Haber establecido esta salvaje y omnipotente hegemonía de la banca privada, que debería en la realidad ser considerada un servicio público, resulta tan costoso a una buena parte de la población que no se antoja improbable que, en un lapso relativamente corto, se produzca una movilización general para que, como en viejos y mejores tiempos, los bancos pasen de nueva cuenta a ser objeto de un rígido control por parte del Estado.
Lo cierto es que tales instituciones, reputadas como “financieras” antaño, dado que fueron promovidas por el propio gobierno para fomentar el desarrollo económico de la sociedad, han derivado en viles y monopólicas corporaciones “comisionistas” de cuanta transacción grande o pequeña pasa ahora por sus manos.
De ahí viene que, coludidos con gobiernos que les han resultado “casualmente” benefactores, como los mexicanos de las tres décadas pasadas, pueda hablarse –lo repito– de una “salvaje y omnipotente hegemonía” que ha llegado a veces hasta el extremo ominoso de entorpecer y hasta “prohibir” con frecuencia la circulación de los documentos expedidos por el mismísimo Banco de México (billetes bancarios o “efectivo”) pasándose por el “arco del triunfo” la legislación monetaria fundamental de la República Mexicana.
So pretexto de que la delincuencia organizada opera con el dinero “contante y sonante” en forma de papel por lo general “verde” (es decir, dolaritos), el ciudadano común y corriente se ha ido sometiendo paulatinamente al dominio sobre las transacciones económicas de los antaño denominados “honrados banqueros”, quienes incluso ahora deciden qué aceptan y no, según sus particulares intereses, siempre bajo el hipócrita eslogan de que “es por su seguridad”.
Dicho de otra manera, los bancos consiguen, con base solamente en su santa voluntad y conveniencia, vetar la libre circulación de la moneda establecida desde hace tanto tiempo por el gobierno y la institución bancaria oficial autorizada para el caso. Ello ha sido resultado de la política cada vez más “neoliberal” que hemos estado padeciendo durante las últimas décadas, cuyo combate es el que se supone debería alentar al gobierno actual.
Sin embargo, parece que el pez es demasiado gordo, gracias en parte al respaldo foráneo, no olvidemos ni a los gringos ni a los gachupines; “los caballeros de la lana” tienen muy bien trenzadas las alianzas. A diferencia de la unidad de los proletarios del mundo, a la que se convocó con tan poco éxito hace ya muchos años, sin aspavientos, éstos sí han conseguido ya la suya.
Es de suponer que el “señor presidente”, Andrés Manuel López Obrador, no consideró conveniente en su momento secundar al senador Ricardo Monreal Ávila, cuando intentó abrir un frente antibanquero. Quizá pensó AMLO que era un alacrán demasiado grande para echárselo al seno en ese momento, cuando ya enfrentaba a tantos otros también muy nocivos, pero tal vez nos dé todavía la sorpresa…
De otro modo, ojalá lo deje claramente escrito entre los pendientes que legará a sus sucesores o sucesoras y no faltará entre ellos quien “se eche el trompo a la uña”. Una reforma bancaria en favor del pueblo trabajador y productor debería ser también parte esencial de la Cuarta Transformación.