Nueva York., En Estados Unidos, la palabra “fascismo” nunca ha estado más presente en el panorama y debate político nacional que hoy día; frecuentemente, analistas alertan sobre las amenazas que representan políticos, agrupaciones y hasta grupos armados calificados de “protofascistas” o “neofascistas”.
Muchas de estas corrientes no se esconden y algunas llevan orgullosamente los símbolos del nazismo o del esclavismo del viejo sur en su banderas, mantas, tatuajes y prendas. Otras son más discretas, como las que ocuparon la Casa Blanca durante la presidencia de Donald Trump. Pero hay una creciente interrelación entre los que se visten de políticos electos y los que se proclaman con sus símbolos y su membresía en milicias o agrupaciones extremistas como los Proud Boys, el movimiento boogaloo, los afiliados con Anon y más, muchos de los cuales invadieron el Capitolio hace un año para obstruir el proceso electoral.
Las agencias de seguridad e inteligencia del Departamento de Seguridad Interna y del Departamento de Justicia, incluyendo a la FBI, repiten que la mayor amenaza terrorista hoy día a la seguridad nacional del país son grupos extremistas de derecha, sobre todo los supremacistas blancos.
La derecha estadunidense, incluyendo al Partido Republicano, no es homogénea, pero ha encon-trado un eje de unidad en torno a Trump. Noam Chomsky señala que el Partido Republicano ya no es un instituto político, sino una “fuerza extremista” y partícipe de un “golpe de Estado suave que está procediendo ahora, como parte de un giro hacia una forma de fascismo”.
“El movimiento fascista estadunidense contemporáneo está encabezado por intereses oligárquicos para los cuales el bien público es un impedimento, tales como los que están en el negocio de los hidrocarburos, como también un movimiento social, político y religioso con raíces en la Confederación (referencia a los esclavistas del sur en la Guerra Civil)”, afirma Jason Stanley, profesor de filosofía en Yale, y especialista en el tema del fascismo, en un artículo en The Guardian. Agrega que, como todos estos movimientos, han encontrado un líder popular en la figura de Donald Trump.
Estas corrientes derechistas no sólo lograron ascender hasta la Casa Blanca, sino que durante los cinco años recientes casi toda la cúpula republicana y sus bases–incluyendo quienes antes repudiaban a estas fuerzas y figuras– se han subordinado a Trump, por ahora.
Hoy, más de dos tercios de los republicanos dicen que no confían en el sistema electoral y que el presidente Joe Biden es ilegítimo ya que sólo ganó por un magno fraude, marcando el triunfo de lo que críticos llaman “la gran mentira” de Trump y sus cómplices. Con eso se justificó hasta una intentona de golpe de Estado por primera vez en la historia moderna del país (hubo un complot que nunca se realizó en los años 30 contra Franklin D. Roosevelt), y a pesar de nula evidencia, eso ha sido el centro de una renovada ofensiva para suprimir el voto y, aún más grave, subvertir el proceso electoral en el futuro.
Vale señalar que 147 legisladores republicanos federales se sumaron a esa gran mentira, y que entre los cómplices del asalto al Capitolio están bajo sospecha varios legisladores ultraderechistas que hasta hoy siguen justificando el asalto y llamando a los más de 700 arrestados, “prisioneros políticos”.
Con ello, en este sistema político construido sobre el duopolio de los partidos nacionales, suenan las alarmas sobre el futuro de este modelo.
El universo derechista cuenta con universidades, redes de organizaciones religiosas sobre todo las cristianas fundamentalistas pero también con fundaciones y laboratorios de ideas como organizaciones especializadas en diseñar e impulsar proyectos de ley y armar campañas políticas electorales, todo financiado por multimillonarios prominentes, como los hermanos Koch y su inmensa fortuna de la industria de hidrocarburos, junto con otros ricos dueños de los casinos de Las Vegas, o el dueño de Fox News ,Rupert Murdoch, y su familia, entre otros.
Estas redes derechistas han logrado organizar desde el nivel local al nacional una ofensiva tal vez sin precedente en este país. Ha avanzado en múlitples frentes con iniciativas y campañas muy coordinadas y efectivas.
Por ejemplo, la derecha está más cerca que nunca en cuatro décadas en lograr su objetivo de anular una de las mayores conquistas del movimiento de derechos de las mujeres: la libertad constitucional al aborto. En la década reciente, conservadores y derechistas han impulsado medidas estatales para limitar –en algunos casos efectivamente prohibir– la interrupción legal del embarazo establecido por el famoso caso Roe vs Wade ante la Suprema Corte hace 40 años. Aun sin lograr anular por completo esa garantía, han cerrado el acceso a servicios de salud para mujeres en varios estados.
Ahora estos esfuerzos podrían culminar en un futuro muy próximo con la revocación de Roe vs Wade por una Suprema Corte que tiene una mayoría conservadora de seis contra tres, eliminando así una de las grandes conquistas nacionales del movimiento feminista.
Este tipo de ofensivas coordinadas también se han desplegado en otros frentes, desde esfuerzos estatales y locales para suprimir y revertir el voto, a las iniciativas para criminalizar a los migrantes, como medidas para purgar libros y programas académicos “liberales” y “antiestadunidenses” en las escuelas. Incluso, a nivel estatal, estas fuerzas han impulsado por lo menos 230 proyectos de ley en 45 estados para criminalizar protestas y rebeliones de sectores progresistas.
Entre las filas derechistas hay agrupaciones extremistas, algunas armadas, que han elevado su perfil nacional durante el periodo de Trump y a lo largo del año pasado. En Estados Unidos están detectados más de mil 600 grupos extremistas, entre ellos 838 agrupaciones de odio racial y étnicos, reporta el Southern Poverty Law Center. Pero son sólo una parte, junto con los de “gente decente” en las cúpulas –políticas, económicas y académicas– que conforman el universo derechista.
Nada de esto es nuevo. A lo largo de la historia estadunidense fuerzas derechistas, incluyendo fascistas, han estado presentes, incluso en los pasillos más altos del poder, entre ellos los macartistas de los años 50. El gran artista Paul Robeson fue una de las figuras obligadas a presentarse ante esa gran inquisición estadunidense, y cuando fue interrogado en 1956 por los diputados y preguntado porqué se quedaba en este país si tanto cariño le tenía a Rusia, respondió: “Porque mi padre fue un esclavo, y mi gente construyó este país, y me voy a quedar aquí, y formar parte de ese país igual que usted, y ninguna gente con mentalidad fascista me va a echar, ¿queda claro?… Estoy aquí porque me estoy oponiendo a la causa neofascista que ustedes estrían impulsando”. ( https://youtube.com/watch?v=kmFjjaFNHKo).
(Primera parte de este artículo: https://jornada.com.mx/2022/01/28/mundo/023n1mun).