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Con la mira puesta en el centenario de la publicación del manifiesto surrealista (1924) que inauguró formalmente el movimiento, nuevas muestras dedicadas a las musas o artistas en dicha órbita anticipan los festejos. En 2021 se dedicaron muestras a Leonor Fini, Gala y Lee Miller. En este marco cabe situar la retrospectiva 'Meret Oppenheim. Mon Exposition' (22 octubre 2021-13 febrero 2022) en el Kunstmuseum de Berna, que intenta lo contrario: liberar a la célebre artista suiza de la etiqueta surrealista, así como mostrar la naturaleza ecléctica y experimental de su obra.
Meret Oppenheim. Mon Exposition es la primera retrospectiva transatlántica que viajará a la Menil Collection de Houston (25 marzo-18 septiembre 2022) y al Museum of Modern Art de New York (30 octubre 2022-4 marzo 2023), donde se conserva la obra icónica de Meret Oppenheim, la artista plástica suiza nacida en 1913: la taza, plato y cuchara recubierta de pieles que André Breton tituló Déjeuner en fourrure (1936) (Desayuno en pieles).
Meret Oppenheim (1913-1985) es considerada la artista suiza más importante del siglo xx y una de las creadoras más reconocidas a nivel internacional, ya antes de fallecer. La amplia exposición de doscientas obras abraza medio siglo de carrera. En particular, destaca la etapa madura de su actividad desde los años sesenta. Su obra carece deliberadamente de un estilo, es inclasificable: aborrecía las etiquetas y las doctrinas. Se movió entre realismo, fantasía y abstracción. Utilizó el arte para acercarse al inconsciente y subvertir las convenciones para encontrarse consigo y hacer conexión con el universo. Muchas de sus obras provenían de sus sueños. La naturaleza es una constante en su trabajo, como lo son el autorretrato, el erotismo y la ironía. Fue una artista polifacética: usó pintura, escultura, arte-objeto, joyería y diseño. También escribió poesía.
Meret y el surrealismo
La etapa surrealista fue un momento fundamental para Oppenheim, pero siempre se demostró autónoma. Frente a un clima cultural y político del todo cambiado después de la segunda guerra mundial, entendió que el movimiento había agotado su función. En 1947, Tristan Tzara, en provocadora polémica con Breton, declaraba que “la historia había superado el surrealismo” y así sucedió. Nuevas corrientes culturales en Europa tomaron la batuta. Meret, por su parte, decidió no volver a participar en las exposiciones surrealistas, tomando abierta distancia del grupo. Exploró y se adhirió a las nuevas corrientes del arte, como la pop art, el nouveau réalisme y el arte povera. Ella encarna una figura de transición entre el arte moderno y el contemporáneo. Para los expertos, es más cercana a la segunda e influenció a artistas jóvenes como Daniel Spoerri, Robert Gober, Felix González-Torres y Mona Hatoum, entre otros.
Meret fue también referencial para las artistas feministas por su actitud combativa y anticonformista. Denunció las discriminaciones vividas dentro del surrealismo y en el sistema del arte en general, aunque no fue feminista. En sintonía con el surrealismo y las teorías de Carl Gustav Jung, reivindicaba la androginia psíquica, negando la división entre el arte masculino y el femenino. Creía que el hombre, al negar su parte femenina, ha adosado a la mujer una doble feminidad que no le corresponde, pero agregaba cómo cada sexo tiene su propio lugar y la mujer, para liberarse, tiene que seguir su propio recorrido en lugar de querer seguir los pasos del hombre.
Visitar la muestra es una oportunidad única porque su obra no es fácilmente visible. Se conserva en colecciones privadas y sobre todo en dos museos suizos, gracias a la donación de la artista al fallecer: el Kunstmuseum de Berna y su obra gráfica en el Kunstmuseum de Soleura, que integra hasta el 27 de febrero la retrospectiva de Berna con un centenar de dibujos de toda su carrera.
Meret dispuso que no se investigara su vida personal durante los veinte años posteriores a su muerte. Puesto que en vida fue una artista híperreservada, fue una figura bastante enigmática hasta el libro de la italiana Martina Corgnati: Meret Oppenheim. Afferrare la vita per la coda (2014).
