¿Vale la pena defender la democracia estadunidense? Durante meses, desde la Casa Blanca, legisladores demócratas, prominentes intelectuales y comentaristas, ex oficiales militares, editorialistas de los principales medios y más han advertido y gritado que la democracia estadunidense está bajo amenaza existencial y acusan que republicanos están realizando una subversión del proceso electoral e impulsando golpes duros y suaves, ataques violentos por terroristas domésticos y hasta una guerra civil.
Pero no hay, hasta ahora, una movilización masiva, ni un sentido de “emergencia” nacional para rescatar a la supuestamente sagrada democracia estadunidense.
¿Por qué? ¿Estarán exagerando los que por todas partes suenan la alarma? ¿O nadie les cree? ¿O será que a las mayorías no les importa?
Un 76 por ciento de estadunidenses, opina que existe una amenaza a su democracia, según la encuesta más reciente de NBC News; o sea, hay conciencia. Y por supuesto hay expresiones de protesta, algunas marchas, denuncias, acciones no violentas impulsadas por organizaciones como la Campaña de los Pobres y otros para denunciar a los cómplices políticos de estos esfuerzos antidemocráticos. Existen investigaciones criminales y legislativas sobre el asalto al Capitolio. Muchas ONG y organizaciones político-electorales están solicitando contribuciones para defender o rescatar la democracia. Pero por ahora, no hay millones en las barricadas –ni en las virtuales– para defender a esta democracia
Por supuesto que todo ser consciente sabe que la democracia estadunidense está viciada de aspectos antidemocráticos como conformación y quehacer del propio Senado, y ni hablar de que no hay voto directo para presidente. Más aún, desde hace décadas las mayorías no creen que los políticos electos expresan la voluntad del pueblo, sino que trabajan para sus patrocinadores, quienes pagan por esta “democracia”.
No ayudan a generar confianza pública en la “democracia” espectáculos políticos como el que los senadores realizaron la semana pasada, cuando pretendieron garantizar el derecho al voto en un proyecto de ley que todos sabían que fracasaría de antemano, pero que usarían para pretender que “hicieron algo”.
Pero a la vez, esta ofensiva derechista está logrando, a nivel estatal, suprimir y subvertir el proceso electoral con enormes consecuencias reales para el futuro del país, sobre todo para los sectores minoritarios y los pobres.
“Sigo absolutamente asombrado de que nosotros (gente negra) ahora simplemente tenemos que observar… los esfuerzos de supresión masiva del voto dirigidos contra nosotros, porque los estadunidenses ‘optaron’ por no frenar esto. Ni sé cómo traducir mi ira en palabras. Me enferma, estoy asqueado”, escribe Charles Blow, columnista del New York Times.
Mientras, en esta crisis de la democracia junto con la pandemia lo que sigue funcionando, y muy bien, es el sistema económico para los más ricos. La riqueza de los 745 multimillonarios estadunidenses más ricos se disparó 70 por ciento –o sea, agregaron $2.1 billones a su fortuna colectiva– desde el inicio de la pandemia (https://inequality.org/great-divide/updates-billionaire-pandemic/). El nivel de desigualdad económica se ha acelerado bajo gobiernos demócratas y republicanos en las últimas cuatro décadas llegando a su nivel más alto en casi un siglo.
Noam Chomsky –quien considera que en su país procede un “golpe blando” por fuerzas protofascistas– suele citar a James Madison, uno de los padres fundadores del país, quien argumentó que el objetivo primario del gobierno debería ser “proteger a la opulencia de la minoría contra la mayoría”.
Para los ricos el sistema no está descompuesto, y para los demás, pues, no queda muy claro. Y por lo tanto, no queda claro que es lo que se necesita defender.
El debate sobre si es posible tener una democracia política sin democracia económica es antiguo –hasta Aristóteles lo abordó– y tal vez eso tiene que resolverse primero para que el debate sobre “democracia” sea más urgente y real para el demos.
B.B. King & Tracy Chapman. Thrill is gone.
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