El presidente Biden dio una conferencia de prensa el pasado 19 de enero para marcar su primer año al frente del gobierno de Estados Unidos. Al inicio hizo un recuento sobre lo que él mismo calificó como logros sin precedentes: la instrumentación de un plan mediante el que 210 millones de personas han sido vacunadas contra el covid-19, cuando hace un año solamente había 2 millones; su decisión de hacer efectiva la ley mediante la que millones de personas han ahorrado en la compra de medicinas; la creación sin precedentes de 6 millones de empleos; el apoyo económico que han recibido millones de hogares para paliar la crisis económica derivada de la pandemia, con dedicatoria especial a los niños en situación de pobreza, así como la aprobación de un extraordinario plan para la renovación y ampliación de la infraestructura en toda la nación, no visto desde los lejanos años 1950-1960.
Con esta lista de sus logros y el optimismo sobre el futuro de su administración, cabe entonces preguntar: ¿por qué la baja calificación en su desempeño que revelan los sondeos de opinión pública (43%)?
Durante las casi dos horas en las que contestó con paciencia, y frecuente buen humor, a todos y cada uno de los cuestionamientos de los periodistas y comentaristas que cubren la Casa Blanca, Biden admitió los errores cometidos en algunas de sus más importantes decisiones, entre ellas la desordenada salida de Afganistán, aunque necesaria y anunciada mucho tiempo antes por él y su antecesor.
También admitió las consecuencias de la demora en la decisión de apoyar con mayor firmeza la reforma sobre el derecho al voto.
Ignoró algunos cuestionamientos sobre las conexiones de su hijo con China y sobre su estado de salud mental, además fue inseguro e impreciso en algunas de sus respuestas. A final de cuentas, salió airoso de este maratón de preguntas y respuestas.
Entre sus dudas e imprecisiones destaca cuál sería su reacción en el caso de que Putin invadiera Ucrania. Su respuesta fue ambigua y mencionó un supuesto acuerdo con el presidente ruso, quien le aseguró que la invasión no sucedería. Informó sobre el paquete de ayuda militar a Ucrania en el marco de esa posible invasión, sin precisar cuál sería su monto ni la oportunidad del envío.
En relación con el fallido intento de la reforma al derecho al voto, dijo que se debió no sólo a la negativa de los 50 senadores republicanos, sino también a dos senadores de su propio partido quienes se negaban a apoyarla: Manchin de Virginia y Sinema de Arizona. Agregó que habría la posibilidad de desagregar algunas de sus partes para que fuera posible aprobarlas, así como con la iniciativa sobre beneficios sociales. A juicio de muchos comentaristas es inútil y una pérdida de tiempo que Biden continúe cortejando a los dos senadores de su partido que se oponen a la reforma, cuando es evidente que no cambiarán de parecer.
Se autocriticó por no haber informado lo suficiente sobre los logros de su administración, e informó que visitará diversas comunidades en diferentes estados donde escuchará a sus críticos e informará sobre los efectos que han tenido sus iniciativas. En ese sentido, se quejó de la serie de interminables reuniones con miembros de la oposición y de su propio partido para convencerlos de la necesidad de sus iniciativas en beneficio de toda la nación.
Terminó preguntando qué es lo que los republicanos quieren o proponen, cuál es su plataforma, además de la de obstruir y oponerse sin mayor argumento a todo proyecto mediante el que su gobierno pretende mejorar la situación de millones de estadunidenses.
Después de todo, la duda persiste: ¿será capaz el presidente de remontar su baja calificación y de esa forma ayudar a los candidatos de su partido a ganar las elecciones del próximo noviembre?