Es muy probable que desde la iniciativa que otorgó una pensión a los adultos mayores, sin otra condición que la de su edad, no se haya puesto a disposición de los habitantes de la ciudad un instrumento reparador de las injusticias como el que echó a andar la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum: las becas para los menores estudiantes.
Si algo se lastimó en el esquema de gobierno neoliberal fue el futuro que, encadenado a las desgracias impuestas en el ahora, esbozaban horizontes de carencias en lo esencial y con ello, o por ello, violencia sin remedio.
No hay nada qué adivinar, el diseño era simple: crear dos mundos, uno infernal donde sólo cupiera la ley de matar o morir, y uno más en el que la vida únicamente tuviera sentido por la acumulación de fuerzas económicas de las que cada individuo pudiera disponer.
Cumplir con la idea era más fácil, sólo arrancar a la población la posibilidad de asirse de los peldaños de educación y la salud para disfrutar de la vida, es decir, impedir que tuvieran acceso principalmente a estos dos factores torales del bienestar.
En el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en la capital del país, se creó el auxilio económico para los adultos mayores, elemento que, más allá de su importancia social, tuvo muy importante impacto en lo económico: el circulante que emplearon los adultos mayores rompió el anquilosamiento que el mercado trataba de imponer a la economía.
El proyecto de ayuda a los ancianos se inició con medio millón de pensionados; hoy se entregara a más de un millón de niños el apoyo económico que ha ordenado el gobierno de Sheinbaum. En los dos casos, ubicados en las puntas de la vida –niños y ancianos–, casi se anulan dos de las preocupaciones de mayor importancia en una familia, dado que, cuando menos teóricamente, ni los niños ni los ancianos obtienen dinero para el sostén familiar, pero consumen y requieren atenciones, con costos que están fuera de los muy bajos presupuestos de las familias de menores ingresos.
Para decirlo de otra manera: dos razones que son invocadas como causales de violencia –nadie deja morir a un padre o a un hijo por falta de dinero– se inhiben con la medida que también llama a la cohesión familiar.
Romper las inercias que creó el neoliberalismo para su sobrevivencia es una de las tareas más importantes que se ha dado este gobierno en la Ciudad de México, y significa, se diga lo que se diga, dar un paso adelante para lograr la paz social. Frenar la inercia con la que las familias en la capital iban a la pobreza es un logro que deberá replicarse en todo el país.
Ese, por ejemplo, será uno de los motivos por los que se ataque a la jefa de Gobierno, que ya ha demostrado tener la suficiente solidez ideológica como para dejarse intimidar, está demostrado.
De pasadita
En las alcaldías de la ciudad ha empezado a ocurrir un fenómeno al que habrá de ponerle la lupa encima, y esto porque quienes votaron a favor de la oposición ya empezaron a manifestar su descontento con los gobiernos electos, y se declaran arrepentidos de su decisión.
El mayor problema es que, en el caso de las alcaldías de Morena, el sentimiento no es muy diferente: las críticas van creciendo, mientras la corrupción en las ventanillas de atención a la gente no ha cambiado ni un milímetro.
Total, el resultado de esos gobiernos es que la gente no tiene, cuando menos por ahora, quién les gobierne en la administración que viene, y lo que parece inevitable es que las urnas, cuando menos en lo que hace a los gobiernos locales (alcaldías), se queden vacías, o casi. Ni cómo defenderlos.