No hay duda que en materia de difusión de ideas y aprovechamiento de medios, Andrés Manuel le sale a la derecha con dos cuerpos de ventaja. No importan los aspavientos mediáticos que protagonizan los distorsionadores de la realidad. A tres años de distancia de la inauguración de su gobierno, los hechos refutan a los comentaristas vueltos agitadores electrónicos, que ven cómo sus ataques en lugar de debilitarlo lo fortalecen y, ya sin recato, gimen su desesperación, como López Dóriga, exhibido el lunes pasado en la mañanera.
Otra anotación se lleva el tabasqueño, al permitir que candidatos a dirigir el Sindicato Petrolero, presenten sus perfiles y sus ideas programáticas en el estrado mañanero. Quienes acuden a la convocatoria, están lejos de escenificar un debate real, y por lo sucedido el lunes, los participantes no tienen un perfil adecuado a la situación del movimiento sindical actual.
Probablemente en las siguientes presentaciones veamos candidatos similares, perdidos y sin brújula para entender qué es el sindicalismo, cuáles son sus vertientes principales y su ligazón con la vida nacional. Es decir, estamos ante una gran masa despolitizada de trabajadores, expropiada de sus habilidades de expresión y su energía transformadora; ya no hablemos de los trabajadores no afiliados a ningún sindicato o quienes sin saberlo, pertenecen a la nómina secreta de los sindicatos blancos.
Sin profesionales que enseñen, no se producirán cuadros capaces que discurran desde la perspectiva de clase. Esta situación se explica por los orígenes históricos del sindicalismo en México, vicio de origen que nunca fue superado. Arrancó como apéndice o, más bien, como pilar del régimen corporativo establecido desde la Revolución Mexicana. No es exclusivo de los petroleros; la totalidad de trabajadores pertenecientes a los gremios se hallan en la misma situación. Bases ayunas de conciencia política, sin perspectiva de clase, expresando exclusivamente demandas concretas sin pensar siquiera en transformar al capitalismo: salario que alcance para sobrellevar la vida así sea con dos o tres empleos a la vez, peticionarios de salud, o la salida hacia la economía informal cuando por rebeldía son sacados de las empresas.
Pero a pesar de ser organismos dentro de la lógica del poder, durante los más de 30 años del dominio neoliberal, los sindicatos fueron tratados como enemigos del Estado mexicano. No fue una decisión autónoma, sino una imposición del neoliberalismo internacional que, de pronto, se apropió de todo el escenario mundial.
En México, hay tres ejemplos en los que podemos ver a los programadores neoliberales asestar golpes mortales al sindicalismo más rejego durante los años sombríos. Uno fue el SME, destruido con un plumazo calderonista, dejando en la calle a más de 40 mil trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Otro ejemplo fue la maniobra de quiebra contra el sindicato de los trabajadores de Mexicana de Aviación, y el tercero lo constituyó el escamoteo de los derechos de seguridad en las instalaciones mineras, el derecho a huelga y a elegir a sus representantes autónomamente; fue el caso de los mineros de Cananea, Sonora, Sombrerete, en Zacatecas, y Taxco, en el estado de Guerrero, todos, pertenecientes al Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros.
Actualmente de los tres, el caso de Cananea es el que más enconado aparece, por la divergencia en las posturas del consorcio Grupo México y la Sección 65 del mineral cananense. Entre el público hay confusión respecto a lo que persiguen el consorcio y los mineros, y es hora de aclarar la historia.
Catorce años de huelga se han llevado casi la mitad de los trabajadores cananenses, unos porque se cansaron de esperar y desistieron, y otros más porque fallecieron. De los más de mil 200 obreros que inauguraron la huelga, actualmente la sostienen, por vía de hecho, un poco más de la mitad. A través de su movimiento han cometido errores políticos garrafales, debido a la persistencia de su ideología corporativista.
Soy quizá quien más los ha criticado públicamente y de frente por esas posturas, inclusive en estas mismas páginas. Pero allí están, creyendo en su derecho a la huelga escamoteado, sintiéndose capaces de vencer al poderoso consorcio, confiando en su fuerza y en que la justicia debe ganarse.
Por esa obstinación obrera que les confiere una calidad moral imbatible, me atrevo a proponer que ellos son también merecedores de que la conferencia del Presidente les abra un espacio. Que se abra también el debate público donde Grupo México exponga su postura frente a este movimiento inaugurado en el siglo pasado, y que frente a frente se digan las cosas para que el pueblo mexicano decida democráticamente hacia qué lado inclina la balanza de la justicia.