El frecuente oleaje viral desde inicios de 2020 ha puesto a la pandemia en el centro de muy diversos acontecimientos que atañen al comportamiento social, los actos de gobierno, las repercusiones económicas, el papel de la ciencia, los trabajos de los sistemas de salud y muchos otros que han ido conformado la vida, de una u otra manera, en todas partes.
El virus, cuyo origen y condiciones de propagación se siguen debatiendo, ha mutado varias veces hasta la forma que hoy predomina: ómicron. Los efectos de estas variaciones en la salud se continúan desplegando. Se sostiene que el virus sigue siendo esencialmente el mismo, identificado originalmente en Wuhan, y lo que ha cambiado es la resistencia del cuerpo, en parte importante por el efecto de las vacunas. Aun siendo así, ómicrón provoca una disrupción ostensible.
Los contagios han aumentado de forma manifiesta en la ola actual, los síntomas que ocasiona son más leves, con menos personas hospitalizadas y fallecimientos. Aun así, los sistemas de salud se han copado de nuevo y la gente sigue muriendo. No se sabe cuál será la evolución de este coronavirus y cómo se afiance, finalmente, la resistencia del cuerpo, como ocurre con otro tipo de virus.
Otra cosa, por cierto, es la manera en que se asiente la sociedad luego de este desgaste; ahí se abre un espacio relevante de observación y de análisis. El proceso es continuo y conflictivo también. El tablero de los riesgos políticos y económicos ha de adaptarse continuamente y habrá que actuar de manera flexible y oportuna. Jorge Valdano ha recordado recientemente la frase de Menotti con respecto del futbol que es aplicable en este caso: “Lo que ocurre es que el tiempo tiene una cadencia que no se corresponde con las urgencias históricas”.
El primer caso de covid-19 se reportó en el país a principios de febrero de 2020, según el centro de rastreo de la Universidad de Johns Hopkins y se han reportado 4,340,182 casos y 301,334 fallecimientos. Habría que añadir los casos que no han sido reportados oficialmente pero existen. Se calcula que 60 por ciento de la población tiene el esquema de vacunas completo y ahora se aplica ya una tercera dosis a ciertos grupos de edades. Según el centro universitario al que nos referimos, México tiene una mortalidad de 459 personas por cada 100 mil habitantes; Brasil le sigue con 294, Polonia, 269; Colombia, 269, y Estados Unidos, 259 (https://coronavirus.jhu.edu/data/mortality).
Es comprensible que en el curso de la pandemia y luego del largo confinamiento entre el 23 de marzo y el 31 de mayo de 2020 se haya tratado de evitarlo en fases posteriores de contagio. Su costo es alto en general, pero lo es aún más para las personas que dependen a diario de su trabajo para el sustento familiar. No es igualmente comprensible que prácticamente desde el inicio de la pandemia y hasta ahora, desde el gobierno se minimicen los riesgos y las consecuencias de la infección y su alta transmisión. Además de arriesgar a la gente se expone también a una situación extrema a los servicios públicos de salud y al personal que lo atiende.
En términos económicos es conocida la repercusión que ha habido en el terreno de la producción, el empleo, las cadenas de abasto y la inflación. Estamos en medio de procesos de ajuste que tendrán repercusiones en la reconformación de algún entorno supuestamente más funcional que el prevaleciente. El hecho es que esta economía tiene poco empuje para el crecimiento productivo, el nivel de empleo prepandemia apenas se recupera y su conformación es de calidad muy desigual. El subempleo es alto, así como el trabajo informal, al que debería llamarse trabajo no tributario.
En el caso de la inflación, que se ha disparado por todas partes, en buena medida también por el efecto extendido del covid-19, habrá acomodos que afectarán, una vez más, a la actividad productiva, al empleo, los ingresos y la calidad de vida de la mayoría de la población. Los escenarios económicos prepandemia están rebasados, así como las concepciones políticas que las sustentaban, las políticas públicas y los modos de gestión económica.
Los movimientos para contener el alza de los precios, como serán las relativas a las tasas de interés en Estados Unidos tendrán, necesariamente, repercusiones aquí. Éstas llevarán a ajustes compensatorios en las tasas internas, a flujos de capitales en función de los rendimientos relativos diferenciados y en las perspectivas de ajuste en el tipo de cambio. Esto provocará adaptaciones en las decisiones de inversión productiva y financiera y un potencial entorno recesivo.
Cómo serán las adecuaciones internas en términos monetarios y fiscales es un asunto central en la evolución económica de este año y lo será hasta el final del sexenio. Un escenario de continuidad en la gestión económica es difícil de concebir y por delante están medidas de relevancia como la reforma energética.