La semana pasada, de alguna forma se recordó el final de La guerra de la reforma. Esta efeméride provoca muy poco interés a pesar de su importancia en la formación del México actual. Fue una pugna que se volvió encarnizada. En sí misma duró tres años, y aunque ganó el Partido Liberal, a los conservadores les quedaron el ánimo y los recursos para propiciar una intervención francesa que pudo habernos costado la independencia. Mas allá del conflicto ideológico, la guerra fue sangrienta y se calcula que murieron más de 200 mil personas, muchos prisioneros que fueron sacrificados por los dos bandos.
Los liberales querían modernizar al país, imitando los modelos democráticos de Europa y Estados Unidos. Los conservadores tenían una profunda desconfianza en el segundo y querían un gobierno autoritario eficaz, inspirado en el viejo régimen colonial. Creo que de nuestros cambios históricos el más exitoso fue el de la Reforma. Si nos atenemos al cumplimiento del principal objetivo, no hay duda de que lo consiguieron y que hoy se considera una cuestión superada. La separación de la Iglesia y el Estado nos parece enteramente necesaria y benéfica, a pesar de convocar en su momento a una guerra santa, calumniando a los liberales de ser ateos y destructores de la religión; sin embargo, el poder político y económico del clero es aun grande y eficaz. No hay duda de que la visión laica de la educación se ha ido imponiendo, pero no se debe al celo de los reformistas, sino a un fenómeno cultural que abarca a toda la humanidad y que se ha ido haciendo más profundo con el paso del tiempo: el número de personas que se autodeclaran ateos o agnósticos crece mientras baja el de practicantes del catolicismo, aunque el pueblo mexicano siga siendo mayoritariamente católico, y yo diría guadalupano.
¿Qué ha quedado de aquellas pasiones y dramas sangrientos? Como dice Will Fowler (historiador escocés que ha investigado sobre esta guerra), los sucesos se han olvidado. Por lo menos conscientemente no tenemos presente la lucha de los reformistas, aunque los expertos sostengan que aquella generación de liberales progresistas es la más brillante que ha existido.