Ciudad de México. En pleno siglo XXI sufrimos un desgaste del tejido social tan profundo, tan sangriento y enloquecedor, debido a la delincuencia, que seguimos protestando por los continuos “homicidios dolosos”, asegura Fritz Glockner (Puebla, 1961), a propósito de su libro más reciente, Voces en rebelión.
Auspiciado por la Dirección General de Publicaciones de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el proyecto editorial aborda la movilización poblana de 1964, conocida como el movimiento lechero, cuyo desenlace ocurrió con la destitución del entonces gobernador Antonio Nava Castillo.
“Varios fantasmas se dieron cita en esta obra: para empezar, mi familia estuvo inmersa en la convulsión social de aquel año, aunado a que la caída de Nava Castillo (20 días después de asumir la gubernatura) fue una intriga que siempre me fascinó”, explica el autor en entrevista con La Jornada.
“En mi labor de investigador estuve 18 meses (entre 2002 y 2003) en el Palacio de Lecumberri, justo cuando el ex presidente Vicente Fox habilitó los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), instancia que detectaba todo lo que se movía, se decía y se opinaba contra el poder establecido o el orden institucional.
“El periodista Jacinto Rodríguez y yo encontramos en el Archivo General de la Nación el seguimiento que hizo la DFS minuto a minuto, de abril a noviembre de 1964, sobre el caso Puebla. Se trata de un estudio pormenorizado de los hechos.
“Sin embargo, todo se conjuntó entre 2009 y 2010, cuando un profesor veterano me confesó que era agente de la DFS, pero, además, me obsequió su archivo personal. Asimismo, pude obtener el testimonio de Gabriel Guarneros, delegado del mismo organismo de inteligencia mexicana. Fue algo así como tener un gran coro con una gran orquesta y sólo había que unir finamente todas estas historias.”
El actual director de Educal también se dio a la tarea de consultar varias notas informativas del momento, a fin de “despejar las telarañas de los distintos impresos y articular las versiones confrontadas de un mismo hecho”.
En 1961, los estudiantes de la Universidad Autónoma de Puebla comenzaron el famoso movimiento de reforma universitaria debido a que sus ímpetus ya no toleraban las reglas obsoletas ni la estrechez del conocimiento. Entonces se dividieron en dos bandos: carolinos (liberales), cuyo uno de sus dirigentes fue Julio Glockner, abuelo de Fritz, y fuas (conservadores del Frente Universitario Anticomunista).
Para 1964 surgió otro frente: el de los activistas de la extrema izquierda, liderados por Carlos Martín del Campo, quien también participó en el movimiento estudiantil de 1968. En plena efervescencia académica, campesina y social derivada de la represión y persecución gubernamental, el entonces gobernador Antonio Nava Castillo instaura un proyecto de ley obligatorio para pasteurizar la leche, lo que provoca un movimiento cívico “multitudinario” sin precedente.
“Nava Castillo era amigo del presidente saliente, Adolfo López Mateos y, al mismo tiempo del mandatario entrante (también poblano), Gustavo Díaz Ordaz, quien caracterizó al sistema político mexicano bajo la premisa: ‘o se negocia o se reprime, pero no se tolera’”, recuerda Fritz Glockner.
“Por sentido común, hay una conexión de tipo cordón umbilical entre los años 56, 61, 64 y 68 del siglo pasado. De pronto, acostumbramos a seccionar y diseccionar la historia, como si los actos fueran de generación espontánea, pero se nos olvida que hay todo un proceso que conlleva causas, razones y causalidades.”
Declarado carolino y especialista en la guerrilla mexicana, Glockner lamenta que en la actualidad, por desgracia, sufrimos otros mecanismos que disparan la indignación, pues ya no estamos en la época donde la ideología, la creencia o utopía eran los motores generadores de activismo y de búsqueda de justicia.
“Sufrimos un desgaste de tejido social tan profundo, tan sangriento y enloquecedor, debido a la delincuencia, que seguimos protestando por los continuos homicidios dolosos. Es un tipo de violencia lumpen: sin bandera, sin utopía, sin creencia, sin ideología. El sembradío del imaginario está cañón.
“La primera manifestación estudiantil en la historia del continente americano ocurrió en Puebla en el siglo XVII. Se suele catalogar a la entidad como mocha, como reaccionaria, aunque también tiene su otro lado repleto de un gran liberalismo y de búsqueda de libertad.
“Me gusta escribir para los lectores y no para los académicos. Por desgracia se ha generado una élite de autoconsumo, donde de pronto se pretende contar la historia, historiándola y no narrándola. Los historiadores en este país están acostumbrados al cultivo de las tumbas, de los cadáveres, y no a la narrati-va de los fantasmas.
“De lo único que somos dueños es de nuestro pasado, de nuestra memoria y de nuestra nostalgia, por lo que, como historiador, se deben trasladar estos tres elementos al presente, ya que si los traemos convertidos en cadáveres no proyectarán nada a futuro. Pero, si alguien se encuentra a un fantasma, se cagará de miedo”, concluye el autor.