Un año después del alzamiento zapatista, durante el Foro sobre el estado del mundo (State of the World Forum) en San Francisco, en 1995, miembros destacados de las élites globales comentaron las estrategias que vienen diseñando.
Como se sabe, porque el tema ha sido difundido en libros y en muchos medios, Zbigniew Brzezinski (ex consejero de Seguridad Nacional del gobierno del presidente de Estados Unidos Jimmy Carter e ideólogo del neoliberalismo) expuso su idea, la Sociedad 20-80, que se ha convertido en paradigma de las clases dominantes, aunque se niegan a repetirlo por razones más que obvias.
Enfatiza que 20 por ciento de la población mundial, es suficiente para sostener el sistema económico y que 80 por ciento restante no tendrá ni empleo, ni oportunidades, ni futuro. El primer sector es el que participa de los beneficios del sistema: consumo de calidad, sanidad y educación privadas y empleos en empresas de alta tecnología.
Los de abajo, ese inmenso 80 por ciento, consumen comida chatarra, llenan la panza, pero no se alimentan, son adormecido con entretenimientos que los aturden y les impiden comprender lo que sucede alrededor. Los de arriba leen libros y periódicos, asisten a universidades, viajan y tienen capacidad de ahorro. Los demás sólo miran televisión, telenovelas y partidos de futbol.
Bzrezisnki acuñó el término tittytainment (pechos más entretenimiento, en el sentido del adormecimiento de los bebés cuando son amamantados), para dar cuenta de cómo tratan a las mayorías del sistema-mundo.
Hasta aquí un panorama bastante conocido de lo que sucede en el mundo actual, digamos posterior a la implosión de la Unión Soviética. Se pueden discutir los porcentajes (20-80 o 30-70), pero parece fuera de discusión que el mundo está dividido en estos dos sectores: los que sostienen el sistema y los descartables.
El problema principal, es el que apunta Carlos Fazio con base en el análisis del sicoanalista Mattias Desmet (https://bit.ly/3K26qK6). Encuentro que el llamado “grupo disidente” debe ser bastante inferior al 30 por ciento que se menciona en el artículo. Ojalá seamos 10 por ciento, pero me parece inconducente detenernos en la cuestión de los porcentajes.
El tema central es si hay posibilidad de unirnos, como apunta Fazio, y cuáles son las dificultades que enfrentamos para hacerlo. Entiendo que hay varios problemas a superar, tanto estructurales como culturales.
La primera dificultad son las naturales diferencias del sector antisistema, destacando las sexuales y de género, las contradicciones y desencuentros entre generaciones, las de color de piel, geografías y culturas, que dificultan la creación de un “nosotros”, una identidad colectiva o, en su lugar, espacios de confluencias entre diferentes y diferencias.
En segundo lugar, entre quienes nos definimos anticapitalistas no tenemos consensos antipatriarcales y anticoloniales, por lo que el machismo y el racismo siguen provocando escisiones y rupturas. Conozco unos cuantos colectivos que han quebrado, literalmente, por la actitud machista de algunos integrantes.
La cultura política estatista o estadocéntrica, es la tercera dificultad a superar. No podemos pasar por alto que la adhesión a las políticas sociales –como expresión de la cultura estatista– sigue siendo mayoritaria en el campo del 80 por ciento, entre los de abajo. Por el contrario, la tensión por la autonomía y el autogobierno son minoritarias, aun entre movimientos que trabajan en esa dirección.
Sin poner nombres, conocemos importantes movimientos de pueblos cuyas comunidades sobreviven del cultivo de drogas, lo que contradice brutalmente los objetivos trazados, ya que los convierte en rehenes del narcotráfico y, por tanto, de grupos paramilitares y del propio Estado.
Sin embargo, una dificultad mayor para actuar conjuntamente, que divide profundamente a los movimientos y organizaciones, proviene de la izquierda. Una parte central del entretenimiento aturdidor es el sistema político, el circo electoral: pan y circo, decían los romanos, que hoy podemos traducir como políticas sociales y campañas electorales.
La izquierda de arriba, la electoral e institucional, es parte central del entretenimiento que ofrece el sistema, con su promesa de renovación cada cuatro o seis años, apelando al mismo marketing que se usa para vender jabones. Profesa la cultura del consumismo que caracteriza al capitalismo y ha secuestrado la política electoral.
Esta izquierda quedó atrapada en el binomio dictadura o democracia, apoyando siempre al “mal menor”, aun sabiendo que de ese modo no se puede construir nada distinto.
Más allá de cuántos sean los verdaderamente empeñados en superar este sistema, lo que parece decisivo es avanzar hacia autonomías territoriales donde ejercer autogobiernos, capaces de crear mundos nuevos. Su multiplicación, será por contagio.