Ucrania, según el periódico El País (6/6/20), es la nación más pobre de Europa, incluso que Moldavia. Resulta difícil imaginarlo, pero las estadísticas del Banco Mundial lo confirman. En 2020, el ingreso per capita de esta nación –3 mil 726 dólares por persona– era un poco más bajo que el de El Salvador –3 mil 796 dólares–. No siempre fue así. Desde la muerte de Stalin, quien castigó duramente a su mundo rural durante la colectivización de la tierra entre 1928 y 1934, el país devino una de las repúblicas más prósperas de la región. Desde los años 50, Moscú trasladó a su territorio la construcción integral de los aviones Antonov, la industria de los reactores nucleares, sus bases enteras de submarinos atómicos (situadas en Crimea precisamente) y la convirtió en el granero soviético.
¿Qué sucedió después de 1991 con la desaparición de la URSS? La mayor parte de las empresas que fueron privatizadas cayeron en manos de una de las más inverosímiles oligarquías modernas. Cuatro grupos “empresariales” (concentrados en la construcción, la banca, la producción de alimentos, los medios de comunicación y el comercio) acabaron concentrando 70 por ciento del ingreso nacional. Aunque la mayor parte de ese ingreso proviene de dos fuentes: la renta que Rusia paga a Kiev por permitir el paso de su gas hacia Europa y las exportaciones de trigo a través de los puertos del mar Negro. Desde los años 90, se promulgó una ley que hizo posible (y protege) la concentración de 80 por ciento de la tierra fértil en manos de 21 latifundistas. Una situación parecida a la que imperaba antes de las reformas impulsadas por el propio zarismo en 1863. A partir de 1993, la pauperización de los trabajadores del campo y la ciudad resultó prácticamente salvaje. Otro de los ingresos vitales lo representan las remesas anuales de 10 millones de ucranianos, los cuales trabajan estacionalmente en Europa. Cuatro millones de jóvenes han emigrado para siempre.
Todos y cada uno de los presidentes (incluido el actual Volodymyr Zelensky) han provenido de esta casta seudoempresarial.
Las protestas sociales contra “la corrupción” (principal mecanismo de acumulación de riqueza, Ucrania cuenta todavía con 3 mil 600 empresas estatales) comenzaron desde 2008. Carente de toda identidad política, la oligarquía encontró finalmente la fórmula para fincar su legitimidad: el europeísmo, es decir, el nacionalismo. Fue Viktor Yanukovich, quien después sería criticado de prorruso, el primer presidente en plantear la posibilidad de un tratado de libre comercio con Europa. A Moscú no le gustó la idea. Ello despertaría la tentación expansiva de la Unión Europea (UE) y Putin obligó a Yanukovich a retirar la propuesta del acercamiento hacia Europa occidental. Por su parte la prensa occidental se encargó, junto con la élite ucrania, de encender la mecha que ardería en pocos meses: el nacionalismo. Una vez más, el lema más antiguo de la política moderna dio resultado: el nacionalismo es el veneno de las mentes.
Yanukovich cayó después de las protestas del Euromaidan y fue sustituido por el Rey del Chocolate, Petro Poroshenko, que a través del grupo Roshen monopoliza la producción y venta de 60 por ciento de los dulces en Ucrania. Poroshenko dio el siguiente paso: abrió las puertas a la posibilidad de integrar a Ucrania a las filas de la OTAN. El nacionalismo ucranio encontró en el europeísmo la fórmula para desmantelar las protestas contra la casta local y construir un nuevo enemigo: la minoría rusa que habita las regiones del este y el sur del país. Sólo que nunca calculó la respuesta: el secesionismo. La reocupación de Crimea por parte de Rusia fue su primer resultado impredecible. Le siguió una guerra civil que dura hasta la fecha y ha cobrado 13 mil vidas.
¿Qué es lo que interesa a la OTAN –que no a la UE– desde 2014? La máxima de continuar replegando la zona de influencia rusa en Europa, como ha sucedido desde 1993. Hoy ya se encuentran en la OTAN: Polonia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Lituania, Letonia, Estonia, República Checa y Eslovaquia. Una parte considerable de la antigua esfera soviética. Rusia nunca logró impedir esta expansión. El desmoronamiento del Estado soviético inmovilizó durante tres décadas todas sus fuerzas internas. Hasta 2021. Por primera vez, en el caso de Ucrania, Moscú respondió con las mismas armas de la OTAN. Hoy se siente con las fuerzas para hacerlo.
Además, concluyó en noviembre pasado la construcción del gasoducto Nordstream 2, origen del conflicto actual y que lleva el gas sin pasar Ucrania y cuenta ya con el mercado asiático de energéticos. Sin la renta del gas ruso, la élite ucraniana enfrentaría serios problemas. Por cierto, Zelensky, el actual presidente, derrotó a Poroshenko con la consigna: “Ni la OTAN, ni Rusia”. Tal vez ésta sea la autentica aspiración de la población ucrania: una postura similar a la que ocupa Finlandia desde la Segunda Guerra Mundial en Europa. Nadie lo sabe, porque todos los gobiernos de Kiev se han negado a realizar un referendo al respecto.