Los dos se llamaban igual: Efraín. Como eran padre e hijo, su primer apellido era el mismo: González. Los dos jaliscienses, los dos licenciados, los dos panistas y, para colmo, ambos candidatos, uno tras otro, a la Presidencia de la República. Pensé que datos como los expuestos, podrían ser considerados atenuantes en el severo juicio al que he sido sometido por confundir el nombre del hijo con el del padre. Como igualmente de inmediato reconocí el gafe y asumí plenamente la responsabilidad del equívoco, decidí acogerme al, en estos días al tan socorrido, “criterio de oportunidad”. Sin embargo, actué con mucho menor agilidad que el habilidoso, modelo de amor filial que ha ejemplificado don Emilio Lozoya Austin, quien, con voz cantarina, entonó ante la FGR, una tonadilla no muy convincente ni, menos cálida y amorosa: “Yo no fui... yo no fui... mi mamá me lo contó”. Los reclamos a mi persona se fueron multiplicando conforme la semana avanzaba, al grado de que, a la hora de escribir estos renglones, me llegó desde Baja California el último estirón de orejas por cuenta de Alfonso García Quiñones, quien me dice: Estás tumbado del burro. Luego el detalle sádico: estoy saboreando un pan de pulque de Saltillo y leyendo la columneta: ¡aguas con el alemán! Todos estos comentarios me han provocado sentimientos encontrados. Por una parte, la vergüenza y el sonrojo y, por la otra, la satisfacción de que tantas personas registren mi trabajo, aunque conlleve el riesgo de estos yerros de los que no solamente asumo el dolor del pecado cometido, sino expreso, también, el propósito de la enmienda.
Agobiado por tantos reclamos decidí cortar de golpe y consultar a los orígenes. Aproveché una aclaración que, en automático, me dirigió don Óscar González (Luna) Gari, apenas apareció la columneta del lunes y le solicité una opinión sobre el pensamiento político que distinguió a Efraín el joven y que, para muchos mexicanos representó la gran oportunidad de que su partido entendiera y aceptara la nueva realidad y, con ello, construyera las posibilidades ciertas de construir, de acuerdo con sus ideas, por supuesto, una patria ordenada y generosa. El licenciado González (Luna) Gari no se midió y me remitió un link para acceder al estudio que el académico Jesús Antonio de la Torre realizó sobre el pensamiento jurídico de González Morfín. Leí unas 10 cuartillas y me confieso totalmente incapaz de exégesis o interpretación alguna. Renuevo mi solicitud a don Óscar: por favor, un pequeño párrafo sobre el pensamiento político de don Efraín González Morfín y las consecuencias que no sólo para Acción Nacional, sino para la vida del país, se hubieran dado de prevalecer dentro de esa importante organización política, sus ideas, sus posiciones, su llamado al “cambio democrático de estructuras”, que no pocos panistas consideraron “demasiado marxista y jesuítico.” Cuánto bien le haría al PAN de la actualidad (“Estas ruinas que ves”, diría Ibargüengoitia) retomar “Los pasos perdidos” (que diría Carpentier) y salir de “La senda prohibida” (que dirían en diferentes idiomas Mervin LeRoy y Alfredo B. Crevena) que desde 2010 los condujo a un ritmo “Rápido y furioso” (que dirían y están diciendo el afamado realizador Genaro García Luna y su asistente Felipe de Jesús) al des-Peña-dero de la política nacional. Pero, para qué nos hacemos ilusiones con una organización política que carece de un Marko histórico de referencia, que no atina a formular el Marko conceptual mínimo que lo legitime en la lucha por el poder político y que carece de un Marko estatutario que le impida postular candidatos externos cuyas ideas, comportamientos, currículo lo exhiban como un individuo que sufre evidentes trastornos de personalidad antisocial. La aparición en la tribuna de la Cámara de Diputados del representante del distrito de Liliput, en la alcaldía Coyoacán, nos demostró que ese calificativo de “la tribuna más alta de la nación” no es sino un recurso oratorio bastante usado y muchas veces mal usado. Cuando intentó subir a ella, el diputado de marras, la estructura tuvo que empequeñecerse y cuando terminó su discurso, había tan sólo un montón de polilla. Si Liliput sigue provocando, regresaremos a él. Ahora paso a mencionar los destinatarios de mis siguientes disculpas, golpes de pecho y ruego de absoluciones: Pedro Salmerón Sanginés y Manuel Farill. Lo haré la próxima semana, porque no puedo aguantarme las ganas de dar a conocer un avance médico que puede lograr que varias generaciones arriba o abajo que la mía, pasen a considerar el maldecido coronavirus, como un mero incidente dentro de sus urgencias de salud. Presten atención y con cantos y jaculatorias agradezcan este maravilloso don con el que el Altísimo nos ha agasajado en estos momentos de vacas flacas. Resulta que, en una clínica de Estados Unidos, se descubrió que el sildenafilo, que es un fármaco esencial en la fórmula que da origen al milagro de nuestros días (¿días? ¡años!) la pastillita azul, conocida como Viagra, puede tener benéficos efectos colaterales: una base de datos de más de 7 millones de personas demostró que, repitamos su nombre: el sildenafilo puede reducir en 69 por ciento la incidencia del Alzheimer. O sea que miles, millones de varones, quienes felices, perplejos, atónitos, anonadados, incrédulos (algunos ya conversos), contemplaban la gracia de la rencarnación anticipada: no sólo habían recuperado su vigor sino, lo que era prodigioso: recordaban, ¡recordaban, para qué la pildorita!
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