Este año se cumplen 70 de la inauguración del Auditorio Nacional; era la época del alemanismo, que impulsó fuertemente las inversiones extranjeras, y la Ciudad de México se convirtió en sede de importantes acontecimientos internacionales.
Acorde con esa visión de grandeza y modernidad, el gobierno de Miguel Alemán decidió que la gran capital requería un centro de vastas dimensiones que permitiera celebrar bajo techo acontecimientos relevantes y masivos. Se inició una magna construcción que fue inaugurada el 25 de junio de 1952 –sin estar totalmente concluida– con la 35 Convención Mundial de la Asociación Internacional de Leones. Inicialmente dependió del Departamento Central, por lo que se le denominó Auditorio Municipal.
Se terminó en 1955 y se reinauguró con un concierto de la Orquesta Sinfónica de la UNAM, dirigida por José Iturbi. Tres años más tarde se instaló un órgano monumental y partir de esta época se le llamó Auditorio Nacional.
Los guajolotones recordarán las Ferias del Hogar que se llevaban a cabo anualmente en el inmenso y frío recinto que albergaba un sinnúmero de empresas que ofrecían toda clase de artículos y las novedades tecnológicas de la época, que ahora dan risa a los jóvenes cuando las ven en algún museo o en casa de la abuela.
Ahí se premiaba el 10 de mayo a la madre más prolífica, todavía se creía que entre más fuéramos ¡mejor! Era la sede –con precios populares– de grandes óperas, conciertos, conjuntos corales, danzas, espectáculos nacionales y extranjeros, encuentros deportivos, convenciones, exposiciones industriales y cualquier otro evento que requería de un lugar de grandes dimensiones. Se le consideraba una muestra de la modernidad impulsada por el gobierno de Alemán.
En varias ocasiones fue utilizado como recinto alterno del Congreso de la Unión, entre otras en 1970, cuando tomó posesión el presidente Luis Echeverría. Ahí se celebraron reuniones multitudinarias con obreros y campesinos; se puede afirmar que integrantes de prácticamente todos los sectores sociales han asistido por lo menos una vez en su vida a algún acto en el Auditorio Nacional.
A lo largo de 40 años se le hicieron diversas adaptaciones, hasta 1991, cuando se inició una remodelación integral que dirigió el arquitecto Teodoro González de León que dio como resultado un hermoso y moderno edificio con lo más avanzado de la tecnología y adornado con obras de arte de los mejores artistas mexicanos.
Impacta la fachada de 129 metros con un marco de concreto sostenido por dos robustas columnas. El acceso es por unas hermosas escalinatas que desembocan en el vestíbulo donde se admiran esculturas de Juan Soriano, Vicente Rojo y Manuel Felguérez.
Tiene una capacidad para 9 mil 366 asistentes en tres pisos y su sofisticado equipo lo hace uno de los mejores auditorios del mundo. Las incómodas butacas se sustituyeron por unas muy cómodas de alegres colores rojos y azules intensos. Un detalle no menor es que por todo el recinto hay muchos baños amplios y bien cuidados. La tramoya la diseñó la compañía Jules Fischer, con 140 reflectores, y el equipo de sonido cuenta con 100 bocinas marca Meyer Sound, es el más grande instalado en un teatro de su tipo en el mundo.
Por eso la ópera de Nueva York autorizó que se vea aquí la transmisión en vivo desde el Lincoln Center. Las grandes pantallas a los lados del foro nos permiten ver de cerca el increíble espectáculo como si estuviéramos en los mejores lugares del recinto de la Gran Manzana y a precios accesibles.
El Auditorio Nacional, sin duda, ha sido un protagonista destacado en la vida de la ciudad el último medio siglo y en este tercer milenio, a sus 70 años, continúa a plenitud.
Otro atractivo es que se ubica a un paso de un universo de restaurantes polanqueños para todo gusto y presupuesto. Hoy sugerimos el Fratelli la Bufala, una franquicia napolitana en Galileo 31 que prepara las tradicionales pizzas en un horno de piedra importado de Europa que tarda sólo 90 segundos en tenerlas listas.
Además, ofrece todas las especialidades clásicas italianas bien preparadas y a precios razonables. Muy recomendable la mozzarella de búfala, el espaguetti carbonara, los ñoquis y, desde luego, las pizzas; de postres la panna cotta y el tiramisú. Tiene una agradable terraza jardinada y el interior es amplio, bien ventilado y a la vez acogedor. El servicio con la atención del anfitrión Giuseppe y de Carlos y Alejandro es excelente.