Cada cierto tiempo nace una nueva izquierda, eso sí, cada vez más a la derecha. La excepción, la década de 1960. Fértil en debates, enriqueció el movimiento emancipador, no sólo en América Latina (AL), sino en el entonces llamado Tercer Mundo. Sirva de referente, Franz Fanon y Los condenados de la tierra, obra decisiva para entender los movimientos de liberación nacional, la mentalidad del colonizador y las élites cipayas en África. En AL, a tenor de la revolución cubana, dos obras de referencia obligada vieron la luz: La historia me absolverá, de Fidel Castro (1953), y La guerra de guerrillas, del Che Guevara. Ambas sentaron las bases de las luchas contra las tiranías.
El mundo viraba a la izquierda. El movimiento de los No Alineados, la guerra de Vietnam, la crítica a la URSS, el rechazo al estalinismo, a la invasión de Checoslovaquia, el triunfo de la revolución China, fundamentó la crítica a los partidos comunistas apegados a la directriz soviética. Así, nació la nueva izquierda. Radical, anticapitalista, insurreccional y socialista. Sus principios contenían una denuncia a la explotación del hombre por el hombre. La nueva izquierda creció en dos frentes, el teórico, aportando categorías de análisis para interpretar las transformaciones del imperialismo, y en la praxis política, el surgir de los ejércitos de liberación nacional, adjetivados como “guevaristas”. Su existencia abrió el debate sobre la transición, los modos de producción, la reforma agraria, la soberanía nacional, la independencia económica, los procesos de integración, las vanguardias, el antimperialismo. Bajo el paraguas del pensamiento marxista y el humanismo se levantó la nueva izquierda. El rechazo a los planteamientos anquilosados del PCUS y la URSS fueron caballo de batalla. Los ejemplos van desde México a Chile. No hubo país donde no prendiese la llama. Fue la refundación de la izquierda. De allí su apelativo: nueva. ELN, ERP, FMLN, FSLN, Tupamaros, MIR, entre otros.
Hoy, la novísima izquierda latinoamericana no juega en el mismo campo. Abreva del pensamiento antimarxista. Sus proyectos no contemplan el socialismo. Refractarias al anticapitalismo, se inventan un modo de producción ad hoc: el modo de producción democrático, verde ecologista, antipatriarcal y sostenible. En su interior, las relaciones de explotación capitalista, la contradicción capital-trabajo, se desvanece. En esta lógica, quizás valga la pena recordar el coloquio internacional El mito del desarrollo. Participaron, entre otros, René Dumont, Edgar Morin, Jaques Attali, Helio Jaguaribe y Cornelios Castoriadis. El objetivo, la crítica al desarrollo capitalista. Castoriadis marcó el inicio: “Puede hacerse lo que se quiera con las palabras, pero, en definitiva, socialismo ha significado siempre abolición de la explotación”. Cumplidas dos décadas del siglo XXI, pandemia mediante, parafraseando a Castoriadis, podemos decir: hagan lo que quieran con las palabras, pero abandonar la lucha contra la explotación es abrazar el capitalismo. La nueva izquierda progresista, busca hacer del capitalismo un sistema menos desigual, respetuoso del ambiente, manteniendo intactas sus estructuras de dominación. Al decir del programa de Gabriel Boric, “un mundo turquesa”. El triunfo de Apruebo Dignidad y su candidato Gabriel Boric, en Chile, se ha identificado como nueva izquierda. Su elección, levanta una ola de nuevos fans, tal se tratase de un futbolista excepcional. Medios de comunicación y especialistas eufóricos, le vaticinan un futuro prometedor. Será mejor que Maradona, Pelé, Di Stéfano, Messi y Cristiano Ronaldo juntos. Revolucionará la política, la vida, la sociedad. Es joven, promete, además, marcó un gol de media cancha, obtuvo más de 50 por ciento de los votos, sorprenderá con un hacer virtuoso y vital.
Pero en futbol como en política, perdonen el símil, los batacazos suelen ser proporcionales a las esperanzas suscitadas. Pasado un tiempo, las ilusiones se convierten en frustración y llanto. Ocurre cuando las expectativas chocan con la realidad. “Prometía pero no supo crecer”; “no tuvo buenos entrenadores”; “le aconsejaron mal”; “le pudo el ego y se creyó un supercrac”. En síntesis, quien iba a revolucionar el juego, resultó ser un jugador del montón. Se limitó a seguir las órdenes de entrenadores y los dueños de clubes. Besó todas las camisetas de los equipos a los cuales perteneció. Eso sí, vendió miles de ellas. Sin identidad, se reinventó para seguir siendo una gran promesa en ciernes. Así es la novísima izquierda latinoamericana y mundial. Levanta expectativas y más tarde se queda en nada. Desea ganar el poder a toda costa, pero sin proyecto.
Recurriendo nuevamente a la analogía futbol y política, podemos decir que son propuestas asociativas. Cooperar para ser mejores, asociarse en pro del bien común. Lo importante es jugar bien. Tener el balón, tratarlo con respeto. Sin equipo, ni estrategia, los mejores son peores. En política, sucede lo mismo. Para la izquierda, los principios son innegociables. No sirve ganar bajo la mentira, ser resultadista. Si es importante ganar, lo es más la dignidad no subastada, la palabra dada. Por consiguiente, pueden surgir nuevos partidos políticos, pero si de entrada se renuncia a luchar contra las relaciones de explotación y avanzar en la construcción del socialismo, sólo queda gobernar para el complejo industrial, militar financiero y tecnológico del capitalismo digital. En conclusión, demos la bienvenida a la novísima izquierda latinoamericana y el modo de producción ecológico, verde, democrático y antipatriarcal. ¿Y el capitalismo? Bien, gracias.