En el cine, la contundencia de un autor puede medirse por la forma como cambia su narrativa, al tiempo que mantiene su coherencia temática y estilística. En ese sentido, El callejón de las almas perdidas, de Guillermo del Toro, es producto de su madurez como cineasta. Una película que abre otra veta genérica, al lado de la fantástica de costumbre, y explora sus obsesiones con la misma autenticidad de siempre.
Según se sabe, El callejón de las almas perdidas es la segunda adaptación de la novela de William Lindsay Gresham, que en 1947 fue llevada al cine con fortuna por el elegante Edmund Goulding y es considerada un clásico del cine negro. Del Toro y su coguionista, la crítica e historiadora Kim Morgan, han conservado el arco dramático de dicha película, pero han profundizado en las motivaciones de Stanton Carlisle (Bradley Cooper), un buscavidas de fines de los años 30, a quien vemos en el prólogo deshaciéndose de un cadáver y prendiéndole fuego a una casa en medio de un paisaje evocador del pintor Andrew Wyeth.
Acto seguido, el protagonista busca trabajo en la feria de atracciones circenses administrada por Clem Hoatley (un diabólico Willem Dafoe), y consigue inmiscuirse en el acto mentalista de Zeena la Visionaria (Toni Collette), quien solía hacer mancuerna con su pareja, Pete (David Strathairn), ahora inhabilitado por su dipsomanía. Stanton se hace de la libreta de códigos del viejo y recluta a la inocente Molly (Rooney Mara) como su asistente.
Ambos dejan la feria para montar su número de mentalismo en un cabaret de lujo de Búfalo. Vestido de esmoquin, Stanton engaña a los clientes pudientes del lugar hasta que conoce a Lilith Ritter (Cate Blanchett), una siquiatra, aunque en su tarjeta de presentación podría leerse “ femme fatale”. El falso vidente ve en ella la posibilidad de colaboración para seguir timando a personas ricas e influyentes. Ésa será su perdición.
A diferencia de tantos ejercicios en neo-noir, El callejón de las almas perdidas no abreva en el juego nostálgico y los lugares comunes acostumbrados. Del Toro prefiere una negritud de espíritu. Stanton es el antihéroe por excelencia del género, un perdedor que se supone ganador, un charlatán cuyas aceitosas ambiciones son tan evidentes como su carencia de ética. Y su deseo por Lilith (Cooper y Blanchett sacan chispas) le impide ver que la dama es traidora y mortal, según mandan las reglas del cine negro.
Con una cámara siempre móvil, Del Toro sigue las maquinaciones y consecuente degradación del protagonista como el cumplimiento de un destino fatalista. Y con el invaluable apoyo del fotógrafo Dan Laustsen (en su cuarta colaboración) y el vistoso diseño de producción de Tamara Deverell, crea un mundo de pesadilla. Aquí los monstruos son humanos, lo sobrenatural es un fraude y el infierno lo creamos nosotros mismos.
Demasiado oscura para los actuales estándares complacientes de Hollywood, El callejón de las almas perdidas no va a ganar premios como la anterior La forma del agua (2017). Esta película cala hondo y perturba. Y eso, en general, no les gusta a los grandes públicos.
El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley)
D: Guillermo del Toro / G: Guillermo del Toro, Kim Morgan, basado en la novela de William Lindsay Gresham / F. en C: Dan Laustsen / M: Nathan Johnson / Ed: Cam McLauchlin / Con Bradley Cooper, Cate Blanchett, Toni Collette, Willem Dafoe, Rooney Mara / P: Double Dare You, Searchlight Pictures, TSG Entertainment. EU, 2021.
Twitter: @walyder