Con el año que comienza vale la pena tomar en cuenta qué riesgos y oportunidades presenta este atípico 2022 para nuestro país y para el resto del mundo. Digo atípico porque es la consecuencia de varios factores que nadie tenía en el radar hace dos o tres años: la pandemia y sus interminables variantes, la resiliencia de la economía mundial dependiente de la vacunación y la posibilidad de no clausurar actividades; y la presión inflacionaria generada por la cantidad de dinero que se ha puesto a circular para estimular a la economía, especialmente en Estados Unidos, tras la irrupción del covid-19.
Tras el épico proceso de desarrollar, distribuir y aplicar cientos de millones de vacunas a nivel global, todo indicaría que la incertidumbre económica tendería a disminuir; pasar de la “economía de guerra” que nos dejó la pandemia, a la etapa de “reconstrucción”. Sin embargo, la realidad es muy distinta: las economías de guerra (dicho sea de paso, guerras del siglo XX con economías del siglo XIX) activaban procesos industriales, aceleraban la innovación tecnológica y, tras la devastación, obligaban a una intensiva inversión para reconfigurar el rostro de los países. El covid-19, en cambio, destruyó empleos, cerró las cortinas de millones de negocios, paralizó la actividad económica, y si bien adelantó la adopción de ciertas tecnologías, lo cierto es que el impacto de bajar el switch del planeta, empieza a mostrar sus consecuencias: la pandemia pegó a los más pobres, encareció las ciudades donde se concentra el trabajo, pero al mismo tiempo, dejó corredores vacíos ante las nuevas modalidades de trabajo en casa.
La consecuencia más grave de los estímulos fiscales y planes de choque, especialmente en Estados Unidos, es la escalada de precios. La velocidad de la inflación está superando los mecanismos de política monetaria para controlarla. Este fenómeno se ve exacerbado por una plataforma logística global que no acaba de normalizarse: escasean los chips, los contenedores, el vidrio; se dispara el precio del acero, el gas y de otros elementos básicos de la cadena de valor, y los precios se trasladan tarde o temprano al consumidor.
En suma, tenemos un planeta que aún no recupera los niveles de crecimiento y empleo prepandemia, cuyas cadenas logísticas fueron dislocadas y con ello, impactó –aunada a la mayor impresión de papel moneda desde la Segunda Guerra Mundial– en una brutal inflación galopante en una veintena de países.
Si 2020 fue el año del golpe brutal de la pandemia, y 2021 el de la esperanza de la vacunación, 2022 es el de no bajar la guardia.
El rebote natural después de un colapso económico como el que vivió el mundo, no está encontrando todos los elementos a cuenta y, en cambio, sí están pasando factura las decisiones emergentes y las consecuencias de la crisis sanitaria.
A ello debe agregarse el factor geopolítico. Con Estados Unidos priorizando la agenda de enorme tensión social y el fenómeno migratorio al sur de la frontera; Europa con liderazgos democráticos cada vez más débiles; y Rusia preparando una jugada de pronóstico reservado en Ucrania, y China consolidado como contrapeso occidental, el mundo, la economía, la salud pública, América Latina y México, tienen muchos desafíos por superar.
Estados Unidos tiene una ventaja, un privilegio: incluso cuando la incertidumbre global es generada por una política económica interna, el mundo se refugia en el dólar. No sabemos cuánto durará esa canonjía, a partir de la irrupción de nuevos modelos como las criptomonedas, lo cierto es que en nuestra coyuntura, la paradoja del dólar se hará nuevamente presente, con factura para todas las naciones emergentes. Aprendamos de los dos años previos, de lo bueno y de lo malo, de la solidaridad para encontrar una vacuna, y de la mezquindad para distribuirla; de la importancia de los sistemas de salud, y de las asimetrías del sistema económico, para librar este complejo 2022.
Así, después de las fiestas decembrinas abrimos en México un año lleno de incertidumbres y, por lo tanto, de múltiples retos, a saber; una audaz y responsable política monetaria que pueda sortear las decisiones externas y a su vez pueda ser eficaz ante la inflación galopante; generar las señales correctas para generar inversión realmente productivas, en donde es indispensable que el sector privado y el sector público con generosidad ambos logren acuerdos y planes reales, dejando atrás la confrontación estéril, que se traduzcan en empleo y desarrollo; y finalmente defender todas nuestras libertades y nuestro marco democrático en donde permeen las ideas que le convienen a nuestro México en su conjunto y que ganar algo a costa del otro, son “victorias” inútiles, como nos lo demuestra la historia.