Después del 15 de febrero el presidente López Obrador iniciará una gira para explicar al pueblo mexicano el sentido de la reforma eléctrica, porque, dijo, tiene derecho a la información y, además, será en su beneficio. También recorrerán el país funcionarios federales, con el mismo propósito. Por lo visto, el Presidente ha concluido que las dos semanas de “parlamento abierto” no suscitarían el voto suficiente. Es necesaria la movilización popular.
Tras dos semanas de “parlamento” quedará claro que los empresarios privados, sobre todo extranjeros, están dispuestos a defender a rajatabla sus ganancias malhabidas, no sólo con una batería de “especialistas” al servicio de sus oscuros intereses, sino también mediante una campaña de desinformación y cínica propaganda.
No deja de ser llamativo que Morena, el partido que llevó al poder a AMLO, no sea un instrumento apto para el propósito presidencial. Morena, que debía abarcar a la mayor parte de los grupos y clases sociales en todo el territorio, emite espots televisivos y no mucho más. En el “parlamento” no están los intelectuales y los estudiosos de Morena, acaso porque compraron la cuchufleta de que es un asunto “técnico”, no “político” ni “ideológico”. El debate sobre los asuntos técnicos de la generación, transmisión y distribución del fluido pasa por el debate, pero no está ahí la sustancia del mismo, sino, en primer lugar, en la aritmética de los costos, precios, procesos y vías por los cuales los privados roban y, segundo, en los términos para volver un derecho social de los mexicanos el acceso al fluido, garantizado por el Estado. Llevar al artículo 4 constitucional el derecho a la energía, control constitucional por el Estado de la industria eléctrica, fortalecimiento de la CFE.
La debilidad de Morena procede de la endogamia divergente de los grupos que lo habitan y mal dirigen. Más de tres años han pasado y no ha surgido de su seno un proyecto para la indispensable continuidad de la transformación social y política, al término de la gestión de AMLO. La gira anunciada por el Presidente, seguida del ejercicio de revocación de mandato, serán un refresh a su legitimidad y a su fuerza para tomar decisiones. Pero servirá, en lo fundamental, al efecto de dar un fin adecuado a las decisiones ya tomadas y en marcha. El pueblo que lo eligió no sabe aún cuál es el futuro que le promete la 4T, más allá del fin del sexenio: no falta tanto.
El capitalismo global neoliberal está en profunda crisis, pero no habrá un batacazo final espectacular. Habrá una decadencia de largo plazo de altas y bajas llena de riesgos, como el que ha provocado Biden en Ucrania. Con el TLC-TMEC, México evitó las crisis recurrentes por el desequilibrio comercial con el exterior, pero también soldó a fuego su dependencia económica con Estados Unidos. Canceló la posibilidad soberana de decidir el rumbo y forma de su industrialización. Por tanto, México tiene que centrar sus decisiones en la producción de todos los bienes que satisfagan la vida del pueblo mexicano, mientras vigila de cerca y decide sobre la genética, la robótica, la inteligencia artificial y la nanotecnología que han llegado para quedarse. Eso significa recuperar pensamiento y decisiones para la educación y la estructura productiva.
Si el marco programático más general de la 4T no varía, se entiende que un gobierno más allá del actual tendría que hacer que se cumplan en los hechos los actuales derechos sociales constitucionales. Obras son amores y no buenas razones, decían las abuelas de antes. Tendría asimismo que avanzar en la creación de nuevos derechos sociales y de las formas institucionales que los vuelvan hechos efectivos.
Sería de esperar también un avance en las formas de la democracia popular; un no claro a la democracia entendida como circulación de las élites políticas; un avance en las disposiciones legales para dar cabida a la pluralidad de las formas organizativas del pueblo y unirlas a una renovación de fondo de la democracia directa y representativa.
Un asunto que se ha vuelto profunda preocupación por todo el mundo es la educación en todos los niveles. Si el cambio científico y tecnológico antes apuntado provoca impactos en la vida social que obligan a la educación a repensarse una y otra vez, en México la carga está vastamente acumulada: hace mucho tiempo que no hay un proyecto educativo que ilusione a los más y los forme para una sociedad más civilizada, más cultivada en las ciencias, en las artes, en las humanidades. Además, se ha sumado la terrible conmoción aún imposible de medir y evaluar que está dejando la pandemia. El alcance de la deserción escolar real, en todos los niveles, se concretará en tres años o más, y debe ser descomunal. Y, como siempre, es originada por el abandono de los más pobres, lo cual reforzará uno de los nexos negros de la desigualdad. Parece evidente: no se trata de poner a niños y a jóvenes “al corriente”; la tarea que espera al país es ciclópea.