En México las élites taurinas acordaron −¿por órdenes de quién?− que ya no tenía caso sacar toreros que interesaran y supieran dar espectáculo. Esos nos llegan de España, donde de vez en cuando sale un diestro si no excepcional, diferente.
En la columna anterior afirmaba que el daño de los falsos profesionales se agudiza cuando al interior de la fiesta los “ases” −¿asesinos de esa fiesta?− se empeñan en exigir ganado a modo… Con su ventajismo, los ases de los ruedos se volvieron amateurs y la invocada “liturgia” un ejercicio predecible de dudosa estética.
A alguien le pareció exagerado el tono de esa nota, pero un cronista de reconocida solvencia como Jaime Oaxaca, de la ciudad de Puebla, confirmó que los “exagerados” son otros y sobre la corrida del 16 de enero en Tlaxcala escribió: “ Palillo asesta palo a Tlaxcala. No se mostró una sola fotografía de los toros que se jugarían el domingo en Tlaxcala, lo que representaba una señal de alerta. Se olfateaba el sabor del engaño. La sospecha se convirtió en realidad. El empresario Pablo Álvarez Palillo, de común acuerdo con algunos ganaderos, llegó a Tlaxcala a asestar un palo a los aficionados”…
“Morante de la Puebla provocó la expectación. Nadie sabe si se sortearon los toros o se repartieron como más convenía. Espero que Morante le reclame al baboso que le escogió su lote, si se hace el sorteo y al de la Puebla le toca el De Haro, todavía lo andarían paseando por las calles, pero como son torpes y carecen de materia gris, cero trapío, nada de casta; así que nos quedamos con ganas de paladear la clase de Morante” (como antes ocurrió en la Plaza México). “El de la Puebla del Río bien podría decir que así no, pero no lo hace y su pasividad lo convierte en cómplice” (luego de torear diversos encastes en su país, en tierras de conquista se deja consentir por empresarios y ganaderos mexhincados, amateurs pues).
“Al español le tocó primero el de Reyes Huerta. El torito fue pitado porque era un novillo. Es cierto que le porfió y hasta le robó algunos pases que la gente jaleó con ganas, querían verlo, aplaudirlo, pero fue imposible ante el huidizo Inspirado, de Reyes Huerta. Lo mejor que sucedió en ese toro fue la brega impecable de Fernando García hijo, siempre con el capote abajo, y un quite de Pablo Hernández El Pool cuando Fernando García padre, salía de clavar los palos.
“No hay quinto malo, dice el refrán. Quién lo acuñó, no conoció a Germán Mercado Lamm, el propietario de Montecristo y presidente de todos los ganaderos. La gente se molestó por el novillito que mandó. Pedían que se cambiara, lo que no sucedió. Tras el puyazo, la bronca creció. Con el montecristito volvió a destacar Fernando García hijo, de Morante ni vale la pena hablar. El descastado animalito se llamó Recuerdo, su cabeza debió disecarse y ser obsequiada al empresario Palillo, como un recuerdo de la forma en que le metió la espada a la gente de Tlaxcala. Ojalá haya ganado mucho dinero con Morante, al menos para mitigar la embarrada de excremento que le dio a la tauromaquia”…, concluye Jaime Oaxaca.
Además de estos “ases”, que cada año vienen a tentar de luces a los cosos latinoamericanos, ganándose un dinero extra, ¿quiénes más se benefician de esta acomplejada actitud taurina? El público, no, y la fiesta de México, menos. Pero allá en su corazoncito estos prestigiados ganaderos tal vez reconozcan que su ridículo fue tan conmovedor como revelador, mientras defensores oficiosos siguen protegiendo a la fiesta de los antitaurinos, no de los incorregibles malos taurinos.