Cuando el hijo de la señora Luz Corona enfermó de gripa en Estados Unidos, lo único que necesitaba para mejorar era alguien que le acercara un plato de sopa. Y cuando finalmente alguien tuvo ese simple gesto de humanidad con el muchacho, ella se propuso devolverlo con quien tuviera esa misma necesidad de ayuda en México.
Aunque la mujer ya había recorrido un largo camino de sensibilización en los grupos de apoyo a migrantes indocumentados que llegan al norte del país, la experiencia de su hijo fue una de las vivencias que la animó a abrirle su casa a niños y adolescentes que requirieran del apoyo de una familia en México, al estar alejados de sus padres biológicos.
Luz es una de las participantes en los esquemas de “familias de acogida” lanzado en meses recientes por la organización civil Juconi, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur, por sus siglas en inglés) y el Sistema DIF Nacional, cuyo propósito es encontrar núcleos familiares que estén dispuestos a recibir temporalmente a niñas, niños y adolescentes extranjeros, muchos de los cuales han tenido que huir de su país para salvar la vida.
Quitarlos del “modo víctima”
Originaria del estado de Puebla, la mujer se animó a iniciar el papeleo, la capacitación, las charlas informativas, las pruebas sicológicas y otros trámites diversos para que ella, su esposo y sus hijos fueran considerados como una familia “idónea” para recibir a un pequeño en condición de refugiado, en un proceso que se llevó prácticamente un año.
El primer muchacho que tuvo la oportunidad de recibir, cuenta en entrevista con La Jornada, “era un chico resiliente, que pudo adaptarse fácilmente y que en un mes estaba haciendo la prepa abierta en el mismo colegio que mi hijo”. Apenas quedarse a solas con ella y su esposo, el joven les preguntó si podía decirles “mamá” y “papá”.
El segundo, por el contrario, ha significado un reto muy diferente. De carácter más temperamental, proveniente de un entorno familiar muy desestructurado, el joven está aprendiendo a aprovechar las oportunidades que nunca antes había tenido y a lidiar con la presión de tener responsabilidades.
“En Centroamérica, las historias de vida de estos muchachos superan con creces cualquier cosa que a uno se le pueda ocurrir, porque se conjunta una familia que no les da soporte y una sociedad donde no tienen cabida. Uno tiene que tener paciencia y entender que no es nada personal: el chico responde a situaciones que ha vivido muchos años, en estado permanente de alerta para sobrevivir”, narra.
Durante el viaje, ha aprendido a descifrar las miradas y los gestos del muchacho, y aunque la empatía es una de las principales bases de la convivencia, descubrió también que la disciplina forman parte del acogimiento.
“Todo mundo dice ‘sí, pobrecitos, vamos a ayudarlos’, y como están en ‘modo víctima’, entonces para todo es ‘tú me das’. Por eso hablé con él y le dije ‘siento mucho lo que te pasó, pero yo no tengo la culpa. Ahora tienes las mismas oportunidades que mis hijos. La víctima se acabó: eres un privilegiado y tienes que responder a las expectativas de serlo’”.
Con la experiencia de recibir al joven, considera Luz, “he aprendido a ser más flexible, y a él también le ha servido para tener un poco más de estructura. Sí se requiere mucha paciencia, pero uno los llega a amar; se te quedan en el corazón para siempre y no se van a ir. Estén donde estén, siguen siendo tus hijos”.
Familias dan mejor desarrollo cognitivo
Mónica Bucio, directora de desarrollo institucional de Juconi, explica que los esquemas de familias de acogida se han considerado desde hace más de 30 años como una alternativa mucho mejor que los cuidados residenciales en albergues y casas-hogar para los menores que están lejos de su familia biológica.
En dichos sitios, explicó, “la atención a los niños, niñas y adolescentes no es individualizada, y esa falta de apego personal afecta el desarrollo cognitivo y de la personalidad de los menores. Las instituciones no pueden dar ese ambiente donde cada uno tiene un lugar en un ambiente social”.
De acuerdo con Bucio, hay estudios según los cuales cada mes de “instititucionalización” para un niño de menos de 2 años de edad puede generar un rezago en su desarrollo de hasta tres meses, por lo que desde 2018 Juconi tomo la decisión de ya no otorgar cuidados para pequeños en sus albergues, e impulsar de lleno el modelo de acogimiento temporal en familias voluntarias.
En dicho esquema “trabajamos en la construcción de apegos sanos y de ambientes de seguridad para los niños y niñas, porque no podemos obviar que muchos de ellos han pasado por situaciones muy adversas, como el solo hecho de estar separados de sus familias, y han debido sortear escenarios de mucha violencia, que incluso han llegado a generar traumas”.
Desmontar prejuicios contra refugiados
El programa lanzado hace unos meses de manera conjunta por Juconi, Acnur y el DIF Nacional está diseñado en particular para menores de origen extranjero que ya tienen la condición legal de refugiados en México, los cuales están separados de sus padres por diversas razones y generalmente están a la espera de que se concrete algún tipo de reunificación familiar.
Las personas interesadas en participar en este programa deben someterse primero a un proceso de certificación, visitas domiciliarias, pruebas y entrevistas que puede durar varios meses, y aunque no se busca un perfil único de los voluntarios, sí se asegura que tengan una situación de estabilidad económica y emocional para darle seguridad, tiempo y relaciones positivas a los menores que van a recibir.
Aunque en México ya ha habido experiencias de este tipo desde hace varios años en diversas ciudades, la figura del acogimiento familiar temporal no se había abordado formalmente, como parte de un proceso de guardia y custodia, y aunque en todo el camino hay diversos retos, uno de los principales es la falta de información e incluso los prejuicios de buena parte de la sociedad ante los niños refugiados y, en general, contra la población migrante.
“Sí nos hemos topado mucho con esta idea de ‘oye, ¿y no será que ya vienen maleados?’ o ‘¡qué irresponsables sus papás de mandarlos solos!’, cuando son niños y adolescentes que vienen huyendo de la violencia y separándose de sus familias en procesos muy dolorosos.
“Sobre todo los adolescentes han tenido la fuerza de buscar una vida de paz, seguridad y crecimiento, y la vía de la violencia o la incorporaciones a las bandas criminales. Son de una fuerza increíble y tenemos mucho que aprender de ellos y ellas, recalcó Bucio.
En 2022, indicó la experta, la Fundación Juconi tiene la meta de reunir al menos a 110 familias de acogida para menores en condición de refugiados, e ir creciendo año con año.
Aunque el proceso no está exento de retos, “en nuestra experiencia no han sido procesos muy difíciles, porque todo el tiempo se le da un acompañamiento muy cercano a las familias y a los menores. Esta es la posibilidad de conocer otra realidad y otra cultura, en un intercambio muy hermoso que abona a romper con los prejuicios que desafortunadamente tenemos hacia las personas en situación de movilidad”.