“Un espíritu libre y transgresor”
Meret nació el 6 de octubre de 1913 en Berlín, en el seno de una familia bicultural acomodada y liberal. De madre suiza y padre alemán, su abuela materna, Lisa Wenger, fue una reconocida y prolífica escritora e ilustradora de libros para niños y una figura valiosa para la artista.
Sin otra arma que la voluntad de convertirse en artista, Meret se estableció en París y se integró al grupo surrealista. Tenía unos veinte años menos que la mayoría de sus afamados colegas. Se hizo parte de sus actividades: expuso con ellos, visitó sus ateliers, asistió a las fiestas y presenció los debates en el Caffè de la Place Blanche. Estaba en el epicentro de la cultura mundial que ella misma enriquecería.
Desde un inicio mostró una personalidad autónoma, influenciada por el dadaísmo. Su experiencia en París fue determinante porque fue un “espacio de libertad y crecimiento artístico, creativo y existencial”. El grupo, por su parte, vio en ella “las cualidades femeninas que admiraban como la belleza, la juventud (femme-enfant) y un espíritu libre y transgresor”.
Las influencias para ella más importantes fueron Alberto Giacometti –el primer artista que conoció– y Marcel Duchamp, con quien estableció una relación sentimental libre pero prolongada y valiosa, de la que se supo apenas en 2013. Obras tempranas como La oreja de Giacometti, que modeló en 1932 en el taller del maestro, recuerdan esta amistad y reciprocidad, así como su influencia en el tema de la muerte, como atestigua Cabeza de ahogado, tercer estado (1933).
Con Max Ernst estrechó una apasionada relación (1933-34) que ella decidió truncar. En ese tiempo intercambiaron obras, pero también influencias claras como destaca en El dolor de Genoveva (1939), inspirada en los collages oníricos de Ernst de los años veinte.
Después de conocer a Duchamp en 1935, Meret comenzó a realizar objetos, alcanzando la fama que persiste hasta hoy. En 1936, la Galerie Charles Ratton de París presentó una exposición revolucionaria, donde Breton declaró que el objeto de arte es la quintaesencia del surrealismo. Meret, en típico humor surrealista, presentó los dos objetos que se convirtieron en sus obras más conocidas. Es el caso de la obra Desayuno en pieles, adquirida en ocasión de la muestra por el primer director del moma, Alfred Barr Jr., que determinó la fama. La yuxtaposición inconsulta transforma un objeto banal (una taza) en un fetiche, que muestra el deseo recóndito masculino de llevarse a la boca una vagina. La segunda pieza expuesta era Ma gouvernante (Mi nana) (1936/1967), la cual presenta unos zapatos de tacón amarrados con hilo y adornados como jugosas piernas de pollo sobre una charola, que insinúan nuevamente un deseo sexual masculino al que la mujer se ve sometida por el cordel que amarra los zapatos.
La postguerra de Meret
Se debe justamente a la popularidad de estos objetos y a las célebres fotos de Meret desnuda, tomadas por Man Ray con el título Erotique Voile, publicadas en la revista surrealista Minotaure en mayo 1934, la malentendida relación de la artista con el movimiento ante el desconocimiento de su obra restante.
Durante el nazismo, el apellido judío truncó la vida profesional del padre médico, a pesar de que era protestante, lo cual arrojó a la familia a una condición de inestabilidad y precariedad económica. Empero, eso no le impidió viajar y permanecer en París (1932-1937), pero fue una de las causas que minaron la emotividad de Meret, provocándole frecuentes depresiones que se volverían crónicas por casi dieciocho años, trabajando muy poco y restableciéndose hasta los cuarenta y dos años, cuando retomó su actividad. Obligada a regresar a Suiza, tuvo que adaptarse al ambiente provinciano, a las envidias y al aislamiento. En la postguerra realizó obra abstracta y se alejó del mundo del arte.
Con el tiempo fue abriéndose paso y no fue sino hasta 1974, con una muestra en una pequeña galería en Berna, donde expuso todo lo que había creado en ese tiempo, cuando se desencadenó su redescubrimiento, que no tendría fin.