Escribe un médico: “…lo más paradójico, es que muy pocos logran darse cuenta de que la pésima alimentación industrializada, la desnutrición por pobreza, la contaminación atmosférica e hídrica, el alcoholismo y las adicciones toleradas y alentadas por el sistema, el stress urbano y la tensión económica y laboral, la proliferación de moscas, cucarachas, mosquitos y ratas, las drogas, la violencia, la inseguridad y los accidentes vehiculares, la sedentarización y la carencia de agua potable, el drenaje y tratamiento adecuado de las aguas negras o la proliferación escandalosa de basura en todas las ciudades y pueblos, lotes baldíos o espacios públicos, contribuyen a tener las condiciones más adversas para la salud humana, incluidos el patogénico fecalismo al aire libre de caninos, felinos, palomas y demás, sin incluir los lastimosos contenidos de radio y televisión, abierta y de paga; todo ello nos condena, a diario, a una muerte lenta, prolongada y dolorosa, y al mismo tiempo ridícula y dantesca, de una humanidad sin idea casi de nada en medio de tantos avances mal utilizados”.
Luego de releer tan macabro listado vuelvo a concluir que a las personas les sigue faltando educación, sí, pero además capacitación, es decir, preparación, adiestramiento, enseñanza adicional sobre aquello que supuestamente han aprendido pero que por desgracia no saben aplicar con un criterio maduro, menos convencional y cuadrado, con la suficiente perspectiva para ampliar ese conocimiento en beneficio de sí mismos y de las áreas de conocimiento que dicen haber asimilado.
Lo más grave es que esta falta de capacitación se extiende como plaga a todos los sectores hasta desembocar en un amateurismo generalizado, en unos deficientes niveles de profesionalización que redundan en el desempeño dudoso o incluso contraproducente de los supuestos profesionistas, incluidos legisladores, banqueros o partidarios de causas más o menos nobles. En su impreparado entusiasmo pretenden desarrollar habilidades y facultades a partir de prejuicios y gustos, no de la revisión de sus desplantes. Su nivel de debate se reduce a evitar el maltrato animal como sustento ideológico y su concepto legislador no ve más allá de un futurismo de cuarta.
Ahora, el daño de los falsos profesionales se agudiza cuando al interior de la misma fiesta los “ases” −¿asesinos de esa fiesta?− se empeñan en exigir ganado a modo, cómodo de cuerna, repetidor sin malas ideas, propicio para el lucimiento facilón y adecuado para el toreo de salón con un toro disminuido. Y esta añeja claudicación de los famosos a los principios éticos que sustentan el arte del toreo, es uno de los factores que van dando al traste con el último encuentro sacrificial entre dos individuos. Los ases de los ruedos se volvieron amateurs y la pretendida liturgia ejercicio predecible de dudosa estética.
Como amateurs son los jóvenes metidos a legisladores animalistas −escoja partido− que sin haberse sentado a dialogar con las partes directamente involucradas, tienen la ocurrencia de intentar prohibir una tradición mexicana con 496 años, dignísima suma de conocimientos, inteligencia y esfuerzos de auténticos profesionales de la industria agropecuaria, enamorados de la maravilla que es el auténtico toro bravo, no su remedo. Si bien el nuevo salvador de la fiesta en México ya se alista para “frenar” una vez más a los alucinados animalistas, ahora proponiendo “bajar el nivel de la sangre” en el espectáculo taurino, no mejorando el nivel técnico en los diestros amateurs. Así empezó la debacle: bajando la bravura en las reses.