“Estoy cansado de permanecer en silencio (…) Creo que la amenaza a nuestra democracia es muy grave y debemos encontrar la forma de que la ley sobre los derechos del voto sea aprobada”, fue el reclamo del presidente Biden en un discurso en el que hilvanó frases que denotan su preocupación por la ruta que el proceso democrático ha tomado en Estados Unidos.
No es exagerado afirmar que la misma preocupación la tienen millones de estadunidenses para quienes detener la erosión que los procesos democráticos sufren es vital. Para otros tantos millones, la democracia es un proceso en que se gana o se pierde todo y una garantía para perpetuar el dominio de los más fuertes, no un medio para en última instancia superar desigualdades económicas y de justicia social.
En 1887 se aprobó la primera versión del “Acta del conteo de votos” mediante la que se trató de minimizar las disputas en el Congreso durante el conteo de votos, dejando esa responsabilidad en manos de los estados. Con los años se han levantado barreras que paulatinamente han impedido el acceso a las urnas a más y más ciudadanos. Pero esa tendencia llegó al exceso después de la última elección cuando Trump, en alianza con legisladores republicanos en congresos estatales, establecieron mecanismos draconianos para suprimir los derechos al voto de millones, particularmente minorías raciales y sexuales. Aunque un poco tarde, Biden atendió el reclamo de quienes le exigieron una mayor decisión en el apoyo a la iniciativa sobre “Los derechos del voto”.
Si bien es comprensible que en principio Biden haya priorizado la necesidad de salvar la economía de millones mediante un plan de beneficio social, ahora parece entender que al garantizar el voto de las mayorías su partido puede ganar la mayoría en ambas cámaras, lo que a la larga puede redundar en la aprobación de sus iniciativas.
Por ahora el problema es que el presidente y con él los demócratas no tienen los votos necesarios para aprobar sus más caras iniciativas: la de beneficios sociales y la del respeto al voto. La paradoja es que son dos senadores de su propio partido los que en forma por demás incongruente se oponen a la aprobación de ambas. En resumidas cuentas, los demócratas sólo tienen 48 votos a favor y 62 en contra. Esa, sin ambages, es la dura realidad contra la que tendrán que luchar en noviembre próximo para ganar una mayoría que le permita gobernar a su presidente.