Hace más de siete meses, Salomon Wity Savagenah tomó la decisión de salir con su hermana y sus sobrinos de su natal Liberia, en la costa occidental de África, para escapar de la guerra y la violencia que provoca el tráfico de diamantes, y después de una larga travesía por varios países, hoy se encuentra en México.
Deambulando por la colonia Roma, en la capital del país, Zu –como le gusta que le llamen– todavía se ve un poco perdido. Es apenas su tercer día “en libertad”, dice, luego de haber estado detenido dos semanas junto con su familia en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, de donde finalmente logró salir al comprobar que sus papeles migratorios no eran falsos.
Aunque su aire un tanto pasmado y absorto puede confundir a quien lo ve, el hombre de casi 52 años tiene muy claros sus planes inmediatos: conseguir un empleo como sea, juntar algo de dinero y poder enviar a su hermana y sus sobrinos Jamal, Jafet y Jarel a la ciudad de Querétaro, donde escuchó que hay un albergue del Ejército de Salvación que quizá pueda ayudarlos.
“Económicamente no tenemos nada, pero tengo que estar en paz, porque si me siento frustrado, se lo voy a transmitir a ellos, pero si puedo verlos bien, yo voy a estar bien... No quiero compasión, porque soy un hombre, y hoy estamos jodidos, pero mañana estaremos bien”, cuenta Zu en medio de largos silencios en los que busca contener el llanto.
Sentado en la banca de un parque, a más de 10 mil kilómetros de su hogar, el hombre explica que en su país perdió a su esposa y a su hija debido a la violencia que ha generado el contrabando de diamantes de Sierra Leona a Liberia, como parte de una guerra civil donde al menos hay tres bandos en disputa.
Luego de que su madre le pidió que se fuera, para no correr el riesgo de verlo morir también, Zu reunió dinero suficiente para que él, su hermana y sus sobrinos pudieran salir de Liberia, llegar a España y tomar un crucero que les permitió llegar a Trinidad y Tobago. De ahí, él y su familia volaron a Caracas, de donde finalmente llegaron a la Ciudad de México.
Una de las primeras cosas que hizo al poder salir del aeropuerto, recuerda, fue dirigirse a las oficinas del Instituto Nacional de Migración, en la colonia Polanco, donde se encontró con cientos de migrantes que buscaban –sin conseguirlo– lo mismo que él: autorización para trabajar.
“Vi como a 200 personas de Haití esperando la resolución para que les dieran papeles, porque sin papeles, no puedes trabajar. No quiero que me ayuden ni que me digan que lo sienten: quiero trabajo, y cuando lo encuentre y pueda ganar dinero, voy a seguir mi camino. No estoy sufriendo, estoy como... impotente”, define.
En el poco tiempo que lleva en México, lamenta el hombre, “ha encontrado mucho, mucho racismo. Con las autoridades, con la gente, en la calle. La gente mexicana es buena, pero hay excepciones, y a algunos no les gustan las personas negras. Hay diferentes opiniones, pero en todos lados es lo mismo”.
Pese a ello, Zu preferiría quedarse en el país y tratar de rehacer su vida aquí, pues sabe que por ser musulmán tiene muy pocas posibilidades de ingreso a Estados Unidos. “He pasado por muchas experiencias, pero lo que no te mata te fortalece, y puedes obtener cosas buenas de las malas. Todos los días se trata de aprender y enseñar”.