I. Sabor: tiempo y memoria
En momentos en que resulta imposible imaginar cómo vamos a organizarnos cuando la pandemia represente menor peligro, termine el voluntario confinamiento y logremos adaptarnos a otra “normalidad”, abundan las noticias acerca del futuro –un tiempo que, tal vez sin serlo, para muchos de nosotros ya resulta demasiado lejano.
Entre todos esos avisos encontré uno quizá menos espectacular, pero interesante: “En breve tiempo será posible que robots se ocupen de las tareas culinarias.” La noticia llamó mi atención porque concierne al ámbito doméstico y porque, de realizarse, en alguna medida cambiará nuestras relaciones personales.
Celebremos este avance que descargará a las amas de casa, sobre todo, de una tarea laboriosa que requiere ciertas nociones de economía, inversión de tiempo y mucho esfuerzo. A cambio de eso, el hecho de cocinar nos brinda la oportunidad de compartir la poderosa memoria concentrada en sabores que, además de gratificarnos, nos ayudan a recuperar presencias, lugares, momentos, conversaciones.
¿Los platillos hechos por androides llegarán a contener la misma carga emocional que los preparados por seres humanos? No lo sé. También ignoro qué caso tiene que me haga esa pregunta cuando estoy completamente segura de que a mi cocina jamás llegará un androide, por muy buen chef que sea.
Por lo pronto, seguiré preparando los guisos sencillos, caseros, fuera de todo recetario, que combinan la sazón y los conocimientos de la abuela y las tías, pero que sobre todo me recuerdan la voz y la generosidad de mi madre.
P.S: Me pregunto si los androides cocineros también enfrentarán la incógnita que a las amas de casa se nos plantea cada mañana: “¿Qué haré de comer hoy?”
II. Un hombre sabio
Durante toda la noche permanecimos junto a su cama. Nos turnamos para humedecerle la frente, acariciarle las manos, decirle al oído palabras cariñosas y amables que lo hicieran sentir nuestra presencia y nuestro amor. De pronto, cuando menos lo esperábamos, se incorporó en la cama, recuperó la lucidez y nos dijo:
“Mujeres, esto de envejecer no es cosa fácil. Toma su tiempecito y es cansado.” Sin decir más, se desplomó en la almohada y a los pocos minutos murió.
III. Una mujer honesta
Si hay algo que detesta la señora Carmona es engañar. Jamás lo ha hecho ni lo hará. Por tal razón, antes de que su posible inquilina firme el contrato de arrendamiento le informará con absoluta honestidad de los desperfectos que tiene la casa. Como se sabe algo olvidadiza decide apuntarlos en el papel que tiene sobre la mesa:
“Cielo raso de la recámara principal, a punto de caer. Bajo el linóleo de la sala hay varias duelas en muy mal estado. En la cocina, sobre el fregadero, han crecido las manchas de salitre. Tras el espejo del comedor hay una grieta. La puerta de la despensa no cierra. El sótano es muy frío y en la temporada de lluvias se inunda. La puerta del garaje está vencida.”
La señora Carmona revisa la lista y queda satisfecha, cierta de que allí están registrados todos los inconvenientes que tiene la casa. Mientras dobla el papel y lo pone junto a todos los demás escucha el timbre. De seguro quien llama es la próxima inquilina. Se apresura a abrir. Camino a la puerta se da cuenta de que en la lista olvidó anotar lo que ocurre a ciertas horas de la noche en las habitaciones. Eso no le preocupa. Sabe que no es lo mismo “engañar” que “olvidar.” Lo vio en el diccionario, y si hay algo confiable, que le ha impedido cometer errores, es precisamente ese libro.
IV. Un día como todos
Hoy es el cumpleaños de Magda. Debido a la pandemia, por segunda ocasión no lo celebrará con su familia y con sus amigos. Siente desánimo, y para no aumentarlo procura convencerse de que este día es como cualquier otro, que no es viernes ni 14 y no tiene por qué recibir felicitaciones, ni vestirse de fiesta, ni preparar una comida especial, ni esperar regalos.
Por ser un día cualquiera, piensa seguir la rutina de siempre. Dedicará la mañana a hacer los quehaceres de la casa y la tarde a ordenar su ropa. Si le queda tiempo se pondrá a leer el periódico que ni siquiera ha hojeado.
Dispuesta a darle la bienvenida a un día que será tan normal como los otros, se apresta a trabajar. Para acompañarse en sus tareas enciende la radio. Enseguida escucha los acordes de Las Mañanitas y luego la voz emocionada del locutor felicitando “A todas las personas que hoy cumplen años, en particular a aquellas que se encuentran lejos de sus seres queridos o viven solas. A todas ellas les estamos dedicando esta celebración. ¡Disfrútenla!” Vuelve a escucharse la música.
Magda suspira y piensa que, aunque pretenda ignorarlo, este es un día especial, tiene la luz propia de los domingos y de los cumpleaños. “Felicidades, Magda”, dice, y secunda al intérprete que en la radio sigue cantando.