Corea del Sur organiza una brigada para viajar a la Luna. Su misión es la reparación de una estación espacial, que antes envió al satélite. Allá se quedó varada sin que se supiera nada del destino de su tripulación. La brigada aluniza, se interna en la estación y encuentra decenas de cadáveres y una masa de agua a la que llaman El mar de la tranquilidad (el nombre de la serie). Más tarde, vía serendipia, se dan cuenta que el agua de ese “mar”, al mezclarse con la sangre se reproduce al infinito y resulta, pues, una agua mortal. La brigada añade a la original, otra misión: llevar una muestra a la Tierra del agua lunar para ver si es posible convertirla en un líquido adecuado para usos humanos.
En la serie sudcoreana, mientras ocurren las peripecias de la brigada, en la Tierra el agua escasea dramáticamente. El tema parte de una realidad no tan futura: la escasez de agua dulce en ciertas regiones del planeta ya es un presente, a veces en la modalidad de una situación injusta, que encaran diversas comunidades. En el filme tienen libre acceso al agua los poseedores de una tarjeta dorada semejante a la de los usuarios con mayor poder adquisitivo de nuestro sistema económico; los pobres sufren para conseguirla.
Desde los primeros tiempos de la Colonia, los latifundios que pronto se consolidaron pudieron disponer de las aguas que se hallaran o corrieran en tales propiedades concesionadas (mercedadas) a los particulares por el rey. Tras la Independencia, la distribución de tierras y aguas en México no se modificó demasiado.
Andrés Molina Enríquez, en Los grandes problemas nacionales (1909) señala que las mejores tierras y las aguas disponibles en su superficie respondían, en el arco del porfiriato y bajo el régimen del latifundio, a condiciones semejantes a las de la Colonia.
El movimiento revolucionario de 1910-17 cambió ese estado de cosas; pero la alta burocracia civil y militar gestada en sus gobiernos fue devolviendo tierras y aguas, a través de simulaciones o actos prepotentes, a los usos propios del latifundismo. Con frecuencia en perjuicio de la nación o de comunidades campesinas (indígenas o no).
Con la contrarreforma de Salinas de Gortari culmina ese proceso. Tierras y aguas son objeto de un uso neoporfiriano.
Aterrizo este análisis en Nuevo León. En la base de la presa La Boca, que dotaba de agua al área metropolitana de Monterrey, hoy podría filmarse un paraje lunar. Tras varios años de sequías, depredación de la flora y, por lo mismo de los suelos, de la canalización de ciertos ríos y arroyos, y la desviación privatizadora de otros, esa presa se secó. La presa Cerro Prieto, anunciada por el gobierno de Martínez Domínguez como “la obra del siglo” (1984) registró, en las últimas semanas de 2021, menos de 13 por ciento de su llenado. La de mayor capacidad, El Cuchillo, aunque con niveles aceptables no puede escapar a la tendencia que ha abatido severamente las de las otras presas. Actualmente se construye la presa Libertad. En octubre pasado se decía que llevaba 25 por ciento de avance.
La perspectiva en Nuevo León indica escasez de agua por las razones apuntadas y por otras que encubren las autoridades (Agua y Drenaje a escala estatal; Comisión Nacional del Agua a escala federal).
Ante este problema, el gobierno del estado siempre ha pretendido resolverlo con campañas de racionamiento o con proyectos gigantescos, como la captación de las aguas del río Pánuco. Pero nunca se ha pensado el asunto como un todo. Lo cual tiene que ver con el ambiente, el ambiente con la arborización faltante, la arborización con el respeto a los límites de los espacios considerados áreas naturales protegidas, como el Parque Nacional Cumbres. Nada de esto se torna practicable con el dejar hacer dejar pasar a los desarrolladores y constructores de zonas residenciales de mil metros o más de terreno por lote. Y sobre las superficies pelonas no llueve o la precipitación pluvial es pobre.
También tiene que ver con una política de distribución racional y equitativa del agua. Nunca ha habido una auditoría en Nuevo León que pueda determinar cuántos pozos clandestinos existen (son más de 2 mil, si hemos de creer la declaración pública de un funcionario que fue director de Agua y Drenaje) y cuántas son las tomas o desvíos ilegales de numerosos acuíferos que resultan, además, perjudiciales para varias comunidades. Para no hablar de la industria cervecera dominada hoy por la trasnacional Heineken, propietaria de 80 por ciento de la Cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma y con filiales en siete estados del país. ¿A qué equivale convertir el agua disponible en su cerveza? Como todas las trasnacionales que tienen como copropietaria a una empresa mexicana, Heineken se beneficia de todas las ventajas que consigue Femsa, su socia en México.
La solución al problema del agua tiene que ser terráquea, pues sólo en la ficción se puede esperar traer el líquido de otros cuerpos celestes.