La teoría económica concentró su atención en demostrar que una economía de intercambio puede funcionar de un modo coherente y estable, es decir, de manera lógica conforme a los principios que se plantean. Pero eso no demuestra que tal situación se sostenga en una economía con instituciones financieras capitalistas.
Esta formulación de Adair Turner, antiguo presidente de la Autoridad de Servicios Financieros de Gran Bretaña, expone en resumidas cuentas la esencia del problema del dinero y el crédito. La cuestión ubica a la naturaleza de las crisis financieras, tal como ha podido observarse, por ejemplo, en el periodo 2008 a 2015.
Dos elementos sobresalen en la conformación de esa crisis. Uno es la forma y velocidad con la que se expandió el crédito en el sector inmobiliario; otro atañe a las transacciones entre los propios intermediarios bancarios y no bancarios. Fue ahí donde se diseñaron los productos llamados generalmente “derivados” y en cuyos mercados se originaron enormes ganancias. En conjunto definieron las claves de esa crisis y el gran costo social que provocaron.
Tales condiciones tienden a reproducirse y hoy vuelve a registrarse el rápido crecimiento de los precios de los bienes raíces en Estados Unidos, asociado otra vez, con la expansión del crédito. De la misma manera, persisten las transacciones entre los intermediarios generando productos riesgosos, grandes utilidades para esas empresas y sin un beneficio social de magnitud correspondiente.
El asunto al que esto refiere es la naturaleza del crédito en la economía capitalista, lo que remite a la esencia de lo que es el dinero, su relación con el tiempo y las distintas repercusiones económicas y sociales que provoca, útiles muchas de ellas, perniciosas otras más. Para decirlo de manera más breve, no todo el crédito es útil no sólo en el sentido convencional del término, sino en la relevancia de su acepción en la propia teoría económica.
De la misma manera, no toda la información que supuestamente se transmite en los mercados financieros es capaz de proveer una correcta evaluación de los riesgos y generar utilidad para los participantes.
De eso tratan las hipótesis de la eficiencia de los mercados y de las expectativas racionales, que quedaron muy expuestas a raíz de la crisis. La utilidad respectiva que se deriva de esas transacciones no es equivalente.
Ahí está una de las condiciones que representa la cuestión del crédito y que se trata de su relación con el crecimiento económico. ¿Es necesario el aumento del crédito respecto del producto para conseguir un nivel alto de crecimiento productivo? Qué papel desempeña entonces el llamado apalancamiento, o sea, la relación que se da entre los recursos propios, sean de una persona, una empresa o un gobierno, y la deuda que se contrae para hacer una transacción financiera.
La Asociación de Bancos de México (ABM) señaló en una reciente conferencia de prensa (19/01/22) que se observa una recuperación del crédito al sector privado, de modo desigual tratándose de empresas, consumo y vivienda.
El entorno en el que esto sucede durante los meses recientes es en general de retroceso productivo y de aumen-to de la inflación. Esto ha llevado a una revisión de las expectativas económicas.
El Banco Santander expuso el pasado 20 de enero que la economía ha entrado en una tendencia descendente desde junio de 2021, lo que podría considerarse como recesión técnica. Así, han revisado sus estimaciones de crecimiento del producto de 5.5 a 5 por ciento para 2021; de 2.8 a 2 por ciento en 2022 y de 2.5 a 2.2 por ciento en 2023.
Estas tendencias se advierten en la información económica que provee el Inegi y hay incluso revisiones más grandes de las cifras antes señaladas. En el caso de la inflación se estima que se mantendrá elevada y se prevé que el banco central eleve una vez más la tasa de interés de referencia, lo que incide en el costo del crédito. Éste, según las cifras de la ABM se está recuperando, si bien de modo lento en un entorno recesivo e inflacionario y con perspectivas de mantenerse así o, incluso profundizarse.
El crédito no va a ser el detonador de una fase de crecimiento, no existen las condiciones para ello ni en los bancos y otras entidades financieras ni entre los eventuales deudores del sector privado, sean empresas grandes o pequeñas y medianas ni entre los hogares; tampoco por parte del gobierno.
Un mayor nivel de endeudamiento, aunque apocado, como entrevén los datos que se comentan no apuntan a un cambio en la dinámica de la economía. No obstante, puede significar un mayor nivel de deuda en ciertos segmentos de la población. Deuda para pagar compromisos adquiridos anteriormente; deuda para sostener un cierto nivel de gasto erosionado por la pérdida de empleo del conjunto familiar; deuda, en fin, de nivel insuficiente para impulsar la demanda agregada, pero con un costo alto para quien la adquiere.
La posible recuperación del nivel de la actividad económica, más allá de los magros resultados registrados y las bajas expectativas que hoy predominan, necesita de otros planteamientos en la política económica para generar mayor inversión y empleo. No se advierte quién pueda hacerlos.