La escala de contagio por el covid-19 ha desquiciado al mundo. Con relación a este desquiciamiento quisiera referirme a lo que Sigmund Freud habló en 1919 acerca de lo ominoso, tema al que me he referido en otras ocasiones y que pienso está en concordancia con la crisis emocional que toca en los habitantes del mundo.
Freud puntualizaba que no hay duda alguna de que lo ominoso, lo siniestro pertenece al orden de lo terrorífico. Aquello que suscita angustia y horror.
Lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo.
Al preguntarse Freud cómo es posible que algo familiar se vuelva ominoso y en qué condiciones se presenta de esta forma, recurre al análisis de la palabra unheimlich, que es lo opuesto de heimlich. Lo ominoso resulta algo terrorífico justamente porque no se conoce.
Sin embargo, sólo puede decirse que lo novedoso se vuelve fácilmente terrorífico y ominoso. Algo de lo novedoso es ominoso, pero no todo. Lo nuevo y no familiar tiene que agregarse a algo que lo vuelva ominoso.
Lo ominoso sería siempre en verdad algo dentro de lo cual uno no se orienta.
La heimlich se torna unheimlich, pero, como Freud nos advierte, el vocablo no es unívoco, está abierto a múltiples sentidos, y lo que aparece es el retorno de lo reprimido infantil.
La lectura del texto de Freud ilustra a la perfección el juego macabro en el que parecemos suspendidos como marionetas en estos terribles momentos. Las figuras terroríficas de la infancia, en las aterradoras imágenes que las pantallas televisivas no se cansan de explotar.
Aquello antaño hospitalario, se convierte en agreste e inhóspito. El amigo en enemigo, el civilizado en salvaje, la seguridad en miedo, la certidumbre en desconfianza. Todo se torna desdoblamiento, especular de aquello íntimo, familiar y a la vez siniestro que nos habita.
Se confunden el adentro y el afuera, la fantasía con la realidad y la realidad se sale de sus goznes.
Ante el enemigo sin rostro, ante el retorno de los reprimidos, ante la amenaza de lo fantasmático aparece invariablemente; las fantasías más arcaicas, la paranoia y las actuaciones.
La angustia lo maquilla todo, lo más irracional añora y la capacidad de reflexión nos abandona. Querencia y delirio se traslapan con los grandes riesgos que esto conlleva.
Decía el poeta Meleagro: “La única patria, extranjero es el mundo en que vivimos, un único caos produjo a todos los mortales”.