sobre el futuro del cine y la televisión para adultos, y Disney es un factor innegable. Al menos algo de consuelo da poder ver los excesos de Pam y Tommy. Si la mitad de la cultura popular se va a crear bajo el ala de una compañía de cine infantil, lo menos que podemos esperar es que maduren un poco.