Tras gobernar Kazajistán durante más de 30 años, Nursultan Nazarbayev no quiso soltar las riendas del poder hasta que el pueblo no aguantó más y, a comienzos de este mes de enero, salió a la calle a derribar las estatuas del autoproclamado “padre de la nación”.
Miles de personas volcaron su indignación contra Nazarbayev por una injustificada subida de precios, propiciada por las principales corporaciones públicas del sector energético, dos de ellas dirigidas por yernos del autócrata. La protesta derivó en un cruento intento de golpe de Estado –inspirado por el entorno del líder en la sombra, descontento con Kasim-Yomart Tokayev, nombrado hace dos años como figura decorativa de transición–, en el cual los servicios secretos usaron grupos paramilitares que debían sembrar el caos, pero fracasaron en tomar la residencia del actual presidente.
Tokayev solicitó ayuda al bloque militar encabezado por Rusia, argumentando que Kazajistán sufría un ataque de “20 mil radicales islámicos”, y aunque las tropas extranjeras ya se están retirando ,quedó claro a quién decidió apoyar Moscú en esa pugna intestina de la élite kazaja.
El director de los servicios secretos, Karim Masimov, íntimo de Nazarbayev y principal cabildero de los intereses de China en Kazajistán, acabó en la cárcel acusado de alta traición. Todos los familiares de Nazarbayev perdieron sus cargos en el gobierno y en los consorcios del sector público, desatando la fuga de hijas, yernos, nietos, hermanos, sobrinos y amigos a Londres, Dubai, Zúrich y otras ciudades donde guardan el dinero que han saqueado todos estos años.
El patriarca del clan guardó silencio durante tres semanas, nada dijo ni cuando le quitaron el cargo vitalicio de presidente del Consejo de Seguridad y, ayer mismo, de líder del partido gobernante y se comenta que pactó devolver parte de lo robado a cambio de su libertad, hasta que la televisión kazaja difundió un mensaje suyo donde se presenta como “un simple jubilado” y admite que Tokayev ostenta todo el poder.
La defenestración de Nazarbayev es una lección para los gobernantes postsoviéticos que lo consideraban todo un ejemplo para perpetuarse en el poder. Funciona hasta que se acaba la paciencia de sus compatriotas o hasta que el sucesor designado rompe con el aspirante a eterno líder.