En su primera realización sin su hermano Ethan, el cineasta Joel Coen ha decidido hacer una adaptación de La tragedia de Macbeth, que no es poca cosa. Según se sabe, se trata de una de las obras más populares de Shakespeare –tal vez la más popular después de Romeo y Julieta– y cuatro directores de prestigio han hecho sendas adaptaciones de ella: Orson Welles (1948), Akira Kurosawa (llamada Trono de sangre, 1957), Roman Polanski (1971) y el menos conocido Justin Kurzel (2015).
Para mi gusto, la más satisfactoria ha sido la de Kurosawa, tomando en cuenta que los diálogos no corresponden, claro, al pentámetro yámbico de la original. Pero supo captar toda la locura febril y la lujuria de poder supuestas por Shakespeare.
La nueva adaptación de Coen es algo problemática. Desde luego, es la más estilizada y teatral después de la versión de Welles. Con el diseño de producción de Stefan Dechant y la fotografía en blanco y negro del francés Bruno Delbonnel, el realizador ha conseguido una visualización llamativa, si bien artificial, del reino del personaje epónimo (Denzel Washington). Las estructuras de largos arcos evocan a las pinturas de Giorgio de Chirico, mientras el empleo de dramáticas sombras denotan la influencia de Carl Dreyer. La atmósfera es ominosa, cual debe ser, entre la neblina y el empleo de los espacios cerrados. (La película fue filmada en estudio, no en locación). A eso la acertada partitura de Carter Burwell añade un halo fatalista.
El estilo de La tragedia de Macbeth sería irreprochable si no fuera culpable de haber contribuido a lo distante, frío y antiséptico del resultado. Coen ha hecho una versión demasiado solemne de Shakespeare que extraña ante el desenfado y la ironía de su obra previa (¿o habrá sido la aportación de Ethan?).
El reparto es parte del problema. Por un lado, la pareja protagónica es interpretada por un par de gringos, Washington y Frances McDormand (la esposa del director), quienes hablan con su acento estadunidense sin intentar el británico de los demás. Eso ya impone una diferencia fonética. Por otro, McDormand está fuera de papel como Lady Macbeth. Uno no cree que esa pareja tenga relaciones sexuales y esa falta de pasión nulifica el motor central de la intriga. El ansia de poder que lleva al homicidio y la traición no se siente como la esencia de los personajes. A ella le falta el grado convincente de locura y malevolencia. (Recordemos, por contraste, a la Lady interpretada por la japonesa Isuzu Yamada en Trono de sangre. En sus escenas finales da auténtico miedo).
En cambio, los actores secundarios sí son cumplidores y dan la medida de lo que pudo haber sido. En especial memorable es Kathryn Hunter en el triple papel de las brujas proféticas. Con la voz rasposa y la postura deforme, la actriz encarna la condena del destino que hundirá a Macbeth. Otros intérpretes –Brendan Gleeson como Duncan, Corey Hawkins como Macduff, Alex Hassell como el ambiguo Ross, entre otros– también aportan la verosimilitud necesaria. Pero hay un hueco en el centro del reparto.
La tragedia de Macbeth se exhibe en Apple TV+.
La tragedia de Macbeth
(The Tragedy of Macbeth)
D: Joel Coen/ G: Joel Coen, basado en la obra de William Shakespeare/ F. en ByN: Bruno Delbonnel/ M: Carter Burwell/ Ed: Reginald Jaynes (seudónimo de Joel Coen), Lucian Johnston/ Con: Denzel Washington, Frances McDormand, Alex Hassell, Bertie Carvel, Brendan Gleeson/ P: A24, IAC Films. EU, 2021.
Twitter: @walyder