Que yo sepa, escribe Pascal Quignard, el reverendo Simeon Pease Cheney “es el primer compositor que anotó todos los cantos de pájaros que escuchó trinar en el jardín de su parroquia, durante su ministerio, en los años que van desde 1860 a 1880”.
Anotó hasta las gotas de la cañería mal cerrada que caían en la regadera apoyada sobre los adoquines de su patio.
Transcribió, nos comparte Quignard, “hasta el sonido particular que hacía el perchero del pasillo cuando el viento se embolsaba entre los abrigos invernales.
“Me hechizó esa extraña casa parroquial en ese jardín, animado por el amor que un hombre sentía hacia su mujer desaparecida.”
El nuevo libro en español del músico, filólogo, filósofo, historiador, ensayista y escritor francés Pascal Quignard se titula En ese jardín que amábamos, y es un bello poema en prosa, una monumental obra de teatro noh, una novela tan intensa como las novelas más románticas de toda la historia, un ensayo sobre la soledad, el aislamiento voluntario, el aislamiento creativo.
Es uno de los libros más hermosos de Pascal Quignard. Es como el segundo movimiento de una sinfonía que se inició en 1989 con su novela Todas las mañanas del mundo.
Explica el autor:
“Cada año, a principios de diciembre, cuando las noches se hacen demasiado largas, en los momentos en que el petirrojo reaparece en invierno, frecuenta solitario el jardín y se vuelve el único dueño de la ribera, una depresión tóxica y suave, brumosa, insinuante, estacional, gira a mi alrededor como una nube liviana y, finalmente, me atrapa. Después, se hace más densa. Se vuelve casi pesada, poco a poco se transforma en una verdadera tristeza. Entonces, necesito inventarme un objetivo. Necesito engañar al tiempo, llenar las horas, meterme en mi cama, doblar las almohadas, amontonar las frazadas, alejar el frío. Fue así como en 1989 me dieron ganas de contar la vida de un músico que me parecía poco conocido, quien había compuesto bellos dúos de violas en los años 1680. Se sabía su nombre –se llamaba Monsieur de Sainte-Colombe–, pero, entre escalofríos de fiebre, yo inventé su vida.”
Así nació Todas las mañanas del mundo, la obra conocida de Pascal Quignard que debe su celebridad al filme de Alain Corneau con música de Monsieur de Sainte-Colombe interpretada por Jordi Savall, con guion de Quignard a partir de su novela.
Veinticinco años después, continúa Quignard, en 2016, en los meses de octubre y noviembre, “cuando regresan las lluvias y los resfríos, cuando la garganta vuelve a cerrarse, a arder y a toser, cuando los helechos se queman, cuando las hojas rojo sangre de la viña virgen vuelven a caer al costado del muro de la casa principal, cuando llueven las hojas doradas del arce, tuve la necesidad de burlar las largas noches de invierno y sentí de nuevo las ganas de contar la vida de otro músico que me parecía poco conocido, a quien yo tocaba mucho y por quien sentía una especie de veneración debido a su extraordinario amor a los pájaros”.
Y así es como tenemos en nuestras manos la nueva obra maestra de Pascal Quignard.
No solamente nos dota de alegría con la belleza de su escritura, nos regala pasajes que rebasan lo sublime, nos dicta cátedra de filosofía, historia, musicología, nos enseña a vivir mejor. Nos entrega ahora a un nuevo compositor que añadiremos a nuestros preferidos.
“Sólo un músico se tomó en serio la obra de Cheney: Dvorak.”
Las recomendaciones discográficas que pueden muy bien acompañar la reseña de este nuevo libro de Pascal Quignard son, en consecuencia, las siguientes:
Sainte-Colombe: Concerts a deux violes egales, con Jordi Savall y Wieland Kuijken.
Le Monde de Sainte-Colombe, con Jordi Savall.
Sainte-Colombe: Retrouve & Change/ Pieces for viola da gamba, con Hille Perl.
Cuarteto de Cuerdas Número 12, de Antonin Dvorak, Americano, con el Hagen Quartet.
De hecho, en el Cuarteto Americano de Dvorak, que se inicia con cantos de aves, escuchamos con claridad a un mirlo y después en el tercer movimiento del Cuarteto, más voces de aves, además de temas reconocibles de su Sinfonía desde el Nuevo Mundo.
Dvorak escribió ese Cuarteto durante su estancia en Nueva York, donde encontró Wood Notes Wild, Notations of Bird Music, editada en Boston en 1892 con el producto de los ahorros de un año de trabajo de Rosemund, la hija del reverendo Cheney, como un acto de amor a su padre, muerto luego de ser rechazado y tildado de loco por todas las editoriales que se negaron a publicar su obra maestra.
La novela, obra de teatro noh, historia de amor En ese jardín que amábamos, nos regala lágrimas tibias en las mejillas, momentos de ensoñación, episodios crispados de tensión anímica y un ambiente preñado de poesía.
Apreciamos los párrafos cortos, las frases contundentes, las verdades brutales de Quignard. En esta ocasión, esos párrafos llegan a ser de una línea y a veces en formato de versos, donde hay líneas inconclusas en su inicio o en su final:
No me siento infeliz en el fondo de mi tristeza. Incluso, por decirlo así, me siento encantado en este jardín que amábamos. En este jardín que amamos y en el canto que permanece, soy feliz.
Incluso, soy realmente feliz en el jardín que ella amaba, porque cuando estoy en su jardín, me siento contenido en ella, estoy adentro de ella, viva Vivo.
Al igual que Monsieur de Sainte-Colombe, el nuevo personaje de Quignard, el reverendo Cheney, pierde a su esposa en plena flor de la vida. Mientras el violagambista francés platica con su amada ausente en una cabaña diminuta donde se recluyó con su viola da gamba, el reverendo se consagra también a la presencia-ausencia de Eva Rosalba Vance Cheney, su esposa ausente-presente.
El libro En ese jardín que amábamos se enlaza de manera mágica con otro libro reciente de Pascal Quignard: La respuesta a Lord Chandos y un tercer libro: Vida secreta; todos ellos, incluyendo al germinal Todas las mañanas del mundo, tienen como materia central la música y el amor, y todos ellos son un tratado exquisito sobre la soledad, la decisión voluntaria de aislarse como un acto creativo.
Ese tema, el del aislamiento, tiene vigencia inmediata en la pandemia actual y la lectura de estos libros puede aliviar los males que padecen quienes no resisten estar consigo mismos, en soledad, independientemente de si hay o no enfermedad.
Hay un libro fundamental de Quignard donde están también las claves de sus tratados filosóficos: se titula Sobre la idea de una comunidad de solitarios, de 2018, mientras en su libro Vida secreta, del mismo año, asienta:
“Desde el momento en que el individuo siente placer de alejarse de la sociedad que lo vio nacer y se opone a sus muestras de afecto y a sus efusiones sentimentales, la reflexión se vuelve singular, personal, sospechosa, auténtica, perseguida, difícil, temible…”
En Vida secreta, Pascal Quignard nos convida momentos como estos:
“Némie con los labios mordidos, arrugando los ojos para marcarme la entrada. En la intensa complicidad del silencio rítmico vacío que precede a la entrada nos lanzábamos juntos. Al final de la sonata, nos volvíamos a encontrar juntos y estupefactos, en la orilla de lo real.”
Más:
“Bastaba un suspiro de Némie frente a su teclado y no hacía falta que me mirara para que yo sintiera una puntada en el corazón. Comprendía de inmediato lo que me quería decir.”
En La respuesta a Lord Chandos, publicado en 2020, Pascal Quignard vuelve a sus temas hondos: la música y el amor y la libertad que prodiga el aislamiento y sus efectos saludables para la sociedad. Pone el ejemplo de Emily Brontë, a quien dedica el bellísimo capítulo inicial y de quien rescata el concepto central: “La libertad es la preservación del aislamiento personal originario”, y luego ejemplifica con la acción del príncipe Shakyamuni, quien se aisló y “hasta su muerte permaneció sentado” a la sombra de un árbol, para convertirse en el primer humano en lograr la iluminación: El Buda primordial, el Buda Shakyamuni.
En el siguiente capítulo, nos regala la vida íntima de otro músico que decidió, como hizo Pascal Quignard con su propia existencia, aislarse del mundo para concentrarse en crear para los demás: Georg Händel, cuya reclusión sintetiza así Quignard:
“En la pared, sólo un gran Rembrandt. Se trataba del extraordinario Vista del Rin. Eso es todo. Es el único lujo de Händel.”
El único lujo del Disquero es compartir con ustedes, hermosa lectora, amable lector, la música y la belleza y la bondad de la música, porque la escritura de Pascal Quignard lo es todo pero ante todo, es música. Su prosa es siempre una sinfonía y es por eso que, así como él escribió en su libro Vida secreta: “La música, cuando termina, genera en un músico auténtico un silencio sólido y preciso que roza las ganas de llorar”. Nosotros podemos decir: los libros de Pascal Quignard, cuando uno los termina, generan en un lector auténtico un silencio sólido y preciso que roza las ganas de llorar.