La experiencia de muchos futuros historiadores de varias generaciones fue la misma: en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en un aula con más estudiantes que asientos, bastantes jóvenes tomaban el curso de Revolución Mexicana con el maestro César Navarro Gallegos, así como alumnos de otros colegios e, incluso, activistas que sabían de sus clases y asistían por considerarlo un curso de formación política, por la visión crítica que tenía el maestro sobre la Revolución.
Sin embargo, aquellas dos o tres horas por semana, durante casi dos décadas, que el maestro Navarro dedicaba a su curso de Revolución Mexicana eran apenas el ápice de su biografía, quizás sólo la cristalización de una historia que comenzó en 1950 en Tuitán, Durango, orgullosamente; siempre presumió su origen por ser también la tierra de Pancho Villa. César Navarro fue parte de la generación 1968 de la Normal Rural General Matías Ramos Santos, de San Marcos Zacatecas, a la que ingresó a su sistema de internado a los 11 años a petición de su madre, Carmen Gallegos, a quien recordaba como maestra cardenista y socialista. Se recibió de médico cirujano en la Universidad Juárez de Durango y se graduó como maestro en historia por la UNAM; carrera en la que se desempeñó como profesor e investigador en diferentes instituciones académicas.
El maestro César nunca entendió su labor docente como desvinculada de la militancia política, por eso sus cursos tenían un aire bastante diferente al que se pudiera encontrar en otra clase. Lejos de abordar la historia de México por medio de periodizaciones, su clase estaba dirigida a conocer los movimientos sociales y de resistencia del pueblo mexicano. Desde el magonismo, el villismo y el zapatismo; las ligas agrarias y los sindicatos inquilinarios; la creación de las normales rurales bajo el proyecto de la educación socialista; los movimientos de los trabajadores como los ferrocarrileros, los petroleros, los electricistas y los maestros; las guerrillas rurales y los movimientos urbanos. Para él, estos movimientos explicaban los derechos sociales que, con la llegada del neoliberalismo, se fueron suprimiendo, lo cual explica el surgimiento de movimientos como el levantamiento zapatista de 1994 y la huelga del CGH en la UNAM. El maestro abordaba nuestra historia desde el punto de vista de los de abajo, de la izquierda, de los movimientos sociales, con el ánimo de recuperarlos para siempre.
Esto también caracterizó a sus cursos en la carrera de sociología en el plantel Ajusco de la Universidad Pedagógica Nacional, en los que, por 35 años fue defensor del normalismo rural y constante analista de la temática educativa en el país.
Tampoco su trabajo en el Instituto José María Luis Mora, donde fue investigador por más de 30 años, estuvo al margen de su labor política. Fue solidario y duro defensor, divulgador y estudioso de la revolución cubana y su legado para América Latina. Su último esfuerzo académico fue la organización y dirección del coloquio que tituló Vigencia y proyección histórica del Che Guevara. A 50 años de Bolivia. El acto estuvo lleno de personalidades internacionales de la talla de Carlos Tablada, Luis Hernández Navarro, Santiago Feliú y Ángel Guerra, entre otros entrañables amigos de la revolución cubana. Fue un acto que el maestro se llevó en el corazón.
Parecería que don César era un académico comprometido con la izquierda mexicana, pero no. Su trayectoria trasciende el ámbito académico. Como sus alumnos, tuvimos la fortuna de escuchar sus anécdotas de militancia política, iniciada desde muy joven, cuando participó en la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, donde aprendió sus primeras lecciones políticas y pedagógicas. Formó parte de la Unión General de Obreros y Campesinos de México, donde compartió luchas con el líder agrarista Álvaro Ríos, a quien siempre admiró. En esa organización participó en invasiones de tierras, en la década de 1970, en Durango, Sonora y Chihuahua, con la exigencia del cumplimiento del reparto agrario, promesa pendiente de la Revolución. Participó en el PSUM como compañero de militancia del histórico dirigente magisterial guerrerense Othón Salazar Ramírez. Sin olvidar su internacionalismo en la URSS, Sudáfrica y Cuba.
En los últimos años, el maestro, además de su actividad académica, participó en espacios políticos, como las iniciativas civiles del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En las comunidades indígenas ejerció sus conocimientos en medicina, en las brigadas de solidaridad a las que asistió. Fue fundador del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba, en el que promovió la vigencia del pensamiento político del Che. Fue parte del grupo asesor de la CNTE, organización a la que acompañó en todas sus batallas, desde las reformas foxistas hasta la contrarreforma educativa de 2013, y hasta el último momento.
Cuando la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, se sumó al movimiento por su presentación con vida; acudió a la normal en Tixtla, Guerrero, así como a foros de denuncia. Ante ese crimen de Estado, denunció el intento oficial de desaparecer las normales rurales. Defendió el proyecto, pues siempre se reconoció como hijo del normalismo rural.
Entre su producción académica podemos mencionar El agrarismo rojo de las llanuras duranguenses: movilización campesina y represión política en 1929, Durango: las primeras décadas de vida independiente, El secuestro de la educación, Reforma sin futuro y resistencia magisterial y popular y Vigencia del pensamiento crítico y la estrategia revolucionaria del Che Guevara. Su obra también está plasmada en las tesis que dirigió a sus alumnos de la UNAM, la UPN y el Instituto Mora, con temáticas como las trayectorias políticas de los profesores rurales Arturo Gámiz y Lucio Cabañas; los movimientos campesinos de Chihuahua y Durango en las décadas de 1950 a 1970; la Revolución Mexicana, y en general sobre cuestiones de sociología de la educación y proyectos pedagógicos.
Era un apasionado e incisivo articulista en La Jornada; pero sobre todo lo caracterizó una aguda visión sobre el desarrollo de los movimientos sociales actuales.
El legado del maestro César vivirá en las generaciones de estudiantes que formó y en los movimientos de maestros, estudiantes, campesinos e indígenas, de los que su vida y obra son también un digno testimonio